(1952-2015)
Casi
en los descuentos, la librería Metales Pesados y Editorial Planeta decidieron
postularlo al Premio Nacional de Literatura, y si era por meter ruido, lo
consiguieron. Además de escritores como Zambra o Contardo, salieron a apoyarlo
Manuel García, Francisco Papas Fritas y hasta la Brigada Chacón, credenciales
poco académicas que entrarán a la balanza de la cultura oficial. Lemebel está
en la pelea y aunque no se hace de rogar, tampoco se hace el simpático.
Más allá de los
méritos para ganarse un premio, ¿de qué te sientes orgulloso tú como escritor?
¿Sobre qué dirías “yo aporté con esto, valió la pena”?
El orgullo lo encuentro soberbio, por eso nunca
participé en el asunto del Orgullo Gay. Ahora, que algo he aportado en la
producción cultural de este país no lo pueden negar y tienen que reconocerlo, y
si no lo hacen, me da lo mismo, yo sé que inventé un sonido original para mi
caligrafía porra.
¿Qué es para ti la
literatura? ¿Cómo funciona, para qué sirve?
Me ha servido para sobrevivir medianamente digno, para
pagar la salud, que en este puto país es un lujo asiático estar vivo… También
para pagar algunos servicios sexuales de algún taxi boy, también para pagar los
carretes de las amigas colas… Los otros alcances esotéricos literarios se los
dejo a los interesados de la academia.
¿Por qué cierta gente
se entusiasmó tanto con que te ganes el premio? ¿Hay algo en juego, distintas
maneras de vivir la creación o la cultura?
No sé qué tanta gente, no lo tengo claro, solo sé que
me muevo por la ciudad como sirena en un acuario y a ratos hay gente que me
saluda, a ratos fingen no verme o también no me ven porque la sirena se camufla
de gorriona preñada de smog. Cuando hablas de nuevas o distintas maneras de
vivir la creación, creo que solo hay otras subjetividades a veces más reacias
al encanto de la metáfora colipata, y más encandiladas con el mercado de lo gay
práctico y racional.
“Hablo por mi
diferencia”, era el subtítulo de tu Manifiesto en los 80. ¿Hoy es más fácil ser
diferente?
Era la dictadura cuando escribí ese manifiesto. Y
claro, había una sociedad uniformada. Pero ahora la diferencia es una marca, un
look, una consigna trapera. Los distintos se parecen, el partido de los
distintos tiene un uniforme que apesta. Como ciertas palabras que usan las gay
culturales, “heteronormatividad” y esos términos de academia que las locas
chicas recitan fruncidas como si doblaran un disco de la Madonna. Me divierten
y me provoca ternura escucharlas con esa seguridad tembleque que da la lectura
de textos queer. Tener discurso da cierta seguridad, sin duda. En mi tiempo
había que improvisar con la biografía malandra y con el devenir errático y, sin
saberlo, no estábamos tan equivocadas.
“Es marica pero
escriben bien”, decías en el Manifiesto. ¿Esos discursos integristas han
perdido peso o han cambiado de forma?
Como decía Carlos Monsiváis, el ensayista mexicano, el
movimiento homosexual consiguió instalar dos palabras: “gay” y “homofobia”. Y
aunque a mí nunca me gustó la receta yanqui de lo gay, debo reconocer que es un
logro de la maricada homo dance. Con respecto a los discursos integristas o no,
erráticos o asertivos, hay que aplaudir que los gays se comprometan con otros
temas y hagan causa común con el tema mapuche o el aborto por ejemplo, más allá
de sus preocupaciones fashion.
Cuando alguien dice
que Pedro Lemebel “es lejos el mejor escritor homosexual”, ¿es un halago o una
falta de respeto?
Las dos cosas. Por un lado me molesta cuando lo dicen,
pero cuando lo niegan y me meten en el mundo aséptico, asexuado, apolítico de
la literatura sin apellido, me molesto y me sale la loca india.
¿Y cuál es la clave para hablar por la diferencia sin convertirla en un fetiche progresista, ni en un argumento de autoridad moral?
Sin ser teórico del tema, creo que hay que perder el
terror a ser cooptado, dejar de andar pisando huevos por el temor a ser
indiscreto con la consecuencia. Pero es un tema ontológico este de la
diferencia, generalmente le huyo a ese discurso para cuatro monos sabios y
prefiero contestar que no revelo las claves en una entrevista. Hay que
buscarlas en mis textos, si es que las hay.
¿Te interesa lo que
está pasando hoy con la contracultura artística? ¿Existe esa contracultura?
