Neoconceptualismo.
Ensayos, es
el segundo volumen de un proyecto o programa denominado “neoconceptualismo
literario”, propuesto por Carlos Almonte y Alan Meller en un volumen anterior,
titulado Neoconceptualismo: El Secuestro
del Origen, que fue editado el año 2001 y que tenía la naturaleza de un
libro más bien de creación. Este segundo volumen recoge respuestas críticas
creativas de académicos y escritores frente a las obras y planteamientos teóricos
de Almonte y Meller contenidos en el primer volumen.
1. Primer
volumen de Neoconceptualismo
El primer volumen del Neoconceptualismo no parece una
publicación de arte radical, lo que contribuye mucho a la verosimilitud de su
aporte, que no sufre desmedro por exceso de pose o adorno. Es radical-radical,
así como el jugo puro de frutas: natural-natural, sin azúcar ni aditivos de
moda. Para comprender en líneas generales ese libro, recomiendo leer, en el
segundo volumen que ahora se presenta, el texto de Carlos Soto Román, que lo
sitúa muy bien en un marco contemporáneo internacional, y por supuesto el de Riccardo
Boglione, que es fundamental para poner todo esto en perspectiva.
En el primer volumen, Almonte y
Meller hacen bien lo que se proponen: definir y validar la apropiación como un
procedimiento creativo de escritura. Y lo hacen sin esconder el truco, que se
explica desde el principio y se contextualiza en primera persona. El texto
inicial, titulado “El Jardín del Plagio”, la sección de citas de otros autores,
y el colofón, dejan muy claro en pocas palabras de qué se trata el ejercicio.
Además, en el primer volumen no se
pide al lector salir a investigar las fuentes ocultas o develar intrincados
misterios bibliográficos, porque todos los textos mencionan la fuente con la
que fueron compuestos. Se exponen abiertamente, y eso hace lucir mucho el
trabajo artesanal de los autores, Almonte y Meller, llevando a cabo lo que
ellos llaman “costuras”, o uniones entre fragmentos distintos, las que
-sostienen con mucho purismo formal- deben ser invisibles.
Hay mucho arte en ese primer Neoconceptualismo. Su arte está en el
collage virtuoso y erudito, la fluidez de las narraciones, poemas y manifiestos
armados con palabras ajenas y, sobre todo, la invisibilidad de las costuras que
los unen. Al quedar todo explicado y referenciado, eso sí, sus piezas no
alcanzan a ser objetos, sino que siguen siendo textos. El fragmento aislado,
reordenado o recontextualizado, sí es un objeto individual.
Pero el primer volumen de Neoconceptualismo reúne la historia
completa en un tomo: la obra creada -vía apropiación y urdimbre- su definición
conceptual y el señalamiento de su genealogía. Es un “pack” autovalente. Una
verdadera defensa judicial con pretensiones, argumentos y pruebas. David
Wallace usa el término “judicializar” a propósito de cómo los autores defienden
su corpus literario. Yo me refiero a la estructura del libro. Está hecho como
se prepara un caso.
El primer Neoconceptualismo tiene, en ese sentido, la pretensión no menor de
ser un objeto fundacional de estudio, propósito que sus autores se atreven a
declarar honestamente en sus biografías del segundo volumen, donde figuran como
co-fundadores del “Neoconceptualismo”, lo cual datan en el año 1996 en la “Nota
de los Editores” que abre esta edición (pág. 7 de Neoconceptualismo. Ensayos). No es que se atribuyan la autoría de
la técnica, quizás sí del término, pero en todo caso de un movimiento, que
denominan “neoconceptualismo literario”. Debo confesar que esa claridad de
propósitos me asusta un poco. Pero, como sea, lo hacen seriamente y sin
rimbombancia.
En el primer volumen, Almonte y
Meller exploran un procedimiento de escritura que otros han usado desde
antiguo, como nos enseñan los propios autores y algunos de los ensayistas del
segundo volumen (por ejemplo Cinzano, págs. 18-19; y Cussen, págs. 133-144). Los
autores desarrollan ese método en extenso con una obra omnicomprensiva hecha
con destreza y en la cual además explican lo que hacen, con lucidez y
discreción. Su trabajo es de genuino laboratorio científico. Experimento +
análisis del experimento + publicación de las conclusiones. En definitiva lo
importante es el método, más que la obra, parece decirnos el Neoconceptualismo.
Tal declaración es muy desafiante, atractiva, peligrosa y crucial en el arte y
la literatura hace mucho tiempo. Y ciertos temas exigen ser trabajados desde
ese lugar.
De esta manera, el primer volumen
del Neoconceptualismo es arte y
ensayo a la vez. Arte y ensayo radical-radical.
