Presidentes y jefes de gobierno de más de 70 países se
encontraron el martes 10 en Sudáfrica para el funeral de Nelson Mandela, uno de
los líderes mundiales que más consenso ha logrado a su muerte. Coincidieron en
Johannesburgo Barack Obama y Raúl Castro, que hasta se dieron un apretón de
manos. Pero una ausencia llamó mucho la atención: la de algún representante de
primera línea de Israel.
Los principales dirigentes israelíes fueron uno a uno
desistiendo de emprender el viaje de Tel Aviv a Johannesburgo. Benjamin
Netanyahu, el primer ministro conservador y hombre fuerte del país, fue quien
esgrimió la excusa más inverosímil: “un viaje así”, dijo, “resulta muy caro”. Un
comunicado oficial llegó a enumerar los costos (en pasaje de avión para el
gobernante y traslado de equipos blindados y personal de seguridad, por
ejemplo) que deberían asumirse en caso de viaje del gobernante. Pero esos
costos hubieran sido mucho menores si quien hubiera viajado hubiera sido el
presidente laborista Shimon Peres. Problema: Peres “se engripó”. Ningún otro
integrante del Poder Ejecutivo (ministro, subsecretario) pudo asistir a los
funerales. Quien finalmente viajó a Sudáfrica fue el vocero de la Knesset, el
parlamento israelí. Demasiado poco, demasiado llamativo.
Una lectura de los principales medios de prensa internacionales no permite, sin embargo, saber con precisión por qué un país como Israel, que no pierde ocasión de remarcar su supuesto apego al respeto de los “valores universales de los derechos humanos”, no consideró oportuno estar representado a alto nivel en el homenaje póstumo a uno de los líderes mundiales más aclamados de la historia reciente por tirios y troyanos precisamente en el campo de los derechos humanos.
La respuesta habría que encontrarla en dos hechos. Uno del pasado: Israel estuvo entre los principales respaldos con que contó el régimen racista del apartheid hasta su desmantelamiento, poco después de la salida de prisión de Mandela, en 1990. El otro es del presente: Sudáfrica está entre los países en donde más se agita la idea de que la política que aplica Israel hacia los palestinos es muy similar a la que los sudafricanos blancos practicaron hacia los negros.
En 2010, el diario progresista inglés The Guardian publicó documentos secretos que demostraron la estrecha relación entre los dos estados, que habrían llegado incluso hasta el ofrecimiento de Israel a Sudáfrica de cooperar en el terreno nuclear militar. Quien negoció por la parte israelí fue el entonces ministro de Defensa Shimon Peres.
Entre quienes más han denunciado en el mundo la política discriminatoria hacia los palestinos, sellada hasta con un muro –más alto, más grande, igualmente ominoso, que el de Berlín, pero mucho menos mentado que éste– figura el arzobispo negro sudafricano y premio Nobel de la paz en 1984, Desmond Tutu. Tutu fue quien cerró el martes 10 el funeral público de Mandela en el estadio de fútbol emplazado en las cercanías de Soweto, un gigantesco barrio marginal que en los tiempos del apartheid fuera considerado un símbolo de la resistencia negra al sistema.
La actual Sudáfrica es, además, el país en que más ha prendido la campaña internacional BDS (Boicott, Desinversión, Sanciones) contra Israel, por su política hacia los palestinos. Un ejemplo: al importar productos producidos en Gaza o Cisjordania Sudáfrica los etiqueta como provenientes de los “territorios palestinos ocupados” y no como “Made in Israel”.
Por estos días, Haaretz, el diario de izquierda israelí en el que la periodista Amira Hass escribe reiteradamente sobre el “apartheid” que padece la población palestina, se interroga acerca de qué pasaría si de entre los palestinos surgiera una figura como Nelson Mandela. “Es tentador –pero equivocado– pensar que el conflicto israelí pudiera resolverse con la figura de un salvador como Mandela”, dice al respecto un editorialista.
En un discurso pronunciado en 1997, Mandela afirmaba: “Bien sabemos nosotros que nuestra libertad está incompleta sin la libertad de los palestinos”.
en Rel-UITA.org, 13 de diciembre de 2013
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