Hay ciertas formas de cultura que subsisten en este
sistema donde lo cultural es un comercial de bajo rating. Pero me interesan
ciertas cosas que pasan, cierta escena bizarra de la performance, algún
esfuerzo de editorial alternativa por difundir poesía, algunas canciones de
Chinoy, de Evelyn Cornejo, en literatura algunos chicos buenos que se creen
malos, el teatro confitado me da lata, Papas Fritas en la plástica la lleva…
Pero en general hablar de cultura es un largo bostezo.
¿Te entusiasmó la
intervención de Papas Fritas quemando los pagarés de la U del Mar? Más allá del
hecho mismo, ¿lo tomas como señal de algo nuevo?
Me encantó el gesto de quemar esas mierdas de pagarés.
A Papas lo conozco hace rato y creo que su trabajo es un potente signo
confrontacional, pero no me gusta ponerle la etiqueta de “nuevo”, eso sería
encajonarlo en lo juvenil, y él es más que eso.
¿Hoy es más difícil
meterle miedo a la gente en Chile?
El miedo de perder en el Mundial le dio pega a muchos
sicólogos. El miedo se infiltró en el patrón genético desde la dictadura, hoy
los chilenos lo disfrazan de seguridad neoliberal, pero el miedo se permea en
el cotidiano, hay miedo en el ascensor, en el rincón oscuro, en la noche
púrpura del desamparo. El miedo al otro es una paranoia que se vive
hipócritamente, con esa fingida tolerancia al inmigrante mestizo. Las
sociedades llevan por mucho tiempo esas paranoias y cicatrices.
Si existieran hoy las
Yeguas del Apocalipsis, ¿qué estarían haciendo?
Las Yeguas existieron en un contexto histórico donde
había un baldío en el tema homosexual, era un discurso huérfano, un habla en
extinción. Nos autonombrábamos como las últimas locas del fin del mundo. Ahora
ese discurso estalló en muchas direcciones, fue heredado por muchos militantes
gay y artistas colizas que siguen produciendo bien o mal… quemando clósets o
tejiendo los condones de la jodida post transición.
Pero hay cierto debate
entre algunos que echan de menos esa movida de fines de los 80 y comienzos de
los 90, y otros que creen que sus protagonistas se pusieron rancios, o se
fueron en la personal…
Ese debate no me apasiona. Que otros discutan o evalúen
lo que fue eso. Las Yeguas y otra gente lo hicimos y quedamos estampados para
la posteridad. Aunque a muchos les pese y no nos reconozcan estamos en la
historia del arte latinoamericano.
Signos
bajo la lengua
¿Significaría algo
para ti recibir el Premio Nacional de Literatura?
Ya me dieron el Premio Iberoamericano José Donoso, pero
no creo poder acceder al Premio Nacional porque hay gente postulando con más
talento y una obra maciza, más cabrona o más cabezona. Lo mío es instalar la
posibilidad de otras hablas más callejeras.
Pero a partir de esas
hablas inventaste un lenguaje literario que no existía. ¿Cómo nació ese
lenguaje, de dónde?
De alguna manera es una estrategia escritural, son
signos bajo la lengua que se permean desde la biografía proletaria, el alarido
materno en la noche del desastre, el invierno y su quiltraje friolento, la
pobreza y su prostibularia melancolía. En fin, son construcciones guturales, o
alaridos del desespero.
¿Escribías desde niño?
Nadie nace escribiendo, es más, tenía cierta alergia
con la letra escrita, aprendí tarde a leer y a escribir. Aprendí de grande, a
la fuerza, con fórceps. Aún tengo miles de faltas ortográficas, debe ser mi
herencia india que se niega a la colonización escrita.
¿Todo lo que escribes
es, en alguna medida, político?
El gesto escritural siempre es político en todo su
mayor y rabioso sentido.
¿Te gusta sentirte
“escritor”, o sientes distancia de ese concepto?
La gente cuando me reconoce en la calle me confunde con
un peluquero o actor o alguien que creyeron ver alguna vez en una revista de
peluquería. Y yo dejo que se queden con esa impresión. Es bello perder el
rostro, confundirse en el marasmo urbano.
¿A quién le escribes,
entonces?
En el momento de escribir, quizás de madrugada,
despertando de una pesadilla, escribo como si le mandara una carta a algún
destinatario posible o imaginario. El gesto mismo de escribir ya es una mano
extendida hacia el lugar de la comunicación, no podría negarlo. Es una mano o
un puño extendido como arenga, como bofetada o caricia también. Escribo a
partir de una música, de un verso o de un grafiti que leí o escuché en la
calle, algo que me importa eso sí, por eso no escribo por encargo.
¿Y a quién no le
escribes? ¿Existe esa gente?
