Aquí,
por así decirlo, en el centro de la ruidosa Roma,
aquí,
alejados hasta donde es posible del campo,
aquí
donde los amos de la política
se
ufanan del petróleo,
untados
de óleo,
petróleo
de sus pozos ladrones,
donde
dinero y piedra y oraciones se combinan,
aquí
en Washington, D. C.,
aquí
donde los pecados se refinan y refinan,
aquí
donde se imitan los mismos muros de Roma,
los
templos y columnas del Imperio de Roma,
nos
acordamos de los días en que los tigrillos mantenían
despierto
el
campamento, y nos daban miedo,
cuando
el puercoespín y el osito tierno agitaban la maleza,
y
el viento más amistoso nos parecía frío y malcriado.
Nos
acordamos del terror de las noches con hoguera,
de
cómo esperábamos besar bien a la tierra,
a
pesar del temor, y no esperábamos del todo en vano,
de
cómo esperábamos días salvajes, limpios en el poder,
de
cómo buscábamos la hermosa hora de las cabañas,
de
cómo pensábamos gobernar,
llevando
a los hombres a la cabaña de una escuela solitaria.
Nos
acordamos de nuestro orgullo pionero americano,
de
nuestro altivo desafiar que no ha muerto todavía
aquí,
por así decirlo, en el centro de la ruidosa Roma,
en
Washington D. C.
donde
se imitan los mismos muros de Roma.
en Poemas escogidos, 1983
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