Constantemente repito que se necesitaron dos siglos de
Provenza y uno de Toscana para desarrollar los instrumentos que utilizó Dante
en su obra maestra, y que fueron necesarios los latinistas del Renacimiento y
la Pléyade, además del lenguaje colorido de su propia época, para preparar los
instrumentos de Shakespeare. Es de enorme importancia que se escriba gran
poesía, pero no importa en absoluto quién la escriba.
Si algo se expresó de una manera definitiva en la Atlántida
o en la Arcadia, en el año 450 a. C., o en el 1290 de nuestra era, no nos toca
a los modernos decirlo de nuevo ni empañar la memoria de los muertos diciendo
lo mismo pero con menos habilidad y convicción. En cada época uno o dos genios
descubren algo y lo expresan. Puede estar solo en una o dos líneas, o en alguna
cualidad de una cadencia, y después veinte o doscientos o dos mil o más
seguidores repiten y diluyen y modifican.
La gran literatura es sencillamente idioma cargado de
significado hasta el máximo de sus posibilidades. Tal como en medicina existen
el arte de diagnosticar y el arte de curar, también en las artes, y en las
artes particulares de la poesía… existe el arte de diagnosticar y el de curar.
Uno persigue el culto de la fealdad y el otro el culto de la belleza. La
mayoría de los llamados poetas mayores han regalado su propio don, pero el
término de “mayor” es más bien un regalo que les hace Cronos a ellos. Quiero
decir que han nacido justamente a su hora y que les fue dado amontonar y
arreglar y armonizar los resultados de los trabajos de muchos hombres.
En el verso algo le ha sucedido a la inteligencia. En
la prosa la inteligencia ha encontrado un objeto para sus observaciones. El
hecho poético preexiste.
Los artistas son las antenas de la raza. … digamos que
los escritores de un país son los voltímetros y los manómetros de la vida
intelectual de la nación. Son los instrumentos registradores, y si falsifican
sus informes no hay límite al daño que pueden causar. El mal arte es un arte
inexacto. Es arte que rinde informes falsos.
Toda crítica debería ser aceptadamente personal. Al
final de cuentas el crítico sólo puede decir “me gusta” o “me conmueve”, o algo
por el estilo. Cuando se nos ha mostrado a sí mismo, podemos comprender lo que
quiere decir. Todo crítico debería dar información acerca de las fuentes y
límites de su conocimiento.
Sugiero mandar al diablo a cuanto crítico emplee
términos generales vagos. No sólo a los que usan términos vagos por ser
demasiado ignorantes para tener algo que decir, sino también a los críticos que
emplean términos vagos para ocultar lo que quieren decir, y a todos los críticos
que emplean los términos tan vagamente que el lector puede creer que está de acuerdo
con ellos o que asiente a sus afirmaciones cuando de hecho no es así. Haz que un
hombre te diga antes que nada y en especial qué escritores piensa que son
buenos escritores; después se pueden escuchar sus explicaciones.
La única crítica realmente viciada es la crítica
académica de los que hacen la gran renuncia, que se niegan a decir lo que
piensan, si es que piensan, y que citan las opiniones aceptadas… Su traición a
la gran obra del pasado es tan grande como la del falso artista del presente.
Si no les importa lo suficiente la herencia como para tener convicciones
personales, no tienen derecho a escribir.
No hagas caso de la crítica de quienes nunca hayan
escrito una obra notable.
Usar tres páginas para no decir nada no es estilo, en
el sentido serio de la palabra.
No repitas en versos mediocres lo que ya se haya dicho
en buena prosa. No creas que se puede engañar a una persona inteligente
esquivando las dificultades del inefablemente difícil arte de la buena prosa
mediante el artilugio de fraccionar la composición en versos. Lo que hoy aburre
al entendido, aburrirá al público mañana.
Déjate influir por cuantos grandes artistas sea
posible, pero ten la decencia de reconocer plenamente la deuda o, si no, trata
de ocultarla. Que el aprendiz se llene la cabeza con las mejores cadencias que
pueda descubrir, preferiblemente en un idioma extranjero, para que el
significado de las palabras tenga menos posibilidades de distraer su atención
del movimiento del verso.
No te imagines que algo “saldrá bien” en verso sólo
porque resulta pesado en prosa. La poesía es un centauro. La facultad pensante,
estructuradora y aclaradora de las palabras debe moverse y saltar con las
facultades energizantes, sensitivas y musicales. Es precisamente la dificultad
de esta existencia anfibia lo que mantiene bajo el número de buenos poetas de quienes
se tiene noticia.
Es cierto que la mayoría de la gente poetiza más o
menos, entre los diecisiete y los veintitrés años. Las emociones son nuevas, y
para su dueño, interesantes y no hay mucha personalidad o mente que mover.
Conforme el hombre, conforme su mente, se vuelve una máquina más y más pesada,
una estructura cada vez más complicada, necesita de un voltaje cada vez mayor de
energía emotiva para adquirir un movimiento armónico… En el caso de Guido, su obra
más fuerte se da a los cincuenta. La poesía más importante la han escrito
hombres de más de treinta.
Citando mal a Confucio, se podría decir: No importa que
el autor quiera el bien de la raza o que actúe simplemente por vanidad
personal. El resultado se produce mecánicamente. En la medida en que su obra es
exacta, es decir, fiel a la conciencia humana y a la naturaleza del hombre, en
la medida en que formula con exactitud el deseo, será duradera y será “útil”,
quiero decir que mantiene la claridad y precisión del pensamiento, no sólo para
el beneficio de algunos diletantes y “amantes de la literatura”, sino que mantiene
la salud del pensamiento fuera de los círculos literarios y en una existencia
no literaria, en la vida general comunal e individual.
Originalmente en Literary essays of Ezra Pound, 1954
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