A veces en mis presentaciones digo “bienvenidos todos,
menos los fachos”… Algunos se van, otros se quedan piolita haciéndose los
lesos. La letra me sale como una daga a veces, otras como un guante de áspero
terciopelo, otras veces con la suavidad de un condón de seda. ¿Y el
destinatario?, pues quien recoja el guante o el condón de seda.
¿Y hasta dónde te
expones tú? ¿Hay un límite que te cueste cruzar?
Hay libros en los cuales he escrito a poto pelao, Adiós mariquita linda fue un libro que
ahora se está reeditando y son las crónicas que publiqué en el Clinic hace años,
cuando éramos irreverentes y delincuentes de la letra sin censura. Hay otros
libros que tienen mayor mesura, de vieja, me puse más miedosa, haciéndome la
“yo no”.
¿Qué crónica o texto
tuyo te gustaría que leyera todo el mundo?
Me da lo mismo si me leen o no… igual les va a llegar
la sombra de esta letra quemada. Pero si tuviera que decidir sobre la lectura
de mis textos, serían los de las víctimas de la dictadura: Ronald Wood, Karen
Eithel, Carmen Gloria Quintana, Pisagua, etc. Y creo que en los colegios se
debería leer “Margarito” como parte del programa. El Manifiesto ahora es una
obra plástica y está en la colección del Museo Reina Sofía y ya se conoce
demasiado… Hay una travesti que lo recita en los buses de San Salvador en
Centroamérica, también hay una versión cantada, en fin, las cosas corren a
pesar de los detractores.
¿Escribir te ha
servido más para luchar o para querer?
Ninguna de las dos, eso es muy romántico… La lucha es
para los hombres y el querer es un gesto vencido a mis años. Quizás escribir
sirvió para deslizarme entre las sábanas del canon literario y contagiarlo de
ironía. Puede que despeine alguna cabeza letrada que hasta hoy se pregunta cómo
es que llegué hasta aquí…
Y la enfermedad, ¿se
te ha metido en la escritura?
No escribo de la enfermedad, no soy masoquista, creo
que el masoquismo es tan gringo, por eso nunca le compré al discurso de los
gays del látigo masoca, ¡nada de dolor, plisss! Ya somos cuerpos de indias
castigadas, para qué más dolor… dejémoselo a Foucault.
Yo
no compro
Después del apagón de
los 90, decías que había apostar a las pequeñas formas de anarquía porque la
pelea institucional estaba perdida.
Y creo que tenía razón al apostar al callejeo, a la
marcha, a la movilización. Nunca tuve fe en la institución y tampoco soy vocero
de ninguna institucionalidad. Tampoco nunca milité en ningún partido ni
movimiento.
¿Estás en la línea que
ha tomado el PC, de empujar por dentro para que haya cambios aunque signifique
entrar al juego de las medidas de lo posible?
No es mi tema, déjaselo a los políticos en la tele…
¿Y te interesa lo que
hacen los activistas pro derechos de homosexuales?
Debiera interesarme, pero me aburre escuchar discursos
de emancipación acartonada. Nosotras las locas de entonces abrimos el tema en
épocas duras, ahora les toca a las chiquillas pop, las chicas más light, con
más discurso, con Face y con un libro de Judith Butler en la cartera Gucci.
¿Pero te importa, por
ejemplo, que se apruebe el Acuerdo de Vida en Pareja?
Debiera ser. A mí no me apasionan las nupcias maruchas,
no soy loca de argolla, me seduce el deseo clandestino, el sexo malandra bajo
los puentes, pero en fin, también es bueno que los gays se casen con su perro
si quieren, están en su derecho.
Hay gente que cree en
la familia, en Dios, en la patria… ¿en qué crees tú?
Hay gente que cree en la utopía social aún vigente, en
las causas por reparar en esta mierda de justicia, en la posibilidad de que
algún día se encuentren los detenidos desaparecidos. Creo en mis amores
políticos del ayer, en la revolución sin apellido, creo que el marxismo no ha
sido superado y mientras exista un monopolio capitalista, o un neoliberalismo
caníbal, el marxismo sigue siendo una posibilidad de sociedad.
¿Crees en la gente?
¿Existe el pueblo de Chile?
Claro que existe el pueblo, y a pesar del
neoliberalismo lucrador, siento latir esa fiebre urbana del descontento
transformador. Si vas a las marchas la puedes sentir, crepita en la molotov,
arde en la protesta, se inflama en la mierda que chorrea del Parlamento…
¡jajaja!
¿Le compras al cura
Berríos?
No sé quién es.
¿A quién le compras?
A nadie. Yo no compro, por lo general robo corazones,
hurto amores… Es más lindo ese gesto que el de comprar, baby.
en The Clinic, 24 de junio de 2014
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