lunes, abril 28, 2014

“Escenas del derrumbe de Occidente”, de Andrés Morales








Tres poemas



BAJO EL CIELO DE LA NOCHE PARTÍAN ESOS BARCOS HACIA DONDE NUNCA LLEGAREMOS; RECONCILIANDO AL MAR CON LOS VIAJEROS, CON LOS GRITOS DEL MARINO QUE EN NADA HAN CAMBIADO DESDE QUE ULISES ABANDONARA ÍTACA.


Por la piel, pesadamente, este verano
cae ronco, enfermo entre los dedos,
impune hasta los pies avanza.

Pero el aire del océano es la cura,
el clima de boreales y meteoros
vistos al azar en la cubierta
habrá de refrescarnos la nostalgia.

La ciudad se ve pequeña y nos creemos
que un incendio al fin la ha consumido,
abriendo cada puerta con el miedo,
cada casa vulnerada por el grito.

Mejor es alejarse, abandonar,
dejar el muladar donde crecimos:

No hay amor que se resista continuando
el duelo de las noches sin huida.





PERDIDA LA CIUDAD Y NUESTROS PASOS: PERDIDOS EN EL LÍMITE DEL ASCO. UNA CALLE TRAE GRITOS DE MUCHACHOS Y LA NOCHE ENTONA CANTOS DE SIRENAS.


El humus de la tierra aniquilada,
el sórdido aletear de moribundos,
agua sin murmullo ni secreto:
pánico de herida insatisfecha.

Ojo que recorre cada pliegue
de piel o de tejido: ojo insomne,
desgarro de los huesos que tiritan
ávidos de huesos cazadores.

Vergüenza entre los labios calcinados
y hambre y sed y lúbrico gemido:
destrozo de las olas sin ventura,
rugido que acaricia con su trueno.

Amor que no es amor entre las yemas
del odio malparido por la muerte.
Figura fragmentada del delirio,
caída hoz de pena arrepentida.





DESENCAJADOS, ENHIESTOS O PERDIDOS. ROBÁNDOLE A LA SOMBRA SU DESPRECIO, AL IRIS SU CALOR Y EL PORVENIR, DESGARRAN SUS HARAPOS EN LO BLANCO, EN LA OSCURA HABITACIÓN DE SUS DESIERTOS, EN LA FIEBRE PERMANENTE DEL VACÍO.


La cara la perdimos en espejos,
la voz que permanece ya no es nuestra,
el torpe movimiento, aquellas pausas:
los pasos que regresan y no avanzan,
el odio que es amor de acantilado.

Alguien dice que estamos en los montes,
en los cráteres, los valles de la luna.
Alguien dice que fue el padre o nuestra madre,
un atroz cuchillo negro que se hunde
o el paisaje interminable de ventanas.

La verdad es que elegimos esta muerte,
este sonido reflejo de persona.

La verdad, cuando soñamos, no nos cae
ni la baba de los bobos, ni se escapan
mariposas de las manos en la tarde.



en Escenas del derrumbe de Occidente
(Segunda edición, Descontexto Editores), 2014










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