«Yemen en cinco meses de guerra es como Siria después de cinco años», denunciaba Peter Maurer del Comité Internacional de la Cruz Roja tras visitar Saná. ¿Por qué, entonces, éste silencio sepulcral de la prensa sobre la guerra en éste país? Desde el inicio de la agresión militar ilegal de la coalición liderada por EEUU y formada por Reino Unido, Francia, Arabia Saudí, y otros diez países árabes el marzo del 2015, decenas de miles de yemenís han sido masacrados, mutilados y 1,4 millones han tenido que huir de sus hogares. Gran parte de los centros de salud, instalaciones de agua y luz, escuelas, mercados, carreteras, puentes, puertos, y fábricas (incluso la de Coca-Cola, atacada en diciembre de 2015) y hasta los campos de refugiados han sido bombardeados y destruidos.
El bloqueo naval impuesto por la Coalición a los barcos con destino a Yemen ha impedido la llegada de alimentos y medicamentos, condenando a 21 millones de personas a una lenta agonía, que recuerda el criminal bloqueo ejercido por EEUU y la ONU a Irak entre 1991 y 2003, que acabó con la vida de alrededor de 2 millones de iraquíes. Según la Organización Mundial de la Salud, el 82% de la población necesita ayuda humanitaria. Miles de bebés y niños agonizan desnutridos. El dengue y la malaria se han unido a la sequía para que juntos arranquen la vida de aquellos que sobreviven de la matanza de la Coalición. 20 de las 22 provincias del país están al borde de una severa hambruna.
Salvo por las contadas organizaciones pequeñas, como la española Solidarios Sin Fronteras, que se ha volcado con Yemen, o de personas como la doctora yemeni Ashwaq Muharram, quien ha convertido su coche en una clínica móvil recorriendo aldeas, no hay nadie ayudando a los yemeníes. En este país sin gobierno, no hay sirenas que avisen la llegada de bombas y misiles, ni hay refugios antiaéreos que protejan del horror a uno de los pueblos más desamparados del mundo. La Coalición de los gobiernos de los países «democráticos del Occidente» y de los estados «árabe- musulmanes» de la región utilizan en su guerra contra esta nación armas prohibidas como bombas de racimo, denunciado por The Human Rights Watch.
Que no haya «crisis de refugiados yemeníes» se debe a que la Coalición ha cerrado todas las fronteras terrestres y marítimas del país, impidiendo su huida. Si la prensa hubiera querido una historia sensacionalista como la Alan Kurdi, el niño sirio cuyo cadáver se convirtió en el objeto de la manipulación de la opinión púbica, la hubieran tenido a miles: Fareed Shawky , de seis años murió por heridas de un bombardeo. No quería morir. En la cama del hospital pedía que no lo enterraran.
Pero, el apagón informativo que es una orden «de arriba»: En 2015, EEUU y Arabia bloquearon la propuesta de los Países Bajos al Consejo de Derechos Humanos de la ONU de realizar una investigación independiente sobre los crímenes de guerra en Yemen. El propio Secretario General de la ONU, Ban Ki Moon mandó borrar el nombre de Arabia Saudí de la lista de los violadores de los derechos de infancia del informe anual sobre los conflicto armadas del 2015.
«Se me hace difícil averiguar cuáles son los intereses de seguridad nacional de EEUU en la guerra de Yemen», confesaba el senador demócrata Christopher Murphy. Sin informar a la opinión pública y sin la aprobación de las cámaras, Barak Obama entraba en una nueva guerra en Oriente Próximo. En marzo del 2015 el portaaviones USS Theodore Roosevelt zarpaba hacia las aguas de Yemen, y las tropas de EEUU se instalaban en la base aérea Al-Anad en el sur de Yemen. Los pretextos de EEUU en agredir a Yemen incluyen la lucha contra Al Qaeda, respaldar a Arabia Saudí y aliviar sus temores hacia Irán (al que acusan ayudar a los rebeldes yemeníes a pesar de que sea absolutamente imposible justo por el bloqueo de los puertos) tras la firma del acuerdo nuclear, o entrenar a los pilotos saudíes para el correcto manejo de los aviones de guerra y así reducir las bajas civiles durante los ataques ¡para que en vez de cometer 36 crímenes de guerra cometan 20! Pero, el militarismo es incompatible con el altruismo, y esta guerra que no está dirigida a liberar al pueblo de un dictador (justo al contrario, uno de los 25 objetivos de EEUU y Arabia en Yemen ha sido devolver al poder al presidente Al Hadi, huido a Riad, tras un levantamiento popular.
Sin embargo, en este escenario, hay otros dos hechos que se deben destacar:
1. Que el petróleo saudí ha alcanzado su «pico» y no hay más reservas de las conocidas. La frenética explotación del petróleo, y las acciones como llenar el mercado del fuel con la única intención de bajar los precios perjudicando a Rusia e Irán (para que dejen de apoyar a Bashar al asad), entre otras políticas e inversiones sin sentido de Riad, están detrás de la invasión militar de los jeques a las regiones petrolíferas de Yemen en la tierra y en el mar. Además, apoderándose de Yemen, Arabia Saudí que no tiene acceso directo a los tres cuellos estratégicos de la zona – Estrecho de Ormuz, Golfo de Adán y Bab –al- Mandeb-, podrá hacerse con los dos últimos.
2. Que el gobierno de Obama no sólo conocía ésta realidad sobre el petróleo saudí, sino que también tenía el informe del Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS) fechado en 2002 sobre las vastas reservas de gas y petróleo de Yemen en el Mar Rojo y del Golfo de Adán, además de los 3 mil millones de barriles de su subsuelo. «Las provincias de Shabwa, Marib y al-Jawf tienen un alto potencial de yacimientos de gas. Confesaba el embajador de EEUU en Saná en 2008, Stephen A. Seche, según un cable de WikiLeaks.
Arabia Saudita, que en 1990 se opuso a la reunificación de Yemen, intenta romperlo en dos mitades para facilitar su control. EEUU le respalda en esta tentativa ya que converge con su proyecto de Nuevo Oriente Próximo, cuya base es fragmentar en mini estados los países claves de importancia estratégica. El «caos controlado» de la guerra oculta contra Yemen está dirigido a cumplir este plan.
en Público.es, 25 de septiembre 2016
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