jueves, octubre 01, 2015

“El miedo, la angustia y la soledad”, de Franz Kafka








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Una cierta pesadez le impide levantarse, un sentimiento de seguridad ante cualquier imprevisto, la visión de un lecho que le ha sido preparado y le pertenece. Sin embargo, una intranquilidad que le expulsa del lecho le impide seguir yaciendo con sosiego.
(en Descripción de una lucha)




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Vivo con mi familia, entre seres excelentes y dignos de ser amados, como un extraño entre extraños.
(A Felice Bauer)




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Hundimiento, imposibilidad de dormir, de permanecer despierto; imposibilidad de soportar la vida o, con mayor precisión, de soportar el sucederse de la vida. Los relojes no coinciden, el reloj interno acelera de una manera diabólica o satánica, en todo caso inhumana; el externo avanza atascándose, con su marcha habitual.
(Diarios)




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Me aislaré de todos hasta la inconsciencia. Me enemistaré con todos, no hablaré con nadie.
(Diarios)




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6 de julio. Una y otra vez el mismo pensamiento, la ansiedad, el miedo. Pero más tranquilo que en otras ocasiones, como si se estuviera preparando un gran progreso, cuyo temblor lejano ya siento. He dicho demasiado.
(Diarios)




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Soy un enfermo mental, la enfermedad pulmonar es sólo un desbordamiento de la enfermedad mental.
(A Milena)




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Incapaz de vivir, de hablar con seres humanos. Completo ensimismamiento, un pensar exclusivamente en mí mismo. Apático, falto de ideas, angustiado. No tengo nada que decir, nunca, a nadie.
(Diarios)




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Estamos abandonados como niños extraviados en el bosque. Cuando permaneces ante mí y me miras, qué sabes tú de los dolores que hay en mí y qué sé yo de los que hay en ti. Y si yo me arrojara a tus pies y llorara y te contara, qué sabrías más de mí que del infierno, si alguien te hubiese dicho que allí hace calor y es un lugar espantoso. Sólo por eso los seres humanos deberíamos mostrarnos entre nosotros tan respetuosos, tan pensativos y amantes como si estuviéramos ante las puertas del infierno.
(A Oskar Pollak)




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Probablemente notarás que no duermo desde hace unas noches. Es simplemente el «miedo».
(A Milena)




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Insomnio. Ya la tercera noche seguida. Me duermo con facilidad, pero despierto transcurrida una hora, como si hubiera introducido mi cabeza en el agujero erróneo. Estoy completamente despierto…, ante mí está de nuevo el trabajo de dormirme y me siento rechazado por el sueño.
(A Milena)




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Dos niños que estaban solos en una habitación se introdujeron en un gran baúl; la tapa cayó, no pudieron abrir y se ahogaron.
(Diarios)




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Es evidente que estoy siendo atacado, tanto por la izquierda como por la derecha, por enemigos demasiado poderosos y no puedo huir ni hacia la derecha ni hacia la izquierda.
(Diarios)




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Ahora soy más inseguro de lo que jamás fui. Sólo siento la violencia de la vida. Y estoy en un vacío sin sentido. Realmente soy como una oveja perdida en la noche que vaga por la montaña, o como una oveja que sigue a esa oveja.
(Diarios)




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No es miedo ante el viaje; peor, es un miedo general.
(A Felix Weltsch)




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Quizá te darás cuenta de que mezclo al escribir lo necesario y lo innecesario, y eso tiene su motivo bueno y malo. Prescindiendo del resto, lo que me conduce al Georgental (la alegría de compartir un poco la vida con vosotros; permanecer en la cercanía de tu trabajo; disfrutar algo del periodo de Zürau, que ha desaparecido definitivamente con todo lo que yo era antaño; ver un poco de mundo y convencerme de que en otros lugares hay un aire respirable —precisamente para mis pulmones—, un conocimiento que no hará que el mundo avance, pero que tranquiliza un deseo corrosivo). Prescindiendo de todo esto hay un motivo extraordinariamente importante por el que viajo: mi miedo. Tú podrás, ciertamente, imaginarte este miedo de alguna manera, pero no podrás llegar hasta lo más profundo de él, eres demasiado valeroso para eso. Tengo, dicho sinceramente, un miedo espantoso al viaje, naturalmente no precisamente sólo ante este viaje, sino ante cualquier cambio. Cuanto mayor sea el cambio, más grande es el miedo. Pero eso sólo es proporcional. Si me limitase a las transformaciones más nimias —algo que la vida no permite—, el traslado de una mesa en mi habitación se convertiría definitivamente en un suceso no menos espantoso que el viaje al Georgental. Por lo demás, no sólo el viaje al Georgental es horrible, también lo será el regreso. En el último y en el penúltimo motivo se trata sólo de miedo a la muerte. En parte también se trata del miedo a llamar la atención de los dioses. Si continúo viviendo aquí, en mi habitación, el día transcurre con la misma regularidad que los otros; debo, naturalmente, cuidar de mí mismo, pero la cosa ya funciona, la mano de los dioses mueve mecánicamente los hilos. Es tan bello, es tan bello pasar inadvertido. Si hubiera un hada en mi balanza, sería el hada «pensión». Pero abandonar ahora este bello curso de las cosas, dirigirme hacia la estación bajo el gran cielo libre con el equipaje, traer el caos al mundo, con lo que sólo se consigue advertir el propio caos interno, todo eso es horrible. Y, sin embargo, tiene que suceder así. Debería —no podría durar demasiado— «desaprender» la vida. Entonces, entre el quince y el veinte. Saludos a todos…
(A Oskar Baum)




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No es miedo al Georgental, donde, tan pronto llegara, la misma noche, seguro que me habituaría. No es tampoco una voluntad débil, que exige que la decisión sólo se produzca cuando la razón lo ha calculado todo, lo que es, la mayor parte de las veces, imposible. Aquí se trata de un caso límite, en el que la razón puede realmente calcular y siempre llega al mismo resultado: que debo viajar. Más bien es miedo ante el cambio, miedo de dirigir la atención de los dioses hacia mí al realizar una acción demasiado grande para mis circunstancias.
(A Max Brod)




en Aforismos, visiones y sueños, 1998










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