a Simón, poeta lúcido, implacable
Todos están ebrios, le comenté a Simón, quien sonrió ligeramente,
y agregó: “En realidad esto es cuestión de fármacos, los poetas tienen años de
pastillas”. Mientras, el poeta argentino riojano continuaba recortando los
periódicos, musitando frases en que se esforzaba por encontrar a Mallarmé y
Lacán, acaso los dos mayores mayores próceres de la referencia seudoculta.
Dos asientos más allá, un poeta noble tamizado en
trenes y cordilleras sonreía, también, ante la adolescencia-obsolescencia
poética adyacente. Otro muchacho, de
barba ya crecida, se mecía los cabellos en desorden, practicando la endogamia
reflexiva, el sujeto permanece, ante
todo, después de nada, y otras frases
rimbombantes que parecían no inmutarlo en absoluto.
Luego de sufrir una espera eterna de unos tres minutos,
el riojano bajó del escenario, tan vacío como ascendió, dándole el lugar a la
poeta intraducible: Un minuto de acentos en descenso, tildes mal puestos, pronunciaciones
deformadas por el tiempo y el alcohol (o las fármacos, según Simón), terminaciones
en rimas disonantes, confusión de lenguas, y Babel presente, desde una torre
plana, tan rectangular como el verso yámbico, o senario; tan sin fondo como el
ángulo visual de la sospecha.
En rápido rastreo óptico, compruebo que nadie alrededor
entiende nada y, lo que debería tranquilizarme, me ennegrece todavía más, dejándome
hacia el fondo, en mis lamentos, refunfuños y la cruel complicidad del poeta
titular de aquella tarde. Un poeta de voz lúgubre, perpendicular al tono de
reclamo justo que comparte. Una voz profunda, herida, desde tiempos despojada, que
revela y se rebela en un simple acto de denuncia. Bajo tiendas, araucarias,
ríos limpios, se remece el tiempo y las paredes. Cimbra el arco, la muchacha de
cabello enmarañado y el follaje de los bosques que no existen… ya no existen.
Sólo falta la mención a Benjamín, Temucano de comienzo,
Tucumano de vejez; en algún poema hecho de rabia, de jirones descomprometidos
en política, en la suave y tersa piel de la nación árabe, un gringo que habla
fuerte, un gringo rosadito que usa pantalones Dockers y zapatos del estilo
mocasín, y tuerce la boca al hablar de la injusticia de su gobierno al invadir
Irak. Y sí… También se arregla el pelito cada cierto tiempo.
Estamos todos ebrios, comentaría horas después el poeta
Villalobos, siempre equidistante al buen Simón; mientras escarba entre los
surcos de una página gastada. Estamos en la playa, gritaba lejos, como si en el
norte no lo oyeran, ruido de gaviotas personales y cernícalos, sobre la arena
un millar de ostiones, bajo el cielo una tormenta.
En realidad, todo es una cuestión de fármacos, nos
repetimos, recortando diarios y periódicos de mínima circulación, pegoteando
letras y versitos que simulan novedad.
Vámonos de acá, grita el último poeta, vámonos muy
lejos, donde nada de esto pueda ser descrito y mucho menos inmolado. Somos
rabia de existir, ira triste y deshojada, nos decimos ya en la calle ante una brizna
débil. Los reflejos en el horizonte. El crepúsculo ignorado. Un atardecer
inadvertido que se extingue entre follajes y el océano trizado en torno a unos
poemas que no dicen nada, absolutamente nada.
en La poesía y sus des-límites, 2012
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