El siguiente es un fragmento de “Algunos son más iguales que otros”, la intervención de David Simon, periodista y escritor norteamericano, productor ejecutivo de la serie The Wire, en el reciente festival de Ideas peligrosas de Sidney, Australia.
Al final el video completo, en inglés.
Estados Unidos es un país profundamente dividido en cuanto a su sociedad, su economía y su política. Hay, definitivamente, dos Estados Unidos. Yo vivo en uno, en una cuadra de Baltimore que es parte del Estados Unidos viable, el Estados Unidos que está conectado con su economía, donde hay un futuro posible para la gente que nació en él. A unas veinte cuadras hay otro Estados Unidos, completamente distinto. Es increíble cuán poco tenemos que ver el uno con el otro, pese a que vivimos tan cerca.
No hay alambre de púas alrededor de West Baltimore o alrededor de East Baltimore, o de Pimlico, las zonas de mi ciudad que han quedado totalmente separadas de la experiencia norteamericana que yo conozco. Pero es como si lo hubiera. De algún modo, hemos logrado marchar hacia dos futuros separados, y creo que es algo que estamos viendo cada vez más en Occidente. No creo que sea único de los Estados Unidos.
Pero creo que es una tragedia que nosotros hemos perfeccionado mucho, y que estamos llegando a ella mucho más rápido que otros países que tal vez sean un poco más congruentes. Mi “idea peligrosa” involucra a un hombre que fue dejado a un costado del camino en el siglo XX y que se convirtió en objeto de broma en el siglo XX; un hombre llamado Karl Marx.
No soy marxista, en el sentido de que no creo que el marxismo tenga una respuesta clínica específica para nuestras aflicciones económicas. Creo que Marx era mucho mejor diagnosticador que clínico. Era bueno en entender lo que tenía de malo, o lo que podía tener de malo el capitalismo si no se lo atendía, pero era mucho menos creíble en cuanto a las soluciones para resolverlo.
Si leyeron El Capital, o si leyeron las Cliff Notes (N. de la T.: resúmenes de lectura para estudiantes norteamericanos) sabrán que sus ideas sobre cómo el marxismo clásico –o cómo funcionaría su lógica, de ser aplicada— de algún modo evoluciona hacia un sinsentido, como la desaparición del Estado y otros tópicos semejantes. Pero es realmente agudo respecto a todo lo que está mal cuando el capital triunfa inequívocamente, cuando obtiene todo lo que quiere.
Esta puede ser la máxima tragedia del capitalismo en nuestra época: que ha logrado su dominio sin tener en cuenta la existencia de un pacto social, sin estar conectado con ninguna otra métrica sobre el progreso humano.
Entendemos la idea de ganar dinero. En mi país, medimos las cosas según la ganancia que da. Escuchamos a los analistas de Wall Street. Nos dicen lo que se supone que hagamos cada trimestre. El reporte trimestral es Dios. Voltéate para mirar hacia Dios. Voltéate para mirar hacia La Meca. ¿Llegaste al número que te habías propuesto? ¿No llegaste? ¿Quieres tu bono? ¿No quieres tu bono?
Y la idea de que el capital es la medida, que la ganancia es la medida según la cual vamos a medir la salud de nuestra sociedad, es uno de los errores fundamentales de los últimos 30 años. Puedo fijar la fecha exacta en que ocurrió en mi país en 1980. Y ha triunfado.
El capitalismo le pasó por encima al marxismo hacia finales del siglo XX y pasó a ser predominante en todos los aspectos, pero la gran ironía es que la única cosa que verdaderamente funciona es no ideológica, es impura, tiene elementos de ambos razonamientos y nunca obtiene ningún tipo de perfección partisana o filosófica.
Es pragmática. Incluye los mejores aspectos del pensamiento socialista y del capitalismo de libre mercado y funciona porque no la dejamos que funcione completamente. Y ésa es una idea difícil de aceptar: que no hay una única bala de plata que nos pueda sacar del lío en que nos hemos metido. Y en qué lío nos hemos metido.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Occidente emergió con la economía norteamericana saliendo de su derroche bélico como el mejor producto disponible. Era el mejor producto. Era el que mejor funcionaba. Probaba su poderío no sólo en los términos en que lo había hecho durante la guerra sino en cuán fácilmente creaba riqueza masiva.
