No esperen de mí que los traicione. El opio sigue siendo único, naturalmente,
y su euforia superior a la de la salud. Le debo mis horas perfectas. Es una lástima
que en vez de perfeccionar la desintoxicación, la medicina no intente hacer
inofensivo al opio.
Pero ahí volvemos al problema del progreso. ¿El sufrimiento es una regla o
un lirismo?
Me parece que en una tierra tan vieja, tan arrugada, tan llena de revoque
donde siguen haciendo estragos tantos compromisos y tantas convenciones
risibles, el opio dulcificaría las costumbres y provocaría más beneficios que
daños.
Mi enfermera me dice: «Es usted el primer enfermo al que veo escribir al
octavo día».
Sé muy bien que introduzco una cuchara en la tapioca blanda de las células
jóvenes, que obstruyo una mancha; pero me abraso y me abrasaré siempre. Dentro
de dos semanas, a pesar de estas notas, no creeré ya en lo que siento. Hay que
dejar una huella de este viaje que la memoria olvida, hay que, cuando es
imposible, escribir, dibujar sin responder a las invitaciones novelescas del
dolor, no aprovecharse del sufrimiento como de una música, hacerse atar la
lapicera al pie si es necesario, ayudar a los médicos a quienes la pereza no
suministra datos.
Durante mi neuritis, una noche que preguntaba yo a B: «¿Por qué, usted que
no busca clientela, usted a quien le sobra trabajo en el hospital y que prepara
su tesis, por qué me trata usted a domicilio, noche y día? Conozco a los
médicos. Me quiere usted mucho, pero quiere usted más aún a la medicina». Me
respondió que tenía al fin un enfermo que hablaba, que él aprendía más conmigo,
por ser yo capaz de escribir mis síntomas, que en el hospital, donde la
pregunta: «¿Qué le duele a usted?», provocaba invariablemente esta respuesta:
«No lo sé, doctor».
El renacer de la sensualidad (primer síntoma claro de la desintoxicación)
va acompañado de estornudos, bostezos, mocos y lágrimas. Otra señal: las aves
del gallinero de enfrente me exasperaban, así como las palomas que recorren el
cinc, con las manos a la espalda, de un lado para otro. Al séptimo día el canto
del gallo me agradó. Escribo estas notas entre seis y siete de la mañana. Con
el opio, no existe nada antes de las once.
en Opio: Diario de
una desintoxicación, 1930
No hay comentarios.:
Publicar un comentario