domingo, enero 25, 2015

“Yo no compro, por lo general robo corazones, hurto amores…”. Entrevista a Pedro Lemebel, de Daniel Hopenhayn




(1952-2015)



Casi en los descuentos, la librería Metales Pesados y Editorial Planeta decidieron postularlo al Premio Nacional de Literatura, y si era por meter ruido, lo consiguieron. Además de escritores como Zambra o Contardo, salieron a apoyarlo Manuel García, Francisco Papas Fritas y hasta la Brigada Chacón, credenciales poco académicas que entrarán a la balanza de la cultura oficial. Lemebel está en la pelea y aunque no se hace de rogar, tampoco se hace el simpático.



Más allá de los méritos para ganarse un premio, ¿de qué te sientes orgulloso tú como escritor? ¿Sobre qué dirías “yo aporté con esto, valió la pena”?
El orgullo lo encuentro soberbio, por eso nunca participé en el asunto del Orgullo Gay. Ahora, que algo he aportado en la producción cultural de este país no lo pueden negar y tienen que reconocerlo, y si no lo hacen, me da lo mismo, yo sé que inventé un sonido original para mi caligrafía porra.

¿Qué es para ti la literatura? ¿Cómo funciona, para qué sirve?
Me ha servido para sobrevivir medianamente digno, para pagar la salud, que en este puto país es un lujo asiático estar vivo… También para pagar algunos servicios sexuales de algún taxi boy, también para pagar los carretes de las amigas colas… Los otros alcances esotéricos literarios se los dejo a los interesados de la academia.

¿Por qué cierta gente se entusiasmó tanto con que te ganes el premio? ¿Hay algo en juego, distintas maneras de vivir la creación o la cultura?
No sé qué tanta gente, no lo tengo claro, solo sé que me muevo por la ciudad como sirena en un acuario y a ratos hay gente que me saluda, a ratos fingen no verme o también no me ven porque la sirena se camufla de gorriona preñada de smog. Cuando hablas de nuevas o distintas maneras de vivir la creación, creo que solo hay otras subjetividades a veces más reacias al encanto de la metáfora colipata, y más encandiladas con el mercado de lo gay práctico y racional.

“Hablo por mi diferencia”, era el subtítulo de tu Manifiesto en los 80. ¿Hoy es más fácil ser diferente?
Era la dictadura cuando escribí ese manifiesto. Y claro, había una sociedad uniformada. Pero ahora la diferencia es una marca, un look, una consigna trapera. Los distintos se parecen, el partido de los distintos tiene un uniforme que apesta. Como ciertas palabras que usan las gay culturales, “heteronormatividad” y esos términos de academia que las locas chicas recitan fruncidas como si doblaran un disco de la Madonna. Me divierten y me provoca ternura escucharlas con esa seguridad tembleque que da la lectura de textos queer. Tener discurso da cierta seguridad, sin duda. En mi tiempo había que improvisar con la biografía malandra y con el devenir errático y, sin saberlo, no estábamos tan equivocadas.

“Es marica pero escriben bien”, decías en el Manifiesto. ¿Esos discursos integristas han perdido peso o han cambiado de forma?
Como decía Carlos Monsiváis, el ensayista mexicano, el movimiento homosexual consiguió instalar dos palabras: “gay” y “homofobia”. Y aunque a mí nunca me gustó la receta yanqui de lo gay, debo reconocer que es un logro de la maricada homo dance. Con respecto a los discursos integristas o no, erráticos o asertivos, hay que aplaudir que los gays se comprometan con otros temas y hagan causa común con el tema mapuche o el aborto por ejemplo, más allá de sus preocupaciones fashion.

Cuando alguien dice que Pedro Lemebel “es lejos el mejor escritor homosexual”, ¿es un halago o una falta de respeto?
Las dos cosas. Por un lado me molesta cuando lo dicen, pero cuando lo niegan y me meten en el mundo aséptico, asexuado, apolítico de la literatura sin apellido, me molesto y me sale la loca india.

¿Y cuál es la clave para hablar por la diferencia sin convertirla en un fetiche progresista, ni en un argumento de autoridad moral?
Sin ser teórico del tema, creo que hay que perder el terror a ser cooptado, dejar de andar pisando huevos por el temor a ser indiscreto con la consecuencia. Pero es un tema ontológico este de la diferencia, generalmente le huyo a ese discurso para cuatro monos sabios y prefiero contestar que no revelo las claves en una entrevista. Hay que buscarlas en mis textos, si es que las hay.