Además, ofrecía mucha más libertad, y hacía lo que iba a garantizar que el siglo XX fuera –y perdonen la resonancia extremadamente nacionalista de esta frase—el siglo de los Estados Unidos.
Hizo falta una clase trabajadora que a comienzos de siglo no tenía dinero para gastos superfluos, que vivía con ingresos de subsistencia. La convirtió en una clase consumidora que no sólo tenía dinero para comprar todas las cosas que necesitara para vivir sino para comprar un montón de porquerías que quería pero no necesitaba, y ese fue el motor que nos impulsó.
No solo se trató de que podíamos proveer esas cosas, o que teníamos las fábricas o el conocimiento o el capital, sino que creamos nuestra propia demanda y comenzamos a exportarla hacia todo Occidente. Y el nivel de vida hizo posible producir cosas a un precio increíble y venderlas.
¿Y cómo lo hicimos? Lo hicimos por no rendirnos a ninguno de los dos lados. Eso era el New Deal. Eso era la Gran Sociedad (Great Society). Eso era toda la discusión sobre la negociación colectiva y los salarios de los sindicatos. Y había una discusión, lo que significaba que ninguno de los dos lados ganaba.
La fuerza laboral no ganaba todas sus discusiones, el capital tampoco. Pero en la tensión, en la pelea entre los dos, es donde el capitalismo realmente se vuelve funcional, donde se convierte en algo que hace que cada estrato de la sociedad obtenga una parte, que todos compartan.
Los sindicatos importaban, de verdad. Los sindicatos eran parte de la ecuación. No importaba que ganaran todas las veces, no importaba que perdieran todas las veces, sólo importaba que ganaran algunas veces y que dieran la pelea y que debieran argumentar a favor de sus demandas, de la ecuación y de la idea de que los trabajadores no valían menos, sino que valían más.
Luego abandonamos eso y pasamos a creer en la teoría del derrame y de la economía de mercado y de que el mercado todo lo sabe, al punto de que el libertarismo es hoy real y seriamente considerado en mi país como un modo inteligente de pensamiento político. Esto me resulta increíble. Pero es así. La gente está diciendo: no necesito nada más que mi propia capacidad de ganar dinero. No estoy conectado a la sociedad. No me importa cómo se va a construir la ruta, no me importa de dónde salen los bomberos, no me importa quién educa a otros hijos que no sean los míos. Soy yo. Es el triunfo del yo. Soy yo, escuchen el bramido.
Que hayamos llegado hasta este punto me parece increíble porque al obtener esta victoria, al ver la caída del Muro y ver al exEstado estalinista avanzar en la dirección de nuestro modo de pensar, en términos de mercado y de ser vulnerable, uno hubiera pensado que habríamos aprendido qué cosas funcionaban. En cambio, hemos descendido hacia algo que sólo puede ser descripto como codicia. Esto es simplemente codicia. Es una incapacidad de ver que estamos todos conectados, que la idea de dos Estados Unidos no es posible, o dos Australias o dos Españas o dos Francias.
Las sociedades son aquello a lo que suenan. Si todos se comprometen y si todos creen que tienen “algo”, no significa que todos van a obtener la misma cantidad. No significa que no habrá unos que serán los capitalistas de riesgo que obtienen la mayor ganancia. No es que cada uno tendrá según sus necesidades o nada que sea puramente marxista, sino que todos van a sentir que, si la sociedad en conjunto triunfa, entonces yo triunfo, y no soy dejado atrás. Y no existe hoy en Occidente una sociedad que pueda ofrecer eso a su población.
Así que en mi país estás viendo un show del horror. Estás viendo un retroceso en términos de ingreso familiar, el abandono de servicios básicos, como la educación pública, una educación pública funcional. Estás viendo a las clases bajas siendo cazadas en una supuesta guerra contra las drogas que es, en verdad, apenas una guerra contra los pobres y que nos ha convertido en el estado con mayor grado de encarcelamiento en toda la historia de la humanidad, en términos de los números de gente que hemos metido en las prisiones norteamericanas y del porcentaje de norteamericanos que hemos metido en las prisiones. No hay otro país sobre la faz de la Tierra que encarcele gente en la cantidad y la tasa en que lo hacemos nosotros.
