viernes, noviembre 18, 2016

Ocho haikus, de Alfredo Lavergne







El mar tranquilo
en el acantilado
se desvanece.




Como toda isla
las noches de otoño
nos destierran.




Cae lluvia fría
sobre los cascos verdes.
Alguien espía.




Florecen cardos
en la paz del guerrero
abandonado.




Son mariposas
y recuerda a su amada
bañada en nieve.




Ya amanece.
Los dos seremos otros
en otra luna.




Sostienen en el aire
el árbol y la soga.
Un buda negro.




Las ramas negras
mantienen a esos hombres
como racimos.








en Selecto, Editorial Artegrama, 2016




















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