Cien millones de emigrantes vagan por el planeta.
Levantan un suave polvo, desde el espacio aparecen
para convertirse en tiempo, una pequeña tormenta
que el viento conduce fielmente.
Cuando llueve levantan sus tazones al cielo.
Duermen con una roca debajo de sus cabezas.
Al amanecer son los primeros en romper el silencio fotográfico.
Han perdido todo sentido de la distancia. Algún tipo de arribo –tardío,
bajo un cielo oscurecido, el olor de millas en sus ropas–
algún tipo de arribo se necesita para decir cuán lejos han viajado.
El crujido de la gravilla en la entrada de autos del vecino.
Él se unirá al camino de esos otros soñadores sedentarios,
los innumerables que han encontrado un hogar sólo para dejarlo.
No hay ninguna buena razón por la que noche tras noche
duerma aquí contigo.
Sólo que aún no ha caído el techo sobre nuestras cabezas.
2001
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