En
la isla a veces habitada de lo que somos,
hay
noches, mañanas y madrugadas
en
las que no necesitamos morir.
Entonces
sabemos todo lo que fue y será.
El
mundo aparece explicado definitivamente
y
nos invade una gran serenidad,
y
se dicen las palabras que la significan.
Levantamos
un puñado de tierra
y
lo apretamos entre las manos.
Con
dulzura.
Ahí
se encierra toda la verdad soportable:
el
contorno, el deseo y los límites.
Podemos
decir entonces que somos libres,
con
la paz y la sonrisa de quien se reconoce
y
viajó infatigable alrededor del mundo,
porque
mordió el alma hasta sus huesos.
Liberemos
lentamente la tierra donde ocurren milagros
como
el agua, la piedra y la raíz.
Cada
uno de nosotros es de momento la vida.
Que
eso nos baste.
en Poesía completa, 2005
Dedicado a Miguel
Concha, amigo que partió… antes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario