Tengo un amor nuevo y con él aprendí
muchas cosas. Por ejemplo, los límites. Tantos años de ir a lo del
psicoanalista para escucharlo repetir siempre: “Pero usted se tira a la pileta
sin agua”. A mí esa frase me producía consternación, porque una pileta sin agua
es de lo más triste que hay. O si no, me decía: “Hágase valer, usted tiene una
imagen muy deteriorada de sí misma, usted es inteligente, es creativa”. Eso a
mí me daba como un destello de valor por un momento y después me sonaba a
consuelo, como cuando alguien presenta a otra persona a un tipo o una tipa
impresentables y para arreglarlo dicen: “es historiador” o “viajó a Tánger”, y
como yo creo que lo que siento es verdadero amor, no necesito ni ser linda ni
ser creativa ni viajar a Tánger: él me quiere por lo que soy. Y no le importa
si soy un poco vieja, porque es como que no registrara esas cosas: para mi
asombro me quiere sin condiciones. Con él aprendí la expresión de la mirada,
que vale por mil palabras: no me asusta si en sus ojos veo una pizca de odio;
sé que no es hacia mí como yo suponía antes, o tal vez el análisis anterior
haya hecho efecto a posteriori; de pronto uno puede tener una pizca de odio en
los ojos por cosas que recuerda, motivos privados. Yo sé con él cuándo debo
acercarme porque no es violento para el rechazo y así —y a eso siempre lo
consideré una prueba de convivencia que alabaría el analista— podemos estar
cada uno en su habitación, pensando en nuestras respectivas cosas sin necesidad
de perturbar preguntando “¿qué estás haciendo?” para joderse las paciencias
mutuamente. Con él me ha surgido una femineidad insospechada, porque ante su
sencillez —es de hábitos regulares y desea cosas simples— he depuesto toda
rivalidad o competencia. Compartimos esa cualidad neutra que posee el tiempo
después de cierta edad, en que no hay días terribles ni fiestas luminosas,
porque los días se enlazan en el comer, dormir, trabajar y ver un poco de
televisión.
Eso sí, él televisión no mira. A la
noche, para separar un día de otro, nos frotamos la frente. Los únicos
problemas vendrían a ser la dieta y una sola costumbre que no me gusta, porque
es muy delicado en general: sólo come carne picada y se rasca las pulgas
delante de la gente.
en Relatos reunidos, 2012
2 comentarios:
Es el escrito más bello que he leído sobre el mejor amigo del hombre!
Muy respetable! Sigo apostando al humano ( quedan)
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