Nos hemos convertido en algo distinto de lo que reclamábamos del Sueño Americano por nuestra incapacidad de compartir, de contemplar siquiera un impulso socialista.
“Socialismo” es una mala palabra en mi país. Tengo que empezar cada discurso con la aclaración: “Por cierto, sepan que no soy marxista”. He vivido en el siglo XX. No creo que una economía controlada por el Estado sea tan viable como el capitalismo de mercado en cuanto a la producción de riqueza. No lo creo.
Estoy totalmente comprometido con la idea que el capitalismo tiene que ser el modo en que se genere riqueza masiva en el siglo que viene. Esa discusión está terminada. Pero la idea de que no tengo que estar atado a un contrato social, de que el modo en que se distribuyan los beneficios del capitalismo no incluirá en algún grado razonable a todos los integrantes de la sociedad, me resulta increíble.
De modo que el capitalismo arrancará la derrota de las fauces de la victoria, y todo por su propia mano. Éste es el increíble final de esta historia, a menos que cambiemos el rumbo. A menos que tomemos en cuenta, si no los remedios, al menos los diagnósticos de Marx, porque él supo lo que iba a pasar si el capital triunfaba inequívocamente, si obtenía todo lo que quería.
Y una de las cosas que el capital querría inequívocamente y sin dudarlo es la disminución de la fuerza de trabajo. Quiere que disminuya porque la fuerza de trabajo cuesta dinero. Y si disminuye, traduzcámoslo: en términos humanos, significa que los seres humanos valen menos.
Desde ahora hasta que revirtamos el rumbo, el ser humano promedio vale menos sobre la Tierra. A menos que aceptemos que tal vez el socialismo y el impulso socialista debe ser considerado nuevamente; que debe ser unido como lo estaba en los años 30, los 40 y hasta los 50, al motor que es el capitalismo.
Confundir el capitalismo con un plan de acción sobre cómo construir una sociedad me parece una “idea peligrosa” en un mal sentido. El capitalismo es un motor extraordinario para producir riqueza, Es una gran herramienta para tener en tu cajón de herramientas si estás tratando de construir una sociedad y hacerla avanzar. No quieres avanzar sin ella. Pero no es un plan de acción para construir una sociedad justa. Hay otras medidas además del reporte trimestral de ganancias.
La idea de que el mercado resolverá cosas como los problemas ambientales, nuestras divisiones raciales, nuestras distinciones de clase, nuestros problemas para educar e incorporar una generación tras otra de trabajadores a la economía mientras la economía cambia, la idea de que el mercado prestará atención a las preocupaciones humanas y todavía maximizará las ganancias es una idea pueril. Es una idea pueril, que todavía está siendo defendida apasionadamente en mi país y nos estamos yendo por el caño. Y me aterra cuán cómodamente nos absolvemos a nosotros mismos de lo que es, básicamente, una elección moral. ¿Estamos todos juntos en esto o no lo estamos?
Si observaron la debacle de lo que fue, y sigue siendo, la pelea sobre algo tan básico como la política de salud pública en mi país en el último par de años, pueden imaginar la incompetencia que los norteamericanos tienen para ofrecer al mundo soluciones frente a algo tan complicado como el calentamiento global. Ni siquiera podemos ofrecer asistencia médica a nuestros ciudadanos en un nivel básico. Y la discusión se reduce a: “Este maldito presidente socialista. ¿Cree que voy a pagar para mantener saludable a otra gente? Eso es socialismo, hijo de puta”.
¿Qué creen que es el seguro de salud colectivo? Si preguntas a estos tipos, “¿Tienen seguro de salud colectivo en su…?” “Ah, sí, tengo”, “El estudio jurídico para el que trabajo…” Así que cuando te enfermas puedes costear el tratamiento.
Tu tratamiento es posible porque hay suficiente personal en tu estudio jurídico como para tener un seguro de salud que los cubra a todos. De modo que las tablas financieras funcionan y cuando te enfermas existen los recursos suficientes para que te mejores porque dependes de la idea del grupo. Ahá. Y entonces asienten con las cabezas y les dices: “Hermano, eso es socialismo”.
Y cuando les dices, bueno, vamos a hacer lo mismo que estamos haciendo por tu estudio jurídico pero para 300 millones de norteamericanos y así vamos a lograr que todos puedan acceder al sistema de salud. Y si, significa que vas a pagar por otras personas en la sociedad, igual que pagas ahora por las otras personas en tu firma de abogados… Se les humedecen los ojos. No quieren escucharlo. Es demasiado. Es demasiado contemplar la sola idea de que el país entero pueda estar en verdad conectado.
