miércoles, enero 15, 2014

“La actualidad es siempre igual: los mismos vencedores y los mismos vencidos”. Entrevista a Georges Simenon, de Francis Laccasin






Georges Simenon (1903-1992) no sólo revolucionó el género policiaco y demostró cómo ser, al mismo tiempo, autor culto y de masas. También “vivió bajo el signo del exceso, soñándose el personaje principal de la novela de su vida”. Y lo consiguió. Hoy se cumple el centenario de su nacimiento, y sus más de 300 novelas, 76 de ellas protagonizadas por el comisario Maigret, y más de 500 millones de ejemplares vendidos, confirman que el Caso Simenon sigue sin resolverse.








Para comprender a un escritor como Simenon, nada como conocer, de su propia voz, por qué se hizo novelista o su relación con sus personajes o la realidad…
Siempre quise escribir novelas. No soy un caso único, pero para mí era casi como una búsqueda de mí mismo. Lo que denomino la búsqueda del hombre es la búsqueda de mí mismo, ya que no soy más que un hombre como los demás. Al escribir novelas, tenía la impresión de acercarme al hombre, de meterme en la piel de los personajes. Hay novelas que están escritas por el subconsciente, literalmente. Te metes en la piel del personaje, no sabes en absoluto adónde te va a llevar. Le sigues cada día y hasta el último capítulo no sabes qué le ocurre. Debe ir hasta el límite de sí mismo. A Balzac le preguntaron: “¿Qué es un personaje de novela?”. Y respondió: “Puede ser cualquier persona de la calle, pero es alguien que va hasta el límite de sí mismo. Ninguno de nosotros va nunca hasta el límite. Tenemos miedo de la cárcel o de espantar a nuestros semejantes”. La novela consiste en crear un grupo social alrededor de un personaje central, y al autor sólo le queda meterse en la piel de ese personaje.


La lógica del personaje

¿Intentaba a través de sus personajes una especie de operación psicoanalítica?
Más o menos. Es decir, trataba de saber si tal tipo de hombre reaccionaría de tal manera. Y, créame, no hacía falta ningún empujoncito. Ni siquiera antes del último capítulo sabía cuál sería el desenlace de la novela, no sabía qué iba a ocurrir forzosamente; mi personaje seguía su propia lógica, que no era en absoluto la mía. Yo vivía su crisis, era realmente agotador. Por eso lo dejé.


Tomemos su personaje predilecto, Maigret. Tal vez porque terminó por parecerse a usted, hace gala de cierta concepción del mundo y de las relaciones humanas que recuerdan a los suyos.
Al principio, Maigret era bastante sencillo. Un tipo gordo y plácido que también creía más en el instinto que en la inteligencia, el análisis de huellas y demás técnicas policiales. Poco a poco terminamos por parecernos un poco. Es evidente que he tomado algunas de sus manías y él algunas de las mías.


¿Qué comportamiento tendría Maigret si tuviera que vivir una nueva aventura?
Si escribiese otro Maigret y el comisario siguiera activo, mañana por la mañana presentaría su dimisión. Una de mis novelas muestra bien lo que piensa de la política, Maigret y el caso del ministro. Maigret soportaba mal las citas con algunos jueces de instrucción, muy amables, pero salidos de la burguesía y que pretendían desempeñar el oficio sin saber nada sobre los hombres. ¿Qué justicia quiere usted hacer en tales condiciones?


Culpables y superhombres

Se tiene la impresión de que Maigret no cree demasiado en la justicia y que para él no hay culpables, sólo víctimas...
No creo que haya culpables. El hombre está tan mal preparado ante la vida que considerarle culpable es casi convertirlo en superhombre. No tengo mejor opinión de un jefe de Estado que lo sacrifique todo por su pequeña gloria, que de un mendigo que vive bajo un puente y que, cuando tiene ocasión, roba una cartera. Hay gente a la que la sociedad empuja al crimen. No es una casualidad que la mafia en Estados Unidos naciera en el sector más pobre de Nueva York, en Brooklyn.


¿Tiene más posibilidades de convertirse en un truhán un niño salido de un medio así que el hijo de un director de empresa asesino?
Sí, pero a veces, el hijo de un director de empresa se vuelve un criminal para protestar contra su familia y su entorno. Y lo comprendo igual de bien. Hoy se hacen campañas para liberar a los animales de sus jaulas, pero encerramos a hombres en jaulas con barrotes no mayores que las de los leones. Que se pueda hacer algo así a unos seres humanos me pone enfermo. Que se intente acabar con lo que se denomina el crimen, de acuerdo; pero cambiando la sociedad y no vejando a la juventud que sigue la vía que le impone la sociedad. Si hubiese nacido en una barriada de las afueras de París, seguramente no me hubiese convertido en el anarquista “cerebral” que soy, sino en un anarquista que arroja bombas y tal vez en un asesino.


