Reivindicando
la veracidad de lo que dijo el Abate Huc, que fue puesto en entredicho por un
visitante más reciente del monasterio Kum Bum, Huc un misionero Lazarista, en
su Viajes en la Tartaria, el Tíbet y la China; escribió que había visto
aparecer caracteres tibetanos perfectos en las hojas de un árbol que, según la
leyenda, había brotado de la cabellera de Tsong-ka-pa. Blavatsky puntualiza que
las inscripciones que crecían en las células y en los tejidos de las hojas eran
en Sensar.
Hace
37 años [es decir, 1846], dos misioneros lazaristas, miembros de la Misión
Católica Romana establecida en Pekín, emprendieron la hazaña desesperada de
penetrar en el territorio del Tíbet, llegando hasta Lhasa, para predicar el
cristianismo entre los budistas sumidos en la ignorancia. Se llamaban Huc y
Gabet; la narrativa de su viaje muestra su valentía y entusiasmo extremos. El
volumen más interesante apareció en París, hace más de 30 años y, desde
entonces, se tradujo al inglés dos veces y, quizá, a otros idiomas. En esta
coyuntura no nos importan sus méritos generales; sino que limitaremos nuestra consideración
a la parte del libro (Vol. II, pág. 84, de la edición americana de 1852) donde
el autor, Huc, describe el maravilloso "árbol de las diez mil imágenes",
que ellos vieron en la Lamasería o Monasterio de Kum Bum o Koun Boum.
Huc
nos dice que, según la leyenda tibetana, cuando la madre de Tsong-Ka-pa, el
famoso reformador budista, lo entregó a la vida religiosa, siguiendo la tradición:
"cortó su pelo y lo arrojó. Donde el pelo cayó nació un árbol, cuyas hojas
llevaban inscritos caracteres tibetanos". La traducción inglesa de Hazlitt
(Londres, 1856) es más literal (aunque no sea la exacta) versión del original.
Sin embargo, hemos entresacado los siguientes particulares interesantes:
“Sobre cada una de las hojas, transpiraban caracteres tibetanos bien formados. Todos eran verdes, algunos más oscuros y algunos más claros que la hoja misma. Nuestra primera impresión fue sospechar un fraude por parte de los Lamas; pero, al examinar minuciosamente todo detalle, no pudimos descubrir el más mínimo engaño. A nuestro juicio, todos los caracteres nos parecieron parte integrante de la hoja, recorridos por las mismas venas y nervios. La posición no era la misma en todas. En unas hojas los caracteres se encontraban en la parte superior, en otras en el medio y, en otras más, en la base o a un lado. Las hojas más jóvenes representaban los caracteres sólo en un estado de formación parcial. También la corteza y las ramas, que se parecen a las de un árbol ordinario, están cubiertas con estos caracteres. Si se remueve un trozo de la vieja corteza, la nueva, que está detrás, exhibe los bosquejos individuales de los caracteres en un estado embrionario y, a menudo, estos nuevos caracteres son distintos de los que remplazan. A nuestro juicio, el árbol de las Diez mil Imágenes era vetusto. Su tronco, que tres hombres casi no podían abrazar, no supera los ocho pies. Las ramas, en lugar de crecer hacia arriba, se expanden en la forma de un penacho de plumas particularmente densas, algunas están muertas. Las hojas son siempre verdes y la madera, que es de un tinte rojizo, emite un aroma exquisito, similar a la canela. Los Lamas nos informaron que, durante el verano, alrededor de la octava luna, el árbol produce flores rojas gigantescas y extremadamente hermosas”.
El
mismo abate Huc, describe lo antedicho más enfáticamente. "Estas letras
son tan perfectas que los caracteres tipográficos de Didot, no tienen nada que
las supere". Que el lector tenga presente tal afirmación, porque tendremos
ocasión de recurrir a ella. Él vio en las hojas, no sólo simples letras, sino
"oraciones religiosas" ¡que la naturaleza había auto impreso en la
clorofila, en las células y en la fibra de madera! La superficie, interna y
externa, estrato tras estrato, de las hojas, las ramitas, las ramas y del
tronco, estaban inscrita por las letras maravillosas y no había dos caracteres idénticos,
superpuestos. "No se imaginen que estos estratos sobrepuestos repitan la
misma impresión. Al contrario, ya que, al levantar cada hoja, se nos presenta
un tipo distinto. ¿Cómo es posible, entonces, sospechar un fraude? Me he
esmerado en esa dirección para descubrir la más mínima huella de asechanza
humana y mi mente, desconcertada, no pudo encontrar la más pequeña sospecha".
¿Quién
dice esto? Un devoto misionero cristiano que fue intencionalmente al Tíbet con
el objeto de probar que el budismo era falso y el cristianismo verdadero; por
lo tanto, se hubiera aferrado, ansiosamente, a la más mínima prueba que
corroborase su posición, exhibiéndola delante de los oriundos. En Tíbet, él vio
otras maravillas y las describe, aunque la edición americana las omite y algunos
de sus críticos ortodoxos más viscerales, las atribuyen al diablo. En Isis sin Velo, especialmente en el
primer volumen, se describen y se discuten algunos de estos prodigios, tratando
de mostrar su reconciliación con la ley natural.
El tema del árbol de Kum Bum ha vuelto a nuestra mente gracias a una reseña en la revista Nature, por A. H. Keane, sobre la Relación, recientemente publicada, de Herr Kreitner, acerca de la expedición al Tíbet en 1877-80, por parte del Conde Szechenyi, un noble húngaro.
