domingo, octubre 18, 2015

“El vino triste”, de Cesare Pavese








Lo difícil es sentarse sin hacerse notar.
Lo demás viene por añadidura.
Un par de tragos y regresan las ganas de pensar a solas.
Aparece un fondo de zumbidos distantes,
las cosas se tornan difusas y resulta un milagro
haber nacido y poder mirar el vaso.

El trabajo
(el hombre solo no puede no pensar en el trabajo)
vuelve a ser el antiguo destino
de que es bello sufrir para poder pensarlo.
Después, los ojos miran al vacío,
dolientes, como agujeros invidentes.
Si este hombre se levanta
y va a dormir a su casa,
parece un ciego que perdió el camino.

Cualquiera puede salir de una esquina
y molerlo a golpes.
Puede surgir una mujer y tenderse en la calle,
joven y hermosa, bajo otro hombre, gimiendo
como en otro tiempo una mujer gemía con él.
Pero este hombre no mira. Se va a su casa a dormir
y la vida no es más que un zumbido de silencio.
Desvestido, este hombre muestra
miembros extenuados
y una cabellera brutal, alborotada.

¿Quién diría que a este hombre
lo recorren tibias venas donde un tiempo
la vida quemaba?
Ninguno creería que en otros tiempos
una mujer acarició ese cuerpo y lo besó,
ese cuerpo tembloroso, empapado de lágrimas,
ahora que el hombre, en su casa,
intenta dormir sin lograrlo y gime.


1934

en Poesías completas, 1995







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