lunes, abril 25, 2016

“Canción de odio a los hombres”, de Dorothy Parker







Odio a los hombres.
Me irritan.

I
Están los Serio-pensadores;
debería existir una ley en su contra.
Para ellos la vida es tan sombría;
Lo ven todo con anteojos de carey.
Siempre recorren con manos cansadas
sus lánguidas y profundas cejas.
Hablan de la humanidad
como si la acabaran de crear.
Sienten el peso en sus espaldas de tener
que seguir velando por ella.
Se solazan con las huelgas
y viven levantando demandas.
Realizan un acto maravilloso por
los grandes miserables:
viven entre ellos.
Mientras trabajan esperan
la llegada de The Masses a sus puestos
y en el intertanto leen novelas rusas:
best sellers de sexo.

II
Están los Hombres de las Cavernas,
especímenes humanos de sangre roja.
Todo lo comen crudo,
se bañan con agua fría
y quieren que todos les toquen los músculos.
Hablan fuerte, muy fuerte,
con breves palabras sajonas.
Abren las ventanas del sitio al que llegan,
reparten palmadas en la espalda
y mandan a todos a hacer ejercicio.
Siempre están a punto de salir
de viaje a San Francisco,
o de cruzar el océano en velero
o de atravesar Rusia en trineo…
¡Quiera Dios que lo hagan!

III
Luego están las Almas Sensibles
que hacen decoración de interior por amor al arte.
Huelen ligeramente a vainilla
y aromatizan con gotas de sándalo
sus cigarrillos.
A menudo organizan bailes de disfraces
para poder asistir
como una aparición de Las mil y una noches.
Sirven el té en el estudio,
donde la gente se sienta en incómodos cojines.
Miran a una mujer desde
sus lánguidos ojos entreabiertos,
y le dicen en tonos suaves y pasionales
lo que debería vestir.
El color es todo para ellos, todo:
el tono equivocado de púrpura
les produce una crisis nerviosa.

IV
Los siguientes son los que están
simplemente Saturados del tono maldito.
Te cuentan que no han dormido
en cuatro noches.
Asisten usualmente a obras
en que sólo valen los versos del coro.
Van de night club en night club
y te sueltan la cuenta exacta
de sus deudas de azar.
Aluden turbiamente al terrible papel
que tiene el alcohol en sus vidas.
Y luego sacuden la cabeza
y dicen que el Cielo debe decidir
lo que será de ellos…
¡Ojalá yo fuera el Cielo!

Odio a los hombres.
Me irritan.


Traducción de Juan Manuel Hernández Pereira

en Nexos, Julio de 1986






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