En
el fondo de su corazón
se
asoma una guitarra,
cansado
de llorar
se
auto-impone una salida.
Letra
de extraños ribetes
se
acordona los zapatos frente al tren;
no
mira el entorno descompuesto,
tampoco
el aire singular teñido.
Radiografía
de un perfecto estado
de
inacción, transitoria, especular…
Se
aleja rápido, imposible,
en
el riesgo adorno de las cosas.
Se
despide apenas llega
con
un fuerte abrazo y sonrisa estrecha,
no
se expande el edificio ni el cartel publicitario.
Se
adoquina frente al parque, solo, silencioso.
Quien
cruza piensa ‘este está durmiendo’,
sin
embargo él piensa en cómo hacer,
cómo
observar a través del ojo de un cartel publicitario.
Saca
cuentas, ya no olvida.
La
salida es esa,
la
salida del final es la del inicio.
Recrear,
transitar, tararear esta canción.
No
expresar movimiento, ni sonido.
Sus
zapatos olvidados frente a la estación.
Su
nariz congestionada.
Su
visión acorde al ruido citadino.
Y,
aún así, esconde el tiempo y las acciones.
Se
acomoda en un rincón del prado,
sus
pies descalzos recuperan el color.
Ya
no llueve, ya no llora, ya respira
el
aire de colores de hace un rato.
Duerme-y-velado,
aleja el abatido ánimo.
No
provoca la sorpresa, la mirada adusta.
Es
como si no respirara.
Es
como si no existiera.
en Un libro escrito en el verano, 1996
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