viernes, noviembre 04, 2016

"Flores de papel", de Egon Wolff



(1926-2016)




Escena primera



(Escenario: Living de pequeño departamento suburbano, arreglado con esmero, con mano femenina, confortable, íntimo. Dos puertas, además de la de entrada, una al dormitorio, la otra a la cocina. Una ventana. En una jaula, un canario. En algún lugar, un caballete con un lienzo a medio pintar. Caja de óleos. En otro, figuras hechas de paja: peces, cabezas de animales diversos [burros, cerdos, gallos, etc.] La escena está vacía. Luego entran Eva y El Merluza. Eva, 40, bien vestida, con medida elegancia. El Merluza, 30, zarrapastroso, sucio, despeinado, flaco, pálido. Eva, que abre la puerta, entra resueltamente. Va hacia la cocina. El Merluza queda en la puerta, titubeando entrar. Trae dos grandes bolsas de papel. Tirita con todo el cuerpo. Mira la habitación con tímida curiosidad.)

Eva.- (Volviendo de la cocina.) Bueno, pase. ¡Pase! ¡Déjelos ahí, en la cocina! (El Merluza entra con respetuosa cautela, sin dejar de mirar los objetos. Deja las bolsas en el suelo, en medio de la habitación.) ¡Ahí no! En la cocina. Al lado del horno, por favor. (El Merluza hace como le dicen. Vuelve a salir sin las bolsas. Eva ha entrado al dormitorio. Sale peinándose con una escobilla. Saca un billete de su cartera y se lo pasa.) Aquí tiene, y gracias. (El Merluza no toma el billete que le pasan.) ¡Tome! ¿No me va a decir que me trajo los paquetes por nada? (El Merluza la mira fijo.) Bueno, entonces, muchas gracias. Ha sido muy amable. (El Merluza no le quita la vista.) Muy amable. No tenía por qué hacerlo. Muchas gracias. 

Merluza.- (Con voz impersonal; dolida.) Preferiría que me diera una taza de té.

Eva.- (Un poco sorprendida.) ¿Té?

Merluza.- Usted tiene, ¿no es cierto?

Eva.- Claro que sí, pero... No tengo tiempo. Voy a prepararme el almuerzo y luego tendré que salir. (Vuelve a ofrecerle el billete.) Con esto puede servirse una taza en cualquier parte. En la esquina hay una fuente de soda. 

Merluza.- Cualquier parte no sería lo mismo.

Eva.- (Interesada.) Ah, ¿no? ¿Y por qué?

Merluza.- No sería lo mismo. (Siempre con su mirada fija en ella.)

Eva.- Bueno, pero... No tengo tiempo, ya le dije. Tome y váyase, que tengo que hacer. 

Merluza.- Abajo me están esperando.

Eva.- ¿Quién lo está esperando? 

Merluza.- El Miguel y El Pajarito.

Eva.- ¿Los dos que nos venían siguiendo? (El Merluza asiente.) ¿Y? ¿Qué quieren? ¿Para qué lo esperan?

Merluza.- Para "pincharme".

Eva.- Y ¿qué quiere que le haga yo? De modo que era esa la razón de querer traerme los paquetes, ¿eh? Viniendo conmigo no podrían cargar contra usted, ¿eh? (Molesta.) Tome, y no me moleste más. ¡Tengo que hacer! 

Merluza.- Van a matarme.

Eva.- Eso es asunto suyo. No me moleste más, le digo. ¡Váyase! 

Merluza.- Nunca creí que fuera tan dura. No tiene cara.

Eva.- Bueno, se equivocó, entonces. 

Merluza.- Desde que la vi, el año pasado, pintando esas flores en el Jardín Botánico, pensé que era distinta. (Pausa.)

Eva.- ¿Jardín Botánico? ¿Usted me vio allí? 

Merluza.- Estaba detrás de la jaula de los loros, pintando unas matas de laureles. (Siempre mirándola fijo.) Tenía puesto un sombrero de paja clara, con una cinta verde... Y un pañuelo con unas vistas de Venecia. 

Eva.- ¡Vaya! ¿Es un buen observador, eh? 

Merluza.- (Baja la vista.) Observo ciertas cosas.

Eva.- De modo que su oferta de llevarme los paquetes... (Turbada.) ¿Qué me dijo que quería? Apuesto que no ha comido hoy día. 

Merluza.- Una taza de té.

Eva.- ¿No quiere mejor un plato de sopa? 

Merluza.- Lo que quiera darme.

Eva.- Tengo una sopa de anoche. ¿Se la caliento?