¿Te interesa lo que está pasando hoy con la contracultura artística? ¿Existe esa contracultura?
Hay ciertas formas de cultura que subsisten en este sistema donde lo cultural es un comercial de bajo rating. Pero me interesan ciertas cosas que pasan, cierta escena bizarra de la performance, algún esfuerzo de editorial alternativa por difundir poesía, algunas canciones de Chinoy, de Evelyn Cornejo, en literatura algunos chicos buenos que se creen malos, el teatro confitado me da lata, Papas Fritas en la plástica la lleva… Pero en general hablar de cultura es un largo bostezo.

¿Te entusiasmó la intervención de Papas Fritas quemando los pagarés de la U del Mar? Más allá del hecho mismo, ¿lo tomas como señal de algo nuevo?
Me encantó el gesto de quemar esas mierdas de pagarés. A Papas lo conozco hace rato y creo que su trabajo es un potente signo confrontacional, pero no me gusta ponerle la etiqueta de “nuevo”, eso sería encajonarlo en lo juvenil, y él es más que eso.

¿Hoy es más difícil meterle miedo a la gente en Chile?
El miedo de perder en el Mundial le dio pega a muchos sicólogos. El miedo se infiltró en el patrón genético desde la dictadura, hoy los chilenos lo disfrazan de seguridad neoliberal, pero el miedo se permea en el cotidiano, hay miedo en el ascensor, en el rincón oscuro, en la noche púrpura del desamparo. El miedo al otro es una paranoia que se vive hipócritamente, con esa fingida tolerancia al inmigrante mestizo. Las sociedades llevan por mucho tiempo esas paranoias y cicatrices.

Si existieran hoy las Yeguas del Apocalipsis, ¿qué estarían haciendo?
Las Yeguas existieron en un contexto histórico donde había un baldío en el tema homosexual, era un discurso huérfano, un habla en extinción. Nos autonombrábamos como las últimas locas del fin del mundo. Ahora ese discurso estalló en muchas direcciones, fue heredado por muchos militantes gay y artistas colizas que siguen produciendo bien o mal… quemando clósets o tejiendo los condones de la jodida post transición.

Pero hay cierto debate entre algunos que echan de menos esa movida de fines de los 80 y comienzos de los 90, y otros que creen que sus protagonistas se pusieron rancios, o se fueron en la personal…
Ese debate no me apasiona. Que otros discutan o evalúen lo que fue eso. Las Yeguas y otra gente lo hicimos y quedamos estampados para la posteridad. Aunque a muchos les pese y no nos reconozcan estamos en la historia del arte latinoamericano.


Signos bajo la lengua

¿Significaría algo para ti recibir el Premio Nacional de Literatura?
Ya me dieron el Premio Iberoamericano José Donoso, pero no creo poder acceder al Premio Nacional porque hay gente postulando con más talento y una obra maciza, más cabrona o más cabezona. Lo mío es instalar la posibilidad de otras hablas más callejeras.

Pero a partir de esas hablas inventaste un lenguaje literario que no existía. ¿Cómo nació ese lenguaje, de dónde?
De alguna manera es una estrategia escritural, son signos bajo la lengua que se permean desde la biografía proletaria, el alarido materno en la noche del desastre, el invierno y su quiltraje friolento, la pobreza y su prostibularia melancolía. En fin, son construcciones guturales, o alaridos del desespero.

¿Escribías desde niño?
Nadie nace escribiendo, es más, tenía cierta alergia con la letra escrita, aprendí tarde a leer y a escribir. Aprendí de grande, a la fuerza, con fórceps. Aún tengo miles de faltas ortográficas, debe ser mi herencia india que se niega a la colonización escrita.

¿Todo lo que escribes es, en alguna medida, político?
El gesto escritural siempre es político en todo su mayor y rabioso sentido.

¿Te gusta sentirte “escritor”, o sientes distancia de ese concepto?
La gente cuando me reconoce en la calle me confunde con un peluquero o actor o alguien que creyeron ver alguna vez en una revista de peluquería. Y yo dejo que se queden con esa impresión. Es bello perder el rostro, confundirse en el marasmo urbano.

¿A quién le escribes, entonces?
En el momento de escribir, quizás de madrugada, despertando de una pesadilla, escribo como si le mandara una carta a algún destinatario posible o imaginario. El gesto mismo de escribir ya es una mano extendida hacia el lugar de la comunicación, no podría negarlo. Es una mano o un puño extendido como arenga, como bofetada o caricia también. Escribo a partir de una música, de un verso o de un grafiti que leí o escuché en la calle, algo que me importa eso sí, por eso no escribo por encargo.

