Luego, habitó el silencio; posó simplemente su planta, su vientre, y enmudeció todo movimiento posible, todo respiro. No se movía nada. Era la Pausa, el paréntesis que deja la vida para encogerse en sí misma y tener así un instante de freno, de ahorro de fuerzas, que le permitirá surgir con una riqueza nueva o sufrir una anulación de sí para siempre: un hueco profundo en realidad, sin fondo, en el alma del hombre. No estaban ni siquiera las preguntas que hubiera deseado que aparecieran. Era algo previo a todo ello, a toda intención humana. El hombre se dejó caer en el tronco cortado que hacía de asiento cavernario en el cuarto, y permitió (aunque no se puede decir siquiera “permitió” porque no tenía la alternativa de ofrecer resistencia) que Eso fundara sus raíces en toda su alma. Después de un momento se sorprendió al escuchar que hablaba su voz, que decía frases arrancadas del pozo que era él adentro, de la caverna que lo habitaba y envolvía. “Se saldó la cuenta. Ya está concluido el asunto”, dijo el sonido bronco que raspaba su garganta con limaduras incontenibles; las palabras salieron empujándose unas a otras en apretado desbande como una desorientada algazara de buitres.
El otro yacía en el suelo, de bruces, frío. Mostraba la aplastante presencia que manifiesta la imposibilidad de todo acto, de toda pasión, de todo miedo. Las suelas de sus botines estaban completamente destrozadas por el trajín desesperado. La barba desgreñada se hundía en un charco de sangre, su propia sangre.
1970
No hay comentarios.:
Publicar un comentario