Georges Simenon (1903-1992) no sólo revolucionó el
género policiaco y demostró cómo ser, al mismo tiempo, autor culto y de masas.
También “vivió bajo el signo del exceso, soñándose el personaje principal de la
novela de su vida”. Y lo consiguió. Hoy se cumple el centenario de su
nacimiento, y sus más de 300 novelas, 76 de ellas protagonizadas por el
comisario Maigret, y más de 500 millones de ejemplares vendidos, confirman que
el Caso Simenon sigue sin resolverse.
Para comprender a un
escritor como Simenon, nada como conocer, de su propia voz, por qué se hizo
novelista o su relación con sus personajes o la realidad…
Siempre quise escribir novelas. No soy un caso único, pero
para mí era casi como una búsqueda de mí mismo. Lo que denomino la búsqueda del
hombre es la búsqueda de mí mismo, ya que no soy más que un hombre como los
demás. Al escribir novelas, tenía la impresión de acercarme al hombre, de
meterme en la piel de los personajes. Hay novelas que están escritas por el
subconsciente, literalmente. Te metes en la piel del personaje, no sabes en
absoluto adónde te va a llevar. Le sigues cada día y hasta el último capítulo
no sabes qué le ocurre. Debe ir hasta el límite de sí mismo. A Balzac le
preguntaron: “¿Qué es un personaje de novela?”. Y respondió: “Puede ser
cualquier persona de la calle, pero es alguien que va hasta el límite de sí
mismo. Ninguno de nosotros va nunca hasta el límite. Tenemos miedo de la cárcel
o de espantar a nuestros semejantes”. La novela consiste en crear un grupo
social alrededor de un personaje central, y al autor sólo le queda meterse en
la piel de ese personaje.
La lógica del personaje
¿Intentaba a través de
sus personajes una especie de operación psicoanalítica?
Más o menos. Es decir, trataba de saber si tal tipo de
hombre reaccionaría de tal manera. Y, créame, no hacía falta ningún
empujoncito. Ni siquiera antes del último capítulo sabía cuál sería el
desenlace de la novela, no sabía qué iba a ocurrir forzosamente; mi personaje
seguía su propia lógica, que no era en absoluto la mía. Yo vivía su crisis, era
realmente agotador. Por eso lo dejé.
Tomemos su personaje predilecto, Maigret. Tal vez porque terminó por parecerse a usted, hace gala de cierta concepción del mundo y de las relaciones humanas que recuerdan a los suyos.
Al principio, Maigret era bastante sencillo. Un tipo
gordo y plácido que también creía más en el instinto que en la inteligencia, el
análisis de huellas y demás técnicas policiales. Poco a poco terminamos por
parecernos un poco. Es evidente que he tomado algunas de sus manías y él
algunas de las mías.
¿Qué comportamiento tendría Maigret si tuviera que vivir una nueva aventura?
Si escribiese otro Maigret y el comisario siguiera
activo, mañana por la mañana presentaría su dimisión. Una de mis novelas
muestra bien lo que piensa de la política, Maigret
y el caso del ministro. Maigret soportaba mal las citas con algunos jueces
de instrucción, muy amables, pero salidos de la burguesía y que pretendían
desempeñar el oficio sin saber nada sobre los hombres. ¿Qué justicia quiere
usted hacer en tales condiciones?
Culpables y superhombres
Se tiene la impresión de que Maigret no cree demasiado en la justicia y que para él no hay culpables, sólo víctimas...
No creo que haya culpables. El hombre está tan mal
preparado ante la vida que considerarle culpable es casi convertirlo en
superhombre. No tengo mejor opinión de un jefe de Estado que lo sacrifique todo
por su pequeña gloria, que de un mendigo que vive bajo un puente y que, cuando
tiene ocasión, roba una cartera. Hay gente a la que la sociedad empuja al
crimen. No es una casualidad que la mafia en Estados Unidos naciera en el
sector más pobre de Nueva York, en Brooklyn.
¿Tiene más posibilidades de convertirse en un truhán un niño salido de un medio así que el hijo de un director de empresa asesino?
Sí, pero a veces, el hijo de un director de empresa se
vuelve un criminal para protestar contra su familia y su entorno. Y lo
comprendo igual de bien. Hoy se hacen campañas para liberar a los animales de
sus jaulas, pero encerramos a hombres en jaulas con barrotes no mayores que las
de los leones. Que se pueda hacer algo así a unos seres humanos me pone
enfermo. Que se intente acabar con lo que se denomina el crimen, de acuerdo;
pero cambiando la sociedad y no vejando a la juventud que sigue la vía que le
impone la sociedad. Si hubiese nacido en una barriada de las afueras de París,
seguramente no me hubiese convertido en el anarquista “cerebral” que soy, sino
en un anarquista que arroja bombas y tal vez en un asesino.
