martes, julio 14, 2015

“El azar”, de Jorge Galán








En las cortinas el viento elabora palabras delicadas
y es como si a través de la seda se volviera visible lo invisible.
La ciudad se ha reducido a un murmullo lejano.
El día es gris. La calle se ha tornado más larga. Volteo
y la veo andar como si nada sucediera,
como si todo fuese cotidiano, como si su espalda y mi boca
hubiesen pronunciado discursos semejantes.
Ella no me presiente. Me confunde
con la brisa sombría que baja desde el frío, no voltea,
no mira la silueta que atrás, en la ventana,
retrocede hacia un sitio repleto de temblor y de invierno.
Ahora vemos pasar una misma paloma sobre los mismos autos.
Escuchamos un trueno lejano. Bajo el trueno, la lluvia.
Su rostro recreado en mis ojos es como el alba recreada
en los ojos del hombre primigenio: algo sin nombre, puro
como solo el primer asombro puede serlo.
Ella se ha detenido. Se acurruca y sus duras pantorrillas,
blancas como conejos muertos blancos, me mostraron el brillo
de algo largamente deseado y no alcanzado.
¿Qué se detuvo a recoger? ¿Qué sostiene en la mano y observa
como quien observa la fotografía encontrada mucho después,
en un cajón perdido, de alguien que ha sido muy amado?
Ya camina otra vez. El día es gris. Se dirige al poniente,
ese sitio implacable donde todo concluye y donde toda
medida de la luz llega a enfrentarse con la sombra.
La veo marcharse calle arriba como quien ve su propia alma
abandonar su cuerpo y ascender y perderse.
¿Por qué no dije nada cuando sé exactamente
lo que debí decir? ¿Cuántos años de espera me acompañan?
El azar o el destino abrió frente a nosotros caminos diferentes.
La he esperado durante mucho tiempo.
Una mano de niebla ha destruido en mi boca toda palabra única.
Su nombre es ese frío que baja en mi garganta.



en La ciudad, 2011












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