domingo, junio 05, 2016

“El dolor exquisito”, de Jean Cocteau






No esperen de mí que los traicione. El opio sigue siendo único, naturalmente, y su euforia superior a la de la salud. Le debo mis horas perfectas. Es una lástima que en vez de perfeccionar la desintoxicación, la medicina no intente hacer inofensivo al opio.

Pero ahí volvemos al problema del progreso. ¿El sufrimiento es una regla o un lirismo?

Me parece que en una tierra tan vieja, tan arrugada, tan llena de revoque donde siguen haciendo estragos tantos compromisos y tantas convenciones risibles, el opio dulcificaría las costumbres y provocaría más beneficios que daños.

Mi enfermera me dice: «Es usted el primer enfermo al que veo escribir al octavo día».

Sé muy bien que introduzco una cuchara en la tapioca blanda de las células jóvenes, que obstruyo una mancha; pero me abraso y me abrasaré siempre. Dentro de dos semanas, a pesar de estas notas, no creeré ya en lo que siento. Hay que dejar una huella de este viaje que la memoria olvida, hay que, cuando es imposible, escribir, dibujar sin responder a las invitaciones novelescas del dolor, no aprovecharse del sufrimiento como de una música, hacerse atar la lapicera al pie si es necesario, ayudar a los médicos a quienes la pereza no suministra datos.

Durante mi neuritis, una noche que preguntaba yo a B: «¿Por qué, usted que no busca clientela, usted a quien le sobra trabajo en el hospital y que prepara su tesis, por qué me trata usted a domicilio, noche y día? Conozco a los médicos. Me quiere usted mucho, pero quiere usted más aún a la medicina». Me respondió que tenía al fin un enfermo que hablaba, que él aprendía más conmigo, por ser yo capaz de escribir mis síntomas, que en el hospital, donde la pregunta: «¿Qué le duele a usted?», provocaba invariablemente esta respuesta: «No lo sé, doctor».

El renacer de la sensualidad (primer síntoma claro de la desintoxicación) va acompañado de estornudos, bostezos, mocos y lágrimas. Otra señal: las aves del gallinero de enfrente me exasperaban, así como las palomas que recorren el cinc, con las manos a la espalda, de un lado para otro. Al séptimo día el canto del gallo me agradó. Escribo estas notas entre seis y siete de la mañana. Con el opio, no existe nada antes de las once.


en Opio: Diario de una desintoxicación, 1930








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