Los criminales son un poco como los negros de Harlem o los “amarillos” colonizados: los blancos iban a verlos como quien va al zoo.
Considero al turismo el enemigo del mundo entero.
Ocurre lo mismo en todas partes. Por eso ya no viajo. ¿Para qué viajar? Miro la
televisión y veo que todas las ciudades se parecen. Los grandes edificios de
hormigón que hay a 100 metros de mi casa, los encuentro en Brasil, Argentina, Perú,
India...
Se ha reprochado a su obra que ignora la actualidad: por ejemplo, la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias apenas han dejado huella en sus libros.
Sigo muy de cerca la actualidad, pero no me afecta. Es
una curiosidad, igual que cuando pongo la televisión cuando estoy demasiado
cansado para leer: si media hora más tarde me preguntasen qué he visto, me
costaría responder. La actualidad es siempre igual: los mismos vencedores y los
mismos vencidos. Espero que un día los vencidos serán realmente los vencedores,
pero espero que antes de eso no vivamos una época aún más reaccionaria que la
actual.
¿Es usted pesimista?
Sí, pero es esto lo que desencadenará por fin una
revolución.
¿Qué opina del ejército?
Me horroriza todo lo militar, me horrorizan los
uniformes. Hice el servicio militar porque había que hacerlo, pero ninguno de
mis hijos lo ha hecho.
¿Hay mensajes conscientes en su obra?
Con toda sinceridad, he intentado crear personajes y,
al crearlos, he tratado de comprender un poco más al hombre. Pero la mayoría de
las veces he sabido que había querido decir tal o cuál cosa a través de los
críticos. Además, ¡me ponía en tal estado cuando escribía! Escribía un capítulo
de veinte páginas en unas dos horas y luego había adelgazado ochocientos gramos...
Hicimos la prueba.
¿Es usted por tanto el novelista del subconsciente?
Acaba de venirme a la mente una ocurrencia. Usted me ha
preguntado antes por qué he escrito. Tras haberle hablado de la inteligencia,
de la conciencia y del subconsciente, casi me dan ganas de responderle que tal
vez he escrito porque desde mi más tierna infancia soy sonámbulo. De niño había
unos barrotes en la ventana de mi habitación porque algunas noches me
encontraron vestido con una camisa en mitad de la calle. A veces me ocurría que
volvía a hacer los deberes que ya había hecho por la tarde. Sigo siendo
sonámbulo. No puedo dormir sin que me vigilen.
Sus personajes detestan comunicarse. Hablan poco, se comprenden sin recurrir a las palabras. Como si les dieran miedo.
Eso es. Las palabras no tienen el mismo valor. Por eso
utilizo tan pocas palabras en mis novelas, poco más de dos mil. ¿Por qué?
Veinte años atrás un campesino francés utilizaba como media unas seiscientas
palabras. Los burócratas, entre ochocientas y mil doscientas. La pequeña
burguesía, mil quinientas de media. Había que llegar a personas muy
intelectualizadas para encontrar un vocabulario de dos mil a dos mil quinientas
palabras. Cuantas más palabras se utilizan en una novela, en cualquier texto,
menos posibilidades hay de que le comprendan a uno. No hay dos personas que
lean la misma novela del mismo modo. Así que más vale utilizar el menor número
de palabras posible y, sobre todo, el menor número de palabras abstractas. Si
uno utiliza una palabra como “exteriorización”, la comprensión será diferente
en función de la clase de individuo. Por eso mis libros se traducen a casi un
centenar de lenguas. Hombres concretos, que no describen sus estados de ánimo,
sino que actúan y de los que pueden verse los actos y los gestos, que pueden
trasladarse a todos los idiomas.
Flaubert, el más grande
¿Cuáles han sido los libros de su vida, los escritores que le han interesado, que le han influido?
Me crié en una pensión de familia en la que
prácticamente sólo había estudiantes rusos. Empecé por la literatura rusa antes
de conocer siquiera la francesa. Gogol, Chéjov, Pushkin, Dostoievski y Gorki
antes que Balzac y Flaubert. Luego, me entró pasión por Dickens y Conrad.
Finalmente leí a Balzac y a los escritores franceses del siglo XIX. Pero antes,
como buen colegial, estudié muy seriamente a los clásicos.
¿Cuál es su escritor favorito?
El escritor más grande del siglo XIX: respondería
Gogol. El escritor más grande del siglo XX: Faulkner.
en El Cultural.es, 13/2/2003
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