Merluza.- Como usted quiera.

Eva.- Bien; siéntese, mientras yo trabajo. (Entra en la cocina. Se oye cómo se afana con las ollas. El Merluza, en tanto, queda parado donde está. No se mueve. Eva vuelve a salir después de un rato.) Pero siéntese. No va a estar parado, ahí, todo el día. 

Merluza.- No con esta ropa.

Eva.- No creo que a los muebles les importe. (El Merluza saca un periódico de algún bolsillo y lo desdobla cuidadosamente, minuciosamente, y lo pone sobre uno de los sillones. Se sienta sobre él. Eva ve el gesto y se sonríe. Afirma la puerta de la cocina con una silla para que no cierre y poder hablar a través de ella. Desde la cocina.) ¿Va mucho al Jardín Botánico? 

Merluza.- A veces.

Eva.- ¿A ver las flores? 

Merluza.- No. A darles maní a los monos.

Eva.- ¿Le gustan los monos? (El Merluza se encoge de hombros.) Yo los encuentro sucios, groseros. ¡No los resisto! Verlos, ahí, sacándose los piojos, ¡ante todo el mundo! 

Merluza.- Hacen lo que pueden.

Eva.- Y ¿tiene tiempo para eso? 

Merluza.- ¿Para qué?

Eva.- ¿Ir al Jardín? 

Merluza.- Me las arreglo.

Eva.- ¡Yo quisiera tener más! (En ese momento El Merluza cae bajo los efectos de calambres que no puede controlar. Recorren todo su cuerpo. Tiene que aferrarse de la mesa para poder mantenerse en posición. Le preocupa que Eva lo vea en ese estado. Vuelve su espalda hacia la puerta de la cocina y aprieta sus brazos entre las piernas. Eva ha visto, sin embargo. Finalmente logra dominarlos.) Y ¿cómo le va ahí, en el Supermercado? Clientela, ¿encuentra? 

Merluza.- Siempre hay alguien que le pesan los paquetes. (Eva sale de la cocina con un plato servido con sopa y servicio para él y para ella. Pone todo sobre le mesita. El Merluza se levanta en el acto.)

Eva.- No está muy caliente, pero supuse que le gustaría más así. ¡Siéntese! 

Merluza.- Esta muy bien, así.

Eva.- ¡Sírvase! (El Merluza toma el plato y comienza a cucharear de pie.) Pero, ¡siéntese, hombre, por Dios! (Retorna a la cocina y vuelve a salir con un huevo duro y un tomate y un vaso de leche. Los pone sobre la mesa.) No me voy a servir si usted sigue ahí, de pie. 

Merluza.- Es bastante... consideración la suya de convidarme con esto, para que me tome la confianza de sentarme junto a usted... Donde no me corresponde.

Eva.- (Francamente.) ¿Y si yo le digo que no me importa? Merluza.- Creí que lo decía por parecer... natural. (Se sienta.) No está bien abusar de la confianza. (Indicando el plato de Eva.) ¿Es por la "línea"?

Eva.- (Ríe.) Ah, ¡sí! ¡Por la "línea" ¡Si no fuera por esto, estaría como un globo! Tengo una tendencia terrible a engordar. Como un pan y engordo un kilo. 

Merluza.- Es una lástima.

Eva.- Sí. Y una molestia. 

Merluza.- (Cuchareando.) Es justo al revés del Mario.

Eva.- ¿Y quién es el Mario? 

Merluza.- Un amigo. Cada vez que come un pan enflaquece medio kilo. Ya está en los huesos. De porfiado le viene. Los doctores le dicen que coma más, pero es porfiado. (La mira a los ojos, con mirada inexpresiva, concentrada.) No debería hacer eso.

Eva.- ¿ Qué cosa? 

Merluza.- Comer tan poco. No le vaya a hacer mal. No se vaya a morir.

Eva.- Y si pasara, ¿a quién le importa? 

Merluza.- (Baja la cara.) A mí me importa. (Siguen comiendo un instante en silencio, cada uno pendiente de su plato. El Merluza cucharea, pero no le quita los ojos de encima. Después de un rato, Eva se levanta nerviosamente.)

Eva.- (Media en risa.) De modo que en eso mata el tiempo, ¿eh? ¿En ir al Botánico a ver como una solterona mata su tiempo, pintando laureles en flor? (Va hacia la cocina. Vuelve con sal y servilleta.) Porque es lo que le parezco, ¿no es cierto? ¿Una solterona que mata su tiempo? (El Merluza la mira; no responde.) A ver, ¡diga! ¿Qué cree que soy? 

