El símbolo evoca, el lenguaje sólo explica. El
símbolo se remite a todos los aspectos del espíritu humano a un tiempo,
mientras que el lenguaje debe centrarse siempre en un solo pensamiento. El
símbolo halla su raíz en las profundidades más secretas del alma, mientras que
el lenguaje roza como un silencioso soplo de viento la superficie de la
comprensión. El símbolo está orientado a lo interno, el lenguaje, a lo externo.
Sólo el símbolo logra unir lo diferente, lo opuesto, en una impresión
sintética. El lenguaje ensarta o meramente yuxtapone lo particular y diferente,
presentando a la conciencia de un modo siempre fraccionado aquellos contenidos
que, por su inefabilidad, deberían presentarse al alma en una sola intuición
para ser aprehendidos. Las palabras convierten lo infinito en finito, pero los
símbolos transportan el espíritu más allá de las fronteras de la finitud, del
devenir, hasta el reino del infinito, el reino del ser. Los símbolos evocan,
son cifras inagotables de lo indecible, son tan misteriosos como necesarios;
como toda religión por su esencia, son los símbolos un discurso mudo que se
corresponde en especial con la quietud de los sepulcros, y resultan
inaccesibles a la blasfemia, a la duda, así como a los inmaduros frutos de la
sabiduría.
en Mitología arcaica y derecho materno,
1988
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