“No es de dónde sacas las cosas, es
adónde las llevas”, dice Jean-Luc Godard en uno de los aforismos del final del
segundo volumen. Me parece que esta frase se aplica plenamente al
Neoconceptualismo. Lo digo por lo lejos que han llevado su proyecto Almonte y
Meller, y también por el desafío que tiene de ahora en adelante la escritura de
estos sofisticados autores.
2. Segundo
volumen del Neoconceptualismo
Me habría gustado poder honrar la
invitación que me hicieron a contribuir con un ensayo para este segundo
volumen, pero otras obligaciones menos atractivas me lo impedían en ese
momento. Por eso agradezco mucho que me hayan dado esta segunda oportunidad de
decir algo sobre este fascinante proyecto.
Ambos volúmenes de Neoconceptualismo son editorialmente muy
espartanos. Parecen libros de ensayos de editorial francesa. El segundo lo es
casi enteramente. El primero es un libro más bien de creación. Desde la portada
en adelante, ninguno de los dos tiene elementos cuya única función sea
decorativa ni una pretensión estética sobredimensionada. De hecho, de alguna
forma, el neoconceptualista reniega de la pretensión estética, lo que por
cierto no le vamos a creer, pero es importante entender ese planteamiento como
vocación de sobriedad formal, porque se constituye en un freno al exceso y al
enmascaramiento que mucho mal arte persigue a través de realizar su propia
exégesis teórica.
El segundo volumen de Neoconceptualismo reúne perspectivas
distintas de un número importante de variados ensayistas, incluidos los propios
autores del primer volumen Almonte y Meller, además de dos de los exponentes
más sólidos de la escritura conceptual en Latinoamérica: Riccardo Boglione y
Carlos Soto Román.
Es notorio también el aporte del
nuevo editor que se suma a los fundadores, Felipe Cussen, en el diseño de un
conjunto teórico que observa desde distintos ángulos el primer volumen del Neoconceptualismo, algunos desde parapetos
teóricos y otros desde el campo traviesa de la intuición, dejando claro que se
trata de un asunto que tiene mil aristas y cientos de capas por investigar.
Así, esta segunda entrega de Neoconceptualismo
consolida un nuevo grado de profundidad en el trabajo en progreso de explicarse
a sí mismo.
3. Un nuevo
alfabeto hecho de todo lo escrito
Hasta ahora hemos vivido en la época
del alfabeto. Desde no antes del 1500 a. C., a lo sumo, la humanidad cuenta con
algún tipo de alfabeto que le permite escribir.
Las letras de ese alfabeto, de los
alfabetos griegos y latinos quiero decir, provienen de la apropiación,
recontextualización, resignificación y estilización de los jeroglíficos
egipcios, que son imágenes dibujadas para representar sonidos vocalizados -palabras
usualmente- con que los escribanos egipcios “transcribían”, si puede decirse
así, las cosas del mundo. Todo esto lo aprendí hace unos días en una clase
sobre el origen del alfabeto, dictada por Beltrán Mena en el Diplomado en
Tipografía de la Universidad Católica de Chile.
Nuestras letras surgen de un
trasvasije que dicen que sucedió de esta manera: comunidades canánicas que
vivían libres pero sometidas en Egipto inventaron un primer alfabeto poco antes
del año 1000 a. C., “mal usando” los jeroglíficos egipcios, estilizándolos y
dando a cada signo como nombre y uso el sonido de la primera letra de la
palabra a la que aludía la imagen de ese jeroglífico, pero de la palabra en su
propia lengua canánica, no de la palabra en egipcio a la que correspondía ese
jeroglífico.
Así, las primeras letras que dieron
origen a los alfabetos occidentales surgen de la apropiación de un signo: el
dibujo de lo que era un jeroglífico. Luego, el signo se hizo abstracto y pasó a
denominar el primer sonido de la palabra con que se conoce oralmente esa cosa
del mundo representada por el respectivo jeroglífico. De ese proceso de
apropiación y evolución proviene la forma en que escribimos. Y de esa manera,
por ejemplo, la letra A viene del jeroglífico egipcio que representa la cabeza
de buey, que se dice “alp” en la lengua canánica, el que progresivamente se fue
abstrayendo y la cabeza quedó invertida. La M es el símbolo del agua de los
jeroglíficos egipcios. Y en las lenguas canánicas la palabra agua empezaba con
eme: Mu. Por eso la letra tiene ese sonido: mm.
Sin embargo, al parecer hemos
llegado a un momento en que todo lo ya escrito nos abruma y exige una mirada
más atenta. Parece que el alfabeto ya no es suficiente como caja de
herramientas de escritura. Estamos observando una especie de nueva
alfabetización. Ya no de la letra sino de la frase y el fragmento. La escritura
misma ha pasado a ser un objeto de la realidad, un objeto revelador de nuestra
realidad y no sólo una técnica para describir o representar nuestra realidad.
La escritura se representa a sí misma y a través de esa representación la
reconocemos y escrutamos.