Merluza.- Una mujer.

Eva.- No, ¡no! Lo que digo es: ¿soltera o casada?

Merluza.- Casada.

Eva.- A ver, ¿por qué? 

Merluza.- Por la manera como cruza las piernas.

Eva.- (Ríe.) ¡Qué divertido! ¿Y por qué? ¿Cómo cruzan las piernas las solteras?

Merluza.- (Inexpresivo.) No las cruzan.

Eva.- (Ríe nerviosamente.) ¡Qué divertido es usted! Diga... ¿Siempre mira tan fijo a la gente? (El Merluza baja inmediatamente la mirada. Eva enternecida; estimulada.) Bueno, acertó. Soy casada. ¿No le preocupa eso? ¿Que, de repente, entre mi marido y me encuentre, aquí, con usted?

Merluza.- (Por lo bajo.) ¿Qué podría pensar?

Eva.- (Coqueta.) ¿Y por qué? 

Merluza.- No se divierta a costa de la pobreza. (Momento de embarazo. A El Merluza le sobreviene otro acceso de temblores, que apenas logra reprimir.)

Eva.- (No sabe qué hacer.) Coma, hombre. No ha comido nada. (El Merluza hace un gesto que no importa.) El trago, ¿eh? (Pausa.) ¿Necesita un trago para calmar eso? (El Merluza hace un gesto vago. Eva va hacia la cocina y vuelve con un vaso con vino, que El Merluza le arrebata y bebe ávidamente. Eso termina por calmarle.) Casi, ¿eh?

Merluza.- ¿Casi qué?

Eva.- Bueno... Casi. No quise ofenderlo. No me estaba divirtiendo a costa suya; es que me parece tan... bueno, tan raro, que usted me recuerde, entre tantas otras. Hay otra gente que pinta en el Jardín. El viejo del sombrero de diablo fuerte azul, por ejemplo. ¿Lo ha visto? El que llega con su pisito de mimbre. A veces con un perro; otras sin él. (Ríe.) Un día se enojó conmigo por la forma como uso los tonos verdes. Casi me gritó que no era académico. Nunca supe qué quería decir con eso. Daba vueltas alrededor mío, agitando su bastón. Creí que me iba a botar el caballete. (Durante todo el monólogo, El Merluza está como doblado sobre sí mismo.) ¿Le duele algo?

Merluza.- No.

Eva.- Y, entonces, ¿qué le pasa? 

Merluza.- Después del "baile", siempre se me encoge el estómago.

Eva.- Tengo calmantes. ¿Quiere? 

Merluza.- No, gracias.

Eva.- Y ¿tiene que beber? (El Merluza la mira.) Digo... ¿Esto de los temblores le viene por eso, no es cierto? (No hay respuesta. Momento embarazoso. Eva va hacia la cocina.) Bueno, mejor se apura porque luego tengo que salir. Abro la tienda a las dos. (El Merluza reanuda el lento cuchareo. Eva retorna con dos duraznos pelados. Pone uno ante El Merluza. Come el suyo.) Estos duraznos no tienen el sabor de antes. No sé qué les hacen ahora. Recuerdo cuando niña. íbamos con papá y mamá a una quinta cerca del río, donde, por un precio insignificante, nos dejaban entrar al huerto a llenamos con duraznos y frutillas. Lo que fuéramos capaces de echarnos al estómago. ¡Esos duraznos sí que tenían sabor! Hoy, exportan los mejores y nos dejan la basura. Recuerdo que mientras papá y mamá se sentaban a comer alrededor de las mesas que habían puesto bajo unos árboles, Alfredo y yo... Alfredo es mi hermano... Nos íbamos a jugar a un granero que había cerca. A montarnos sobre la enfardadora. ¡Mi hermano Alfredo! Tema verdadera obsesión por los hechos heroicos. Recuerdo que enarbolaba un pañuelo a modo de estandarte y jugábamos a la toma del bergantín. (Ríe con el recuerdo.) Él era el glorioso capitán y yo el malvado corsario. ¡Oh, qué tiempos! Qué tontos, pero ¡qué felices éramos!

Merluza.- Si usted me echa afuera, el Miguel y el Pajarito me van a matar.

Eva.- Y ¿qué quiere que haga? ¿Dejarlo aquí?

Merluza.- Me están esperando a la vuelta de la esquina, detrás de la Farmacia. (Eva va hacia la ventana y mira, levantando apenas la cortina.)

