Ebrios
de agua salada, sedientos de desastre,
los
derelictos no sueñan con ser barcos:
la
calamidad nunca los abandona a favor
del
susurro de los cabos o el todo está bien del gaviero.
Neuróticos
en un Atlántico de muerte
desolados
pero ávidos del aliento ajeno,
nadan
con negro genio bajo las negras aguas,
y
enterrados de pie como Ben Jonson,
aunque
dieciocho peniques aquí son una pérdida total;
y
Tarquino seguro de una presa secuestrable
mientras
otros buscan a tientas el barandal,
con
la vista clavada al piso.
en Un trueno sobre el Popocatépetl, 2000
No hay comentarios.:
Publicar un comentario