martes, octubre 22, 2013

“El estado actual de la poesía”, de Mario Spachiaro









a Simón, poeta lúcido, implacable


 
Todos están ebrios, le comenté a Simón, quien sonrió ligeramente, y agregó: “En realidad esto es cuestión de fármacos, los poetas tienen años de pastillas”. Mientras, el poeta argentino riojano continuaba recortando los periódicos, musitando frases en que se esforzaba por encontrar a Mallarmé y Lacán, acaso los dos mayores mayores próceres de la referencia seudoculta.

Dos asientos más allá, un poeta noble tamizado en trenes y cordilleras sonreía, también, ante la adolescencia-obsolescencia poética adyacente. Otro muchacho,  de barba ya crecida, se mecía los cabellos en desorden, practicando la endogamia reflexiva, el sujeto permanece, ante todo, después de nada, y otras frases rimbombantes que parecían no inmutarlo en absoluto.

Luego de sufrir una espera eterna de unos tres minutos, el riojano bajó del escenario, tan vacío como ascendió, dándole el lugar a la poeta intraducible: Un minuto de acentos en descenso, tildes mal puestos, pronunciaciones deformadas por el tiempo y el alcohol (o las fármacos, según Simón), terminaciones en rimas disonantes, confusión de lenguas, y Babel presente, desde una torre plana, tan rectangular como el verso yámbico, o senario; tan sin fondo como el ángulo visual de la sospecha.

En rápido rastreo óptico, compruebo que nadie alrededor entiende nada y, lo que debería tranquilizarme, me ennegrece todavía más, dejándome hacia el fondo, en mis lamentos, refunfuños y la cruel complicidad del poeta titular de aquella tarde. Un poeta de voz lúgubre, perpendicular al tono de reclamo justo que comparte. Una voz profunda, herida, desde tiempos despojada, que revela y se rebela en un simple acto de denuncia. Bajo tiendas, araucarias, ríos limpios, se remece el tiempo y las paredes. Cimbra el arco, la muchacha de cabello enmarañado y el follaje de los bosques que no existen… ya no existen.

Sólo falta la mención a Benjamín, Temucano de comienzo, Tucumano de vejez; en algún poema hecho de rabia, de jirones descomprometidos en política, en la suave y tersa piel de la nación árabe, un gringo que habla fuerte, un gringo rosadito que usa pantalones Dockers y zapatos del estilo mocasín, y tuerce la boca al hablar de la injusticia de su gobierno al invadir Irak. Y sí… También se arregla el pelito cada cierto tiempo.

Estamos todos ebrios, comentaría horas después el poeta Villalobos, siempre equidistante al buen Simón; mientras escarba entre los surcos de una página gastada. Estamos en la playa, gritaba lejos, como si en el norte no lo oyeran, ruido de gaviotas personales y cernícalos, sobre la arena un millar de ostiones, bajo el cielo una tormenta.

En realidad, todo es una cuestión de fármacos, nos repetimos, recortando diarios y periódicos de mínima circulación, pegoteando letras y versitos que simulan novedad.

Vámonos de acá, grita el último poeta, vámonos muy lejos, donde nada de esto pueda ser descrito y mucho menos inmolado. Somos rabia de existir, ira triste y deshojada, nos decimos ya en la calle ante una brizna débil. Los reflejos en el horizonte. El crepúsculo ignorado. Un atardecer inadvertido que se extingue entre follajes y el océano trizado en torno a unos poemas que no dicen nada, absolutamente nada.



en La poesía y sus des-límites, 2012




















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