martes, marzo 01, 2016

“Noé y el inspector”, de Mark Twain







Nadie podrá negar que son muy notables los progresos realizados en el arte de la construcción naval desde los tiempos en que Noé puso a flote su arca. Las leyes de la navegación acaso no existían o no eran aplicadas en todo su rigor literal. Actualmente las tenemos tan sabiamente combinadas que a la vista parecen papel de música. El pobre patriarca no podría hacer hoy lo que tan fácil le fue hacer entonces, pues la experiencia, maestra de la vida, nos ha enseñado que es necesario preocuparse por la seguridad de las personas dispuestas a cruzar los mares. Si Noé quisiera salir del puerto de Bremen, las autoridades le negarían el permiso correspondiente. Los inspectores pondrían toda clase de reparos a su embarcación. Ya sabemos lo que es Alemania. ¿Imaginan en todos sus pormenores el diálogo entre el patriarca naval y las autoridades? Llega el inspector, vestido irreprochablemente con su vistoso uniforme militar, y todos se sienten sobrecogidos de respeto a la vista de la majestad que brilla en su persona. Es un perfecto caballero, de una finura exquisita, pero tan inmutable como la propia estrella polar, siempre que se trata del cumplimiento de sus deberes oficiales.

Comenzaría por preguntarle a Noé el nombre de la población de su nacimiento, su edad, la religión o secta a que perteneciera, la cantidad de sus rentas o beneficios, su profesión o ejercicio habitual, su posición en la escala social, el número de sus esposas, de sus hijos y de sus criados, y el sexo y edad de hijos y criados. Si el patriarca no estuviera provisto de pasaporte, se lo obligaría a recabar todos los papeles necesarios. Hecho esto —antes no—, el inspector visitaría el arca...

