(Venganza. Cada bando cuenta
sus muertos. Fusil con mira telescópica. En el tren. Paso de aduana. Las flores
en sus jarrones. Las octavillas –pseudo-izquierdistas).
Al final, he de acompañar al aduanero a ver a su
superior. Me dice que le espere en el coche-restaurante. Al principio parece
vacío, pero todas las mesas están ocupadas. Los taburetes del bar están libres,
pero los niños que juegan justo delante han puesto sobre ellos sus cartones de
bingo.
Miro por la ventana. Una colina suave. Es
exactamente desde este lugar que, el año anterior, el Justiciero se lanzó a
atacarnos.
El tren vuelve a ponerse en marcha. Miro un plano.
Acabamos de dejar Buda, atravesamos un puente, una isla larga, otro puente,
antes de pararnos de nuevo en Pest donde, espero, encontraré la solución.
en La cámara oscura, 1973
1 comentario:
Georges Perec tiene la facultad de dejar las cosas -haciendo honor altítulo de su libro quizás más conocido, siempre como colgando de un hilo; así como estamos
todos siempre o casi siempre. Y siempre que leo algo suyo me apasiona por esto.
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