O quizás es cierto que la escritura
desde la página en blanco es una quimera. Quizás el único que ha escrito
realmente desde cero fue ese esclavo semita sacando turquesas desde las minas
del horrible Sinaí en Egipto hacia el año mil y tantos a. C., cuando escribió
el nombre de una diosa con su inventado alfabeto acrofónico, a modo de
plegaria, sobre una vasija que hoy se custodia en el Museo Británico. Todo el
resto que le siguió… no hacemos más que reescribir lo que ya fue escrito antes.
Cuesta aceptarlo con la vanidad de quien se pretende un “creador”, pero no es
inexacto. Esta idea es señalada en reiterados pasajes de textos incluidos en el
libro. Especial interés tiene al respecto el ensayo del mismísimo Alan Meller.
Pero es innegable que actualmente
existe una necesidad de interrogar lo que hemos escrito con nuestro alfabeto,
de exponerlo tal cual es, pero situado en otro contexto. Muchos estamos practicando
métodos que producen ese efecto.
4. El sentido
de practicar una escritura neoconceptual
La pregunta es para qué hacerlo
deliberadamente, hasta el hartazgo inclusive, si eso ocurre de todas maneras
cada vez que escribimos. Por qué es importante llamar la atención sobre ese
aspecto de la escritura a estas alturas de la evolución de la humanidad. Por
qué es importante hacerlo hoy.
En su ensayo, Ramón Oyarzún sostiene
que “la forma del orden del mundo es conocida por lo escrito sobre el mundo”.
Yo diría, “por lo escrito ‘en’ el mundo”. En mi opinión, Valentina Montero y
Sergio Caruman Jorquera dan en el clavo en este punto. Montero constata que “el
amplio espectro de información disponible, atrapada en la red o flotando en la
nube, redibuja las fronteras de la creación de manera inaudita”, y acto seguido
se pregunta “qué sentido tendría hoy la creación de obras”, señalando que
quizás lo necesario hoy es “la creación de sentido a lo que ya existe”.
Por su parte, Caruman indica que “es
dentro de la lengua donde la lengua debe ser combatida, descarriada: no por el
mensaje del cual es instrumento, sino por el juego de las palabras cuyo teatro
constituye [...]. Las fuerzas de libertad que se hallan en la literatura
[dependen] del trabajo de desplazamiento que se ejerce sobre la lengua”. Mención
aparte merece Caruman por haber entendido tan bien el asunto proponiendo dos
ensayos que operan como ejercicio concreto de la hipótesis que plantea,
permitiéndose una mirada entusiasta y acto seguido una escéptica.
Así, después de poco más de tres
milenios escribiendo, la palabra, la escritura, ha pasado a ser otro objeto más
de la realidad que exige ser expuesto, representado, descrito y conceptualizado
por la vía de su apropiación y re contextualización, tal como lo hizo ese
esclavo cananeo en la mina del Sinaí al transformar jeroglíficos en letras para
poder escribir el nombre de una diosa. De ahí la necesidad, la importancia y la
eficacia de la apropiación como procedimiento de escritura en nuestros tiempos.
Borges lo imaginaría fácilmente:
todo el universo de lo escrito transformado por decisión individual en un
inmenso alfabeto de frases, no letras; una “matrix” de párrafos y términos
disponibles para ser urdidos y expuestos… ¿Con qué propósito?
Una opción: para darles sentido.
Otra opción, que me parece clave y
urgente, para mostrar su sinsentido: la denuncia, la delación del lugar común,
de la cursilería, de los lenguajes del poder, del derecho, la economía, los
estudios culturales, la psicología, el deporte, la farándula, las ciencias, el
amor. Todo lo que ha sido banalizado por la palabrería y el palabrejismo. La funa de los centros de poder lingüístico
destinados al control de la audiencia, del consumidor, del estudiantado, de la
hinchada o del electorado, como quiera llamársenos cuando se alude a muchos y a
ninguno en especial. Para ese objetivo en particular, la apuesta conceptualista
anglosajona me parece más eficaz, porque, como explica Boglione en su ensayo,
no se enclaustra en el uso como fuente sólo de textos literarios, como propone
el “neoconceptualismo literario”.
De esta manera, la práctica de
samplear, montar y urdir textos ajenos, cualquiera sea su origen, literario o
no, tal como otros procedimientos de escritura contemporáneos, permite ejercer
la denuncia en un terreno gravitante para todos, el lenguaje, develando sus
códigos de uso y abuso, lo que es fundamental tener en cuenta para no perder de
vista que, parafraseando uno de los aforismos de Gauguin incluido en este
libro, la literatura es plagio y revolución.
Este texto
fue leído por el autor en el lanzamiento del libro Neoconceptualismo. Ensayos,
en el Instituto IDEA de la USACH el 7 mayo del 2015
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