—¿Longitud?
—Doscientos metros.
—¿Altura de la línea de flotación?
—Veintidós metros.
—¿Longitud de los baos?
—Dieciocho a veinte.
—¿Material de construcción?
—Madera.
—¿Se puede especificar?
—Cedro y acacia.
—¿Pintura y barniz?
—Alquitrán por dentro y por fuera.
—¿Pasajeros?
—Ocho.
—¿Sexo?
—Cuatro hombres y cuatro mujeres.
—¿Edad?
—La más joven tiene cien años.
—¿Y el jefe de la expedición?
—Seiscientos.
—Por lo que veo, va usted a Chicago. Hará usted negocio en la Exposición. Ahora dígame el nombre del médico de a bordo.
—No llevamos médico.
—Hay que llevar médico, y también un empresario de pompas fúnebres. Son requisitos indispensables. Personas de cierta edad no pueden aventurarse en un viaje como éste sin grandes precauciones. ¿Tripulantes?
—Las ocho personas mencionadas.
—¿Las mismas ocho personas?
—Sí, señor.
—¿Contando las mujeres?
—Sí, señor.
—¿Han prestado ya sus servicios en la marina mercante?
—No, señor.
—¿Y los hombres?
—Tampoco.
—¿Quién de ustedes ha navegado?
—Ninguno.
—¿Qué han sido ustedes?
—Agricultores y ganaderos.
—Como el buque no es de vapor, necesita por lo menos una tripulación de 800 hombres. Hay que procurárselos a toda costa. Es necesario tener también cuatro ayudantes y nueve cocineros. ¿Quién es el capitán?
—Servidor de usted.
—Se necesita un capitán. Y se necesita por lo menos una camarera, y ocho enfermeras para los ocho ancianos. ¿Quién ha hecho el proyecto y especificaciones del buque?
—Yo.
—¿Es su primer ensayo?
—Sí, señor.
—Ya lo suponía. ¿Qué cargamento lleva usted?
—Anímales.
—¿De qué especie?
—De todas.
—¿Son animales domésticos?
—Casi todos son animales en estado salvaje.
—¿Exóticos o del país?
—Principalmente exóticos.
—Enumere usted alguno de los animales más notables que se propone llevar en su viaje.
—Megaterios, elefantes, rinocerontes, leones, tigres, lobos, serpientes; en una palabra, llevo animales de todos los climas. Una pareja de cada especie.
—¿Las jaulas están sólidamente construidas?
—No hay jaulas.
—Necesita usted proveerse de jaulas de hierro. ¿Quién es el encargado de dar alimentos y agua a las fieras?
—Nosotros.
—¿Los ocho ancianos?
—Sí, señor.
—Es peligroso para las fieras, y sobre todo para los ancianos. Se necesita tener empleados competentes, de mucha fuerza y habituados a este trabajo. ¿Número de animales?
—Grandes, siete mil. Contados todos, grandes, medianos y pequeños... noventa y ocho mil.
—Necesita usted mil doscientos empleados. ¿Qué métodos de ventilación ha adoptado usted? Y diga antes, ¿cuántas ventanas y puertas tiene la embarcación?
—Dos ventanas.
—¿En dónde están?
—Junto al alero.
—¿Y un túnel de doscientos metros cuenta sólo con dos respiraderos? ¡Imposible permitir esto! Hay que abrir ventanas y hay que instalar el alumbrado eléctrico. No se puede permitir la salida sin que esta embarcación lleve por lo menos una docena de luces de arco y mil quinientas lámparas incandescentes. ¿Número de bombas?
—No tenemos bombas.
—Debe usted comprar bombas. ¿De dónde se procura usted el agua para las personas y para los animales?
—Bajamos cubos por las ventanas.
—Eso no se puede aceptar. ¿Fuerza motriz?
—¿Fuerza... qué?
—Fuerza motriz. Ponga usted atención: ¿cómo echa usted a andar el barco?
—Yo no empleo fuerza. Anda solo.
—Necesita usted, o bien velas, o bien vapor. ¿Timón?
—No hay timón.
—¿Cómo gobierna usted la embarcación?
—No la gobernamos.
—Necesita usted instalar todo lo relativo al timón. ¿Anclas?
—No las tenernos.
—Seis por lo menos. Si no lleva usted seis anclas, no se le permitirá zarpar. ¿Lanchas de salvamento?
—No hay.
—Anote usted veinticinco. ¿Salvavidas?
—Tampoco.
—Anote usted dos mil. ¿Cuánto tiempo va a durar la travesía?
—Un año más o menos.
—Me parece larga. Con todo, llegará usted a tiempo para la Exposición. ¿Qué lámina ha empleado usted para el casco?
—No hay láminas.
—Pero, hombre de Dios, la bruma va a taladrar el barco, y antes de un mes no será barco sino criba. Está usted irremediablemente destinado a habitar los profundos abismos del océano.: Si no se pone un buen refuerzo metálico, no saldrá usted. Y olvidaba hacerle a usted una advertencia. Chicago está en el interior del continente, y este buque no puede llegar hasta allá.
—¿Chicago? ¿Pero qué es eso de Chicago? Yo no voy a Chicago.
—¿De veras? Pero entonces no comprendo el objeto de llevar tantos animales a bordo.
—Son animales de reproducción.
—¿No son suficientes los que hay en el mundo?
—Lo son para el estado actual de la civilización; pero como los otros animales van a ser ahogados por el diluvio, éstos servirán para asegurar la perpetuación de sus especies.
—¿Diluvio dice usted?
—Sí, señor. Un diluvio.
—¿Tiene usted la seguridad?
—Absoluta. Lloverá durante cuarenta días con sus noches.
—¿Y eso lo tiene a usted preocupado? Aquí llueve hasta ochenta días con sus noches.
—Pero no se trata de una lluvia de ésas. La que va a venir cubrirá las cimas de las más altas montañas y desaparecerá la superficie de la Tierra.
—Si así es, y le hago a usted una advertencia oficiosa, no queda a su elección el vapor o la vela: tiene usted que proveerse de máquinas de vapor, pues no podrá usted llevar agua para once o doce meses. Además necesita usted una potente destiladora.
—Ya digo que echaré cubos por las dos ventanas.
—¡Vaya una simpleza! Antes de que el diluvio haya cubierto las más altas montañas, toda el agua dulce estará hecha una salmuera por efecto del agua del mar. Necesitará usted una máquina de valor para destilar el agua. Veo, en efecto, que es el primer paso que da usted en el arte de la construcción naval.
—Es verdad; no había hecho estudios especiales, y he procedido sin conocimiento de las nociones respectivas.
—Considerando las cosas desde ese punto de vista especial, me parece muy notable la obra de usted. Yo juraría que jamás se ha botado al agua una embarcación de carácter tan extraordinario.
—Agradezco mucho los elogios con que usted se sirve favorecerme. El recuerdo de su visita será imperecedero. Mil gracias, mil gracias. Adiós, señor.

¡Inútil es que digas adiós, viejo y venerable patriarca! Bajo el exterior afectuoso y cortés de ese inspector alemán, se oculta una voluntad de hierro. Yo te juro, viejo y venerable patriarca, que el inspector no autorizará tu partida.



 en Cuentos selectos, 2010








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