Eva.- ¡Ahí están! ¡Están mirando hacia acá! (Se vuelve hacia él.) Bueno, ¿y qué hacemos? ¡No puedo dejarlo aquí! (Haciéndose fuerte.) Tengo que ir a la tienda luego, ya le dije. (El Merluza explota súbitamente en un borboteo agitado de palabras. El tono es monocorde, lastimero, casi una letanía. Al final, cae bajo un nuevo acceso de temblores.)

Merluza.- ¡El Pajarito tiene un gancho de carnicero bajo el vestón! ¡Tiene un gancho de carnicero y me ha estado esperando, toda la mañana, para matarme! Todo porque anoche le gané unos pesos jugando a los dados ¡y él dice que le hice trampas! ¡Y no es verdad! No es verdad, porque se los gané limpiamente. Llegó hasta la casa de la Julia a buscarme esta mañana, pero yo lo alcancé a ver como se escondía detrás del horno, y me vine arrancando por el río. ¡Toda la mañana estuve escondido detrás de los matorrales de la Curtiembre, hasta que me fui al supermercado, y si no es por usted, me mata! ¡Me mata! Si no es por usted que me esconde, ¡me mata! Si no es por usted que me esconde, me muero, y ¡yo no quiero morir! ¡No quiero morir! ¡No quiero morir!

Eva.- Ya, ¡está bien! ¡Está bien! ¡Cálmese! Nadie le va a hacer nada. (No sabe qué hacer.) ¿Puedo avisar a la policía, si quiere, para que detengan a esos hombres? (El Merluza sacude la cabeza en señal de negativa.) Ah, sí, es verdad. El código de honor, ¿eh? Ustedes no se denuncian. (El Merluza está encogido sobre sí mismo. Tirita. Tras considerar un rato la situación.) Tendré que encerrarlo aquí dentro. (El Merluza la mira.) Porque usted comprende, ¿no? No lo conozco. Además de la chapa hay, por fuera, un candado. Tendré que encerrarlo aquí dentro, hasta que vuelva. 

Merluza.- Comprendo. 

Eva.- Cerraré también las demás piezas. Tendrá que esperarme, aquí.

Merluza.- Más que lógico.

Eva.- Ahí tiene revistas. El diario de hoy...

Merluza.- Gracias. (Sonríe por primera vez con su sonrisa amplia, abierta, que no dice nada.) Es como si todo hubiese estado como... preparado. Como... dispuesto. Los diarios, digo, y las revistas. No se puede pedir más, en ver dad. Lo demás sería ser como... mal agradecido, digo yo. (Eva retira los platos. Va hacia el baño y luego circula peinándose. El Merluza come un poco de durazno. Luego se levanta y va hacia la jaula del canario.) Bonito el pajarito. ¿Cómo se llama?

Eva.- Pepito.

Merluza.- Pepito, ¿eh? (Le hace fiestas.) Ps, ps, ps, ps. (Le da durazno.) Te gusta, ¿eh? Ps, ps, ps, ps. ¿Te gusta comer frutillitas bajo los árboles, eh, glotoncito? (Le da otro pedazo.) Aquí, toma. Eso es. (Eva cierra la puerta del baño. El Merluza queda solo.) Tienes buenas tragaderas, ¿eh, mariconcito? (Su voz va adquiriendo un tono de dureza.) ¿Sabías que yo soy el malvado capitán y tú el glorioso corsario? ¿No lo sabías pelotudo? (Sacude la jaula.) ¿No lo sabías? ¿Qué yo soy el malvado capitán y tú el glorioso corsario, pájaro maricón? (Con voz herida.) Tendré que encerrarte aquí dentro, porque no te conozco, ¡pájaro hijo de puta! ¡Tendré que ponerte candado! (Eva sale del baño, lista para salir.) Ps, ps, ps, ps. ¡Canarito! (Eva prende la radio.)

Eva.- Le dejaré esto. Si quiere, cambia.

Merluza.- Gracias. (Eva va hacia la puerta.) ¡Señora!

Eva.- (Se vuelve.) ¿Sí?

Merluza.- Yo sabía. Las mil veces que la he visto, yo sabía que usted era lo que dicen sus ojos que es.

Eva.- Vuelvo a las seis. (Indica la cocina.) Si quiere servirse algo... (Sale. Afuera se oye el ruido del cerrojo y la cadena del candado. El Merluza sacude la jaula.)

Merluza.- Come duraznitos. ¡Come, duraznitos. ¡Come, mierda! ¡Corsario maricón! (Está sacudiendo la jaula cuando cae el telón.)





1970








Fotografía original de autor desconocido















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