¿Y a quién no le escribes? ¿Existe esa gente?
A veces en mis presentaciones digo “bienvenidos todos, menos los fachos”… Algunos se van, otros se quedan piolita haciéndose los lesos. La letra me sale como una daga a veces, otras como un guante de áspero terciopelo, otras veces con la suavidad de un condón de seda. ¿Y el destinatario?, pues quien recoja el guante o el condón de seda.

¿Y hasta dónde te expones tú? ¿Hay un límite que te cueste cruzar?
Hay libros en los cuales he escrito a poto pelao, Adiós mariquita linda fue un libro que ahora se está reeditando y son las crónicas que publiqué en el Clinic hace años, cuando éramos irreverentes y delincuentes de la letra sin censura. Hay otros libros que tienen mayor mesura, de vieja, me puse más miedosa, haciéndome la “yo no”.

¿Qué crónica o texto tuyo te gustaría que leyera todo el mundo?
Me da lo mismo si me leen o no… igual les va a llegar la sombra de esta letra quemada. Pero si tuviera que decidir sobre la lectura de mis textos, serían los de las víctimas de la dictadura: Ronald Wood, Karen Eithel, Carmen Gloria Quintana, Pisagua, etc. Y creo que en los colegios se debería leer “Margarito” como parte del programa. El Manifiesto ahora es una obra plástica y está en la colección del Museo Reina Sofía y ya se conoce demasiado… Hay una travesti que lo recita en los buses de San Salvador en Centroamérica, también hay una versión cantada, en fin, las cosas corren a pesar de los detractores.

¿Escribir te ha servido más para luchar o para querer?
Ninguna de las dos, eso es muy romántico… La lucha es para los hombres y el querer es un gesto vencido a mis años. Quizás escribir sirvió para deslizarme entre las sábanas del canon literario y contagiarlo de ironía. Puede que despeine alguna cabeza letrada que hasta hoy se pregunta cómo es que llegué hasta aquí…

Y la enfermedad, ¿se te ha metido en la escritura?
No escribo de la enfermedad, no soy masoquista, creo que el masoquismo es tan gringo, por eso nunca le compré al discurso de los gays del látigo masoca, ¡nada de dolor, plisss! Ya somos cuerpos de indias castigadas, para qué más dolor… dejémoselo a Foucault.


Yo no compro

Después del apagón de los 90, decías que había apostar a las pequeñas formas de anarquía porque la pelea institucional estaba perdida.
Y creo que tenía razón al apostar al callejeo, a la marcha, a la movilización. Nunca tuve fe en la institución y tampoco soy vocero de ninguna institucionalidad. Tampoco nunca milité en ningún partido ni movimiento.

¿Estás en la línea que ha tomado el PC, de empujar por dentro para que haya cambios aunque signifique entrar al juego de las medidas de lo posible?
No es mi tema, déjaselo a los políticos en la tele…

¿Y te interesa lo que hacen los activistas pro derechos de homosexuales?
Debiera interesarme, pero me aburre escuchar discursos de emancipación acartonada. Nosotras las locas de entonces abrimos el tema en épocas duras, ahora les toca a las chiquillas pop, las chicas más light, con más discurso, con Face y con un libro de Judith Butler en la cartera Gucci.

¿Pero te importa, por ejemplo, que se apruebe el Acuerdo de Vida en Pareja?
Debiera ser. A mí no me apasionan las nupcias maruchas, no soy loca de argolla, me seduce el deseo clandestino, el sexo malandra bajo los puentes, pero en fin, también es bueno que los gays se casen con su perro si quieren, están en su derecho.

Hay gente que cree en la familia, en Dios, en la patria… ¿en qué crees tú?
Hay gente que cree en la utopía social aún vigente, en las causas por reparar en esta mierda de justicia, en la posibilidad de que algún día se encuentren los detenidos desaparecidos. Creo en mis amores políticos del ayer, en la revolución sin apellido, creo que el marxismo no ha sido superado y mientras exista un monopolio capitalista, o un neoliberalismo caníbal, el marxismo sigue siendo una posibilidad de sociedad.

¿Crees en la gente? ¿Existe el pueblo de Chile?
Claro que existe el pueblo, y a pesar del neoliberalismo lucrador, siento latir esa fiebre urbana del descontento transformador. Si vas a las marchas la puedes sentir, crepita en la molotov, arde en la protesta, se inflama en la mierda que chorrea del Parlamento… ¡jajaja!

¿Le compras al cura Berríos?
No sé quién es.

¿A quién le compras?
A nadie. Yo no compro, por lo general robo corazones, hurto amores… Es más lindo ese gesto que el de comprar, baby.



en The Clinic, 24 de junio de 2014









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