Me encontré con Maurice Martin du Gard en Venecia.
Vestido con un viejo chaleco fingía conducir un coche anfibio, o bien remaba al
revés en una góndola. Su porte es el de un dogo. Su reino se desliza por los
mil canales de un corazón.
Como era un oficial de marina, acariciaba la mujer
de un contralmirante, miraba todo con distancia, como en la ópera, con gemelos.
En la multitud de mujeres, busca a la que amamos.
Vienen las lágrimas. ¡Pero, cuidado! Él pone un pie en un ascensor que lo eleva
suavemente hasta la plataforma del campanil, que sordamente lo alza hasta ese
súbito, alto acento de la lira.
Entre sus dos pies dispuestos en escuadra, mide
una ciudad plana y lo que no ha sido dicho sobre un tan noble hormiguero,
aplastado por el cielo.
Oeuf Dur, junio de 1922
en Confesión y otros escritos, 2009
No hay comentarios.:
Publicar un comentario