Los criminales son un poco como los negros de Harlem o los “amarillos” colonizados: los blancos iban a verlos como quien va al zoo.
Considero al turismo el enemigo del mundo entero. Ocurre lo mismo en todas partes. Por eso ya no viajo. ¿Para qué viajar? Miro la televisión y veo que todas las ciudades se parecen. Los grandes edificios de hormigón que hay a 100 metros de mi casa, los encuentro en Brasil, Argentina, Perú, India...


Se ha reprochado a su obra que ignora la actualidad: por ejemplo, la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias apenas han dejado huella en sus libros.
Sigo muy de cerca la actualidad, pero no me afecta. Es una curiosidad, igual que cuando pongo la televisión cuando estoy demasiado cansado para leer: si media hora más tarde me preguntasen qué he visto, me costaría responder. La actualidad es siempre igual: los mismos vencedores y los mismos vencidos. Espero que un día los vencidos serán realmente los vencedores, pero espero que antes de eso no vivamos una época aún más reaccionaria que la actual.


¿Es usted pesimista?
Sí, pero es esto lo que desencadenará por fin una revolución.


¿Qué opina del ejército?
Me horroriza todo lo militar, me horrorizan los uniformes. Hice el servicio militar porque había que hacerlo, pero ninguno de mis hijos lo ha hecho.


¿Hay mensajes conscientes en su obra?
Con toda sinceridad, he intentado crear personajes y, al crearlos, he tratado de comprender un poco más al hombre. Pero la mayoría de las veces he sabido que había querido decir tal o cuál cosa a través de los críticos. Además, ¡me ponía en tal estado cuando escribía! Escribía un capítulo de veinte páginas en unas dos horas y luego había adelgazado ochocientos gramos... Hicimos la prueba.


¿Es usted por tanto el novelista del subconsciente?
Acaba de venirme a la mente una ocurrencia. Usted me ha preguntado antes por qué he escrito. Tras haberle hablado de la inteligencia, de la conciencia y del subconsciente, casi me dan ganas de responderle que tal vez he escrito porque desde mi más tierna infancia soy sonámbulo. De niño había unos barrotes en la ventana de mi habitación porque algunas noches me encontraron vestido con una camisa en mitad de la calle. A veces me ocurría que volvía a hacer los deberes que ya había hecho por la tarde. Sigo siendo sonámbulo. No puedo dormir sin que me vigilen.


Sus personajes detestan comunicarse. Hablan poco, se comprenden sin recurrir a las palabras. Como si les dieran miedo.
Eso es. Las palabras no tienen el mismo valor. Por eso utilizo tan pocas palabras en mis novelas, poco más de dos mil. ¿Por qué? Veinte años atrás un campesino francés utilizaba como media unas seiscientas palabras. Los burócratas, entre ochocientas y mil doscientas. La pequeña burguesía, mil quinientas de media. Había que llegar a personas muy intelectualizadas para encontrar un vocabulario de dos mil a dos mil quinientas palabras. Cuantas más palabras se utilizan en una novela, en cualquier texto, menos posibilidades hay de que le comprendan a uno. No hay dos personas que lean la misma novela del mismo modo. Así que más vale utilizar el menor número de palabras posible y, sobre todo, el menor número de palabras abstractas. Si uno utiliza una palabra como “exteriorización”, la comprensión será diferente en función de la clase de individuo. Por eso mis libros se traducen a casi un centenar de lenguas. Hombres concretos, que no describen sus estados de ánimo, sino que actúan y de los que pueden verse los actos y los gestos, que pueden trasladarse a todos los idiomas.


Flaubert, el más grande

¿Cuáles han sido los libros de su vida, los escritores que le han interesado, que le han influido?
Me crié en una pensión de familia en la que prácticamente sólo había estudiantes rusos. Empecé por la literatura rusa antes de conocer siquiera la francesa. Gogol, Chéjov, Pushkin, Dostoievski y Gorki antes que Balzac y Flaubert. Luego, me entró pasión por Dickens y Conrad. Finalmente leí a Balzac y a los escritores franceses del siglo XIX. Pero antes, como buen colegial, estudié muy seriamente a los clásicos.


¿Cuál es su escritor favorito?
El escritor más grande del siglo XIX: respondería Gogol. El escritor más grande del siglo XX: Faulkner.



en El Cultural.es, 13/2/2003













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