jueves, octubre 03, 2013

"Barthes y yo", de Silvio Mattoni

Fragmento




Ritmos de la muerte de un sabio son los que le puso Erik Satie a unos fragmentos de diálogos platónicos para componer su breve obra vocal llamada Sócrates. La obra fue escrita a pedido de la princesa de Polignac, una aficionada al griego antiguo que sugirió que las cuatro voces fueran femeninas, aunque esto no siempre se respeta en las grabaciones existentes; y consta de tres partes: “Retrato de Sócrates”, con extractos del Banquete, específicamente el discurso de Alcibíades sobre el poder de seducción de sus palabras; “Orillas del Ilisso”, un extracto del Fedro que relata la caminata, la excursión de Sócrates y Fedro mientras conversan sobre mitos hasta que llegan debajo del árbol junto al río donde discutirán acerca de la belleza y la escritura; y “Muerte de Sócrates”, con varias partes del Fedón, la despedida enigmática del primer filósofo y su pasión a manos de un estado legal alterado por su enseñanza.

La “dedicatoria” a la princesa de Polignac me hace revisar la entrada que lleva ese nombre en los Fragmentos de un discurso amoroso. Para mi sorpresa, encuentro allí unidos en una sola figura el canto, pura expresión sin mensaje, y la ofrenda muda, el regalo, puro mensaje sin palabras. Por lo que acaso el niño con sus minucias halladas y su zona alrededor de la madre no fuera algo previo al discurso amoroso, sino ya su obertura. Dice Barthes, o ese yo que simula un amor indisimulable: “El canto es el suplemento precioso de un mensaje vacío, enteramente contenido en su intención, puesto que lo que regalo cantando es a la vez mi cuerpo (a través de mi voz) y el mutismo con que lo golpeas. (El amor es mudo, dice Novalis; sólo la poesía lo hace hablar.) El canto no quiere decir nada: por eso entenderás finalmente que te lo doy; tan inútil como el hilo, la piedrita que el niño le alcanza a su madre.”

Sócrates es un hablador, no escribió nada. Pero algo en la escritura de Barthes está también como originado por su palabra, precisamente cuando todo fragmento, en lugar de guiarse por un ritmo, por unas imágenes y una música de la lengua, se transforma en desvío temático, en digresión. Y así como Alcibíades, que llega un poco alegre al banquete, debe recurrir a comparaciones para hablar del encanto de Sócrates, también ha llegado el momento de comparar la seducción de Barthes con otras. La musical, por supuesto, que apareció desde un comienzo, y la filosófica: las ideas que tan discreta y fragmentariamente se esbozan no son ajenas al efecto de sus palabras. Necesitaremos, pues, comparaciones. Pensarán que se trata de un juego, y tal vez lo sea, pero nada hay más serio que describir lo que nos ata a una palabra ausente. Dice Alcibíades, según el canto agudo de Satie: “se parece a esos silenos que vemos expuestos en los talleres de escultura y que los artistas representan con una flauta en la mano”. Y más adelante pregunta: “¿No eres acaso un flautista? Claro que sí y mucho más sorprendente que Marsias.” Pero hay una diferencia entre la fascinación musical y la socrática: si alguien toca los instrumentos inventados por Marsias, produce el mismo efecto. Mientras que Sócrates cautiva a sus oyentes “sin instrumentos, con simples discursos”. Alcibíades, como dije, aparece borracho, y puede entonces jurar que los discursos de Sócrates lo han afectado y lo siguen afectando intensamente. “Al escucharlo –dice– siento que mi corazón palpita más fuerte que si me agitara la danza maniática de los coribantes, sus frases me hacen derramar lágrimas y veo que muchos otros experimentan las mismas emociones.” Por supuesto, Satie lleva las palabras del diálogo a su desconocimiento en la pronunciación cantada, y por lo tanto devuelve las ideas al punto inicial de la comparación: la invención satírica de la flauta. Pero el elogio esconde que el fin último de la verdad estaba en el deseo. Invirtamos la interpretación general de Platón: no se desea la verdad por medio del amor, sino que se ama la verdad por obra del deseo.










en Camino de agua.Lugares, música, experiencia, Cuenco de Plata, 2013
























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