Por eso me parece increíble, a esta hora tardía, estar aquí diciendo que tal vez querramos recuperar a este tipo, Marx, del que nos estuvimos riendo, si no por sus recetas al menos por su descripción de lo que es posible si no mitigas la autoridad del capitalismo, si no abrazas algunos otros valores sobre el esfuerzo humano.
Y eso es de lo que, básicamente, trataba The Wire. Sobre gente que valía menos y que ya no era necesaria, y tal vez un 10 o 15 por ciento de mi país ya no es necesario para el funcionamiento de la economía. Era sobre cómo ellos trataban de resolver, a falta de un mejor término, una crisis existencial. En su irrelevancia, su irrelevancia económica, sin embargo estaban todavía allí, ocupando este lugar llamado Baltimore, y tenían que sobrevivir de algún modo. Ese es el gran show del horror, ¿Qué vamos a hacer con toda esta gente a la que hemos logrado marginalizar? Era como interesante cuando sólo se trataba de la raza, cuando podías hacer esto en base a los temores raciales de la gente y eran siempre los negros y los marrones en las ciudades norteamericanas los que tenían que vivir con los altos índices de desocupación y de adicción y tenían el sistema escolar de porquería y la falta de oportunidades.
Y como es interesante en esta última recesión ver la economía achicarse y comenzar a arrojar hacia afuera, al mismo bote, a la clase media blanca, que se volvió así vulnerable a la guerra de las drogas, digamos de la metanfetamina, o ya no cumplieron con los requisitos para obtener préstamos para pagar la universidad. Y de repente una cierta fe en el motor económico y en la autoridad económica de Wall Street y la lógica del mercado comenzó a menguar. Y se dieron cuenta de que no se trataba únicamente de la raza. Se trata sobre algo mucho más aterrador. Sobre clase. ¿Estás arriba de la ola o al fondo de ella?
Entonces, ¿cómo se sale de esto? En 1932, se salió porque volvieron a repartir las cartas según una lógica comunal que decía que nadie sería dejado atrás. Vamos a resolverlo. Vamos a reabrir los bancos. Desde el fondo de esa depresión, se construyó un pacto social entre la fuerza de trabajo y el capital que realmente permitió a la gente tener esperanza.
O vamos a hacer eso en algún modo práctico cuando las cosas se vuelvan lo suficientemente malas, o vamos a seguir haciendo lo que estamos haciendo, en cuyo caso habrá suficiente gente del lado de afuera que alguien va a agarrar el primer ladrillo (para arrojar), porque cuando la gente llega al fondo siempre hay un ladrillo. Espero que nos inclinemos por la primera opción, pero estoy perdiendo la fe.
La otra cosa que estaba presente en 1932 y que no lo está hoy es que algún elemento de lo popular tenía expresión en el proceso electoral de mi país.
La última tarea del capitalismo –-habiendo ganado todas las batallas contra la fuerza de trabajo, habiendo adquirido la autoridad absoluta, casi la absoluta autoridad moral sobre qué es una buena idea y qué no lo es, o qué es valioso y qué no lo es–, la última tarea del capitalismo en mi país ha sido comprar el proceso electoral, el único espacio para la reforma que quedaba a los norteamericanos.
Hoy, el capital ha comprado, efectivamente, al gobierno, y lo vemos una vez más en la debacle del sistema de salud, en los 450 millones de dólares arrojados al congreso, la parte más rota de mi gobierno, para que el interés popular nunca surja realmente durante ese proceso legislativo.
No sé qué más podemos hacer si no logramos efectivamente controlar al gobierno representativo que, se supone, debe manifestar la voluntad popular. Aún si todos comenzáramos a pensar como lo hago yo ahora, no estoy seguro de que pudiéramos tener un efecto sobre ellos como lo tuvimos al salir de la Gran Depresión, así que tal vez la solución sea el ladrillo. Espero que no.
en el Festival de Ideas Peligrosas, Sidney, 14 de noviembre, 2013
Tomado de el puercoespín
Contribución a Dscntxt de Rodrigo Vergara Tampe
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