El
grupo dio un paseo de Siningfu hasta el monasterio de Kum Bum "con el
propósito de verificar el relato extraordinario de Huc acerca del famoso árbol
de Buda. No encontramos ninguna imagen del Buda en las hojas, ni las letras,
sino una sonrisa burlona en los labios del anciano sacerdote que nos guiaba. Al
contestar a nuestras preguntas, nos dijo que, hace mucho tiempo, el árbol
producía realmente hojas con la imagen de Buda; sin embargo, ahora, tal
prodigio ocurría raramente. Sólo unos pocos hombres, favorecidos de Dios,
tuvieron el privilegio de descubrir tales hojas".
Para este testigo, lo antes dicho es suficiente:
a un sacerdote budista, cuya religión le enseña que no hay personas favoritas
por algún Dios, que no existe un ser tal que llamamos Dios que otorga favores y
que cada ser humano cosecha lo que siembra, ni más ni menos, se le hace decir
tal insensatez. ¡Esto muestra lo que vale el testimonio de este explorador para
su adorada ciencia escéptica! Sin embargo, parece que hasta el sacerdote, con
la sonrisa burlona, les haya dicho que los hombres buenos pueden ver y, en
realidad, ven las maravillosas hojas con las letras; entonces, Herr Kreitner, a
pesar de sus esfuerzos, avala, en lugar de desacreditar, la narrativa del abate
Huc.
Abate Huc
Si
nunca hubiéramos podido verificar, personalmente, la veracidad de la historia,
deberíamos admitir que las probabilidades facilitan su aceptación; ya que los
peregrinos han llevado las hojas del árbol Kum Bum a todo rincón del imperio chino
(hecho reconocido aun por Herr Kreitner); por lo tanto, si todo el asunto era
un fraude, los adversarios chinos contra el budismo, cuyo nombre es Legión, lo
hubieran denunciado sin piedad.
Además,
la naturaleza ofrece muchas analogías que confirman lo descrito. Según se dice,
ciertas conchas del Mar Rojo tienen impresas las letras del alfabeto hebraico y
sobre ciertos saltamontes son visibles las del alfabeto inglés. Además en la
revista The Theosophist (Vol. 11. 91), un corresponsal inglés traduce un relato
de Sheffer, titulado “Luz y más Luz”, que habla de las características
particulares de ciertas mariposas alemanas (Vanissa Atalanta) que llevan
inscritas las cifras del año 1881. Los muebles de los entomólogos modernos
pululan con ejemplares que muestran que la naturaleza produce, continuamente,
animales con características miméticas, asumiendo el aspecto de vegetales. Por ejemplo,
hay orugas que se parecen a la corteza de un árbol, al musgo o a ramas muertas,
e insectos que no pueden distinguirse de las hojas verdes, etc. Hasta las rayas
del tigre son producto del mimetismo de los tallos de la hierba de la jungla
donde hace su guarida.
Todos
estos hechos separados contribuyen a que la historia de Huc del árbol Kum Bum,
sea un hecho probable, ya que muestran que la misma naturaleza, sin
intervención milagrosa, es capaz de producir vegetales en la forma de
caracteres legibles. Esto es también el punto de vista de otro corresponsal de Nature,
W. T. Thiselton Dyer, quien, en el número del 4 de enero de esta estimable
revista, después de sumar las pruebas, llega a la conclusión de que "en el
tiempo de Huc, hubo un árbol cuyas hojas llevaban inscritos ciertos caracteres,
sin embargo, la imaginación del piadoso abate, lo indujo a asociarlos a las
letras tibetanas". ¿Piadoso? Deberíamos recordar que su testimonio no
procedía de un piadoso y crédulo budista tibetano, sino de un enemigo abierto
de esa fe, Évariste Régis Huc, quien se fue a Kum Bum para denunciar el fraude
y que se esmeró "en esa dirección, para descubrir la más mínima huella de asechanza
humana"; sin embargo, su mente desconcertada "no pudo encontrar la
más pequeña sospecha".
Así,
hasta que Herr Kreitner y Dyer puedan mostrar que el cándido motivo del Abate
era el de mentir en detrimento de su religión, debemos exonerarlo de los
acusados, considerándolo un testigo irrecusable e importante. Sí, el árbol de las
letras tibetanas es un hecho, además, las inscripciones en las células de las
hojas están en Sensar o el idioma sagrado usado por los Adeptos y, en su
totalidad, constituyen todo el dharma del budismo y la historia del mundo.
En
lo que atañe a alguna similitud fantástica con caracteres alfabéticos reales,
la confesión de Huc, según la cual son tan hermosamente perfectos "que los
caracteres tipográficos de Didot (famosa tipografía parisiense) no tienen nada
que los supere", dirime la cuestión de manera perentoria. Con respecto a
la aserción de Kreitner, que el árbol pertenece a la especie de lila, la
descripción que Huc hace del color, de la fragancia de canela emitida por su madera,
y de la forma de las hojas, lo confirman
sin duda.
Quizá,
el viejo monje burlón conocía el mesmerismo común y "biologizó" al
grupo del Conde Szechenyi, haciéndole ver y no ver, lo que a él se le antojaba,
así como el difunto profesor Bushell hizo imaginar, a sus sujetos indos,
cualquier cosa que él desease que vieran. De vez en cuando, uno incurre en
tales "bromas".
Monasterio Kum Bum
en
The Theosophist, marzo de 1883
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