La gente de aquí se ha
convertido en la gente que finge ser.
Sam Shepard
Yo viajaba con mi cuerpo en
la espalda
por leves símbolos en tacto
de motel a motel
de seis a seis
con el recuerdo de cortarse
el rostro
sobre un cielo de ilusiones
intactas por papel;
es una pérdida de tiempo,
me decía.
Pero si el último recuerdo
de un marino cortado en el mar bajo un metro cuadrado detrás de una playa de
botellas que se evaporan por millones de años ligados al ahí donde las gaviotas
no recuerdan por qué aún se comen sus almas para reír por las aguas profundas
de fe sin cuerpos que nos detengan ni el sueño del último indígena que ha sido
quemado en la noche primitiva de la gravedad.
Madre, tengo miedo
porque siento frío que no
me reconozco
esperando noches sentado en
los ríos de los puentes
bajo estrellas sin amor ni
insectos.
Temo
porque la melancolía no
tiene más que odio
que no me avergüenza
moler el polvo
mascar mis brazos
comer ceniza
porque aún tengo coraje
para autoflagelar mi espíritu.
Donde los labios vuelven a
crecer como raíces
Del silencio se hace un eco
entre sombras;
Y pasos de los nombres
germinan voces
Donde cada pedazo late en
el estómago de algún vagabundo
De bordes, rozando bordes.
De esa que acecha en los
rostros de la gente
Que vuelve a aprender a
rezar a contraluz para que no le escuchen.
Capullo roto en octavas por
esa herida transparente
Para pensar en el sentido
de los vasos rotos.
Si el silencio de lo
infinito iluminar bajo vuelo
se sumergiera en un
recuerdo vago, no creerías nada.
Como cielo hecho polvo en
espacios de antaño
de momentos aire neón.
Cuando la tierra no era más
que hielo,
éramos demasiado jóvenes
para nacer.
¿No será que el silencio de
la noche nos acuesta sin darnos cuenta? Como claro de luna perfecta que ronda
nuestra imaginación. ¿Acaso es posible volver al último sonido de la primera
noche?
De tan sólo un gesto que
resuena hasta que vuelve el silencio / de la primera línea que escuchamos a la
espina dorsal de madrugada que hasta la piel se abre ligeramente para ver la
materia / en forma de árbol como el recuerdo de haber tenido otra vida.
Por un cielo a pedazos
desde el otro lado
Hasta el frío de la
madrugada, tan distante
Como ecos bajo el agua
Soñábamos recuperar el
silencio entre instantes eternos.
Desde el ardor trasparente
que irradia su savia convirtiéndola en mera adivinación para fanáticos. Sentado
hasta el momento de quiebre nocturno. Cuando se detiene el segundo párpado y
volvemos a imaginar el pasado; cuando el cosmos se comía como corazón de buey a
fuego lento desde su piel. “Es como secarse en la nieve”, me decían, pero en el
fondo era otra cosa. A contraluz del año invertebrado... Era una manera de
convertirnos en algo.
Por el límite reflejo de
nuestra inocencia.
Por cada sinónimo de vida
envuelto
En pequeñas moléculas de
madrugada.
Con ese aire congelado,
medio tibio casi intacto; sobre la mesa de café en la garganta. Entre los
últimos ruidos del mundo. Cuando escapábamos de los golpes escondidos en los
techos y la tonalidad no nos alcanzaba. Fundiendo la materia en aura de hielo.
En ese límite reflejo de
nuestra conciencia; cuando los sonidos se entrelazan bajo tejidos congelados /
en el exilio de los símbolos de violencia metafísica / con la vacuidad de las
bestias en la memoria. En colores que se hacen eternos en el hígado, pero tan
distantes como el agua busco que aún se pueda respirar.
Noche primitiva [texto íntegro], 2013
No hay comentarios.:
Publicar un comentario