En
el primer aniversario de la noche de tu muerte
tu
nombre se menciona en los conventos,
ne cadas in obscurum [1].
Ahora
con un campanilleo auténtico,
tu
historia llega a su final.
Ahora
los monjes inclinados en réquiem,
familiarizados
con la muerte, te incluyen en sus oficios.
Sigues
siendo desconocido para miles,
aguardando
en la tiniebla el gran momento
en
que las fronteras de las naciones aprendan a rezar solas,
donde
los fuegos no son despiadados,
nosotros
esperamos, y no en vano.
Pasas
quedamente por entre nosotros.
Tus
libros y escritos no han sido consultados.
Nuestros
ruegos son pro defuncto [2].
Luego
algunos elevan la mirada,
como
si en un tropel de reos o de marginados
reconocieran
a un amigo con el que trabaron amistad
una
vez en un país lejano. Para éstos también
el
sol se alza tras una olvidada contienda
sobre
un lenguaje que engrandeciste.
Ellos
no te han olvidado. En su silencio monástico
preservan
tu fama, sin cejar en tu celebración.
Qué
perezosamente esta campana
dobla
en la torre monacal durante una era entera,
y
por la rápida defunción de una dinastía no leída
y
por aquella brava ilusión: ¡la aventura por la aventura!
¡De
un solo tiro se termina toda la caza!
Notas
[1]
Expresión sálmica latina: «no se te olvida».
[2]
Oración genérica por los difuntos en el oficio coral monástico.
«Emblemas de una
estación de furia»,
en The Collected Poems.
(versión de Sonia
Petisco)
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