miércoles, agosto 14, 2013

"El mirlo de Glanmore", de Seamus Heaney

Incluye al final un comentario del traductor




En el prado cuando llego,
Llenando de vida la quietud
Pero dispuesto a espantarse
Al primer movimiento.
En la hiedra cuando me voy.

Eres tú, mirlo, al que amo.

Me estaciono, hago una pausa, tengo cuidado.
Respiro. Tan sólo respiro y me siento
Y versos que alguna vez traduje
Recuerdo: “Quiero ir
A la casa de la muerte, donde mi padre

Bajo el techo de barro”.

Y pienso en uno que ha ido hacia él,
Pequeño bailarín de la quietud,
Espíritu que ronda, hermano perdido
Retozando en el jardín,
Tan contento de verme en casa,

Después de mi primer semestre lejos.

Y pienso en las palabras de una vecina
Mucho después del accidente:
‘Aquel pájaro en el galpón,
En la cornisa durante semanas,
En aquel momento no dije nada,

Pero nunca me gustó ese pájaro’.

El seguro automático del auto
Se cierra, el pánico del mirlo
Es breve, por un segundo
Me veo a mí mismo a vuelo de pájaro,
Una sombra en la gravilla

Frente a mi casa de la vida.

Volando a ras de tierra, soy entero
Para ti, para tus rápidas contestaciones,
Para cada una de tus desafiantes vueltas,
Para tu movedizo, nervioso pico dorado,
En el prado cuando llego,

En la hiedra cuando me voy.





en Distric and Circle, 2006










Traducción de Marcelo Pellegrini







La casa de la muerte, la casa de la vida: 
El mirlo en la poesía de Seamus Heaney

por Marcelo Pellegrini


Para la poesía de Seamus Heaney (Mossbawn, Irlanda del Norte, 1939) el mirlo posee una resonancia equivalente a la del ruiseñor para la poesía de John Keats. En “St Kevin and the Blackbird”, por ejemplo, uno de sus poemas más emblemáticos, Heaney relata una anécdota sobre ese santo: Kevin se encontraba, con los brazos extendidos en cruz, orando con la mayor concentración, en rapto casi místico, en su celda; ésta era tan pequeña que uno de sus brazos salía hacia el exterior por la ventana, la palma de su mano en dirección al cielo. Un mirlo confundió el brazo de Kevin con la rama de un árbol, y entonces anidó ahí; al sentir el calor del ave y de los huevos que puso en el nido, el santo, una especie de San Francisco de Asís del norte de Europa, sintió tal cariño por esa manifestación de la vida, que se quedó en su celda sin moverse durante semanas, olvidado del mundo y olvidado de sí mismo a orillas de un río cuyo nombre también olvidó. Para Heaney, la historia de San Kevin y el mirlo es una verdadera meditación sobre la poesía, una fábula que recrea el proceso del nacimiento de un poema ligado indefectiblemente al ciclo de la vida.

Pero el mirlo también es para Heaney un tierno mensajero de la muerte. El poema “El mirlo de Glanmore”, que cierra la colección District and Circle (2006), relata la historia de Christopher, uno de los hermanos del poeta, muerto a los cuatro años atropellado por un automóvil. No es primera vez que Heaney toca ese tema: el poema “Mid-Term Break”, publicado en Death of a Naturalist (1966), el primer libro de Heaney, cuenta la historia de una manera trágica que es, al mismo tiempo, estoica: el sufrimiento es algo que hay que soportar, porque así es la vida. Hay cierta sabiduría de parte del hablante de ese poema, al recordar cuando recibió la noticia y cuando vio, sin derramar una lágrima, el cadáver de su hermano en un pequeño ataúd. Treinta años después de publicar ese poema, Heaney nos relata, ahora desde la madurez, la manera en que ese mirlo representa a su hermano muerto (“espíritu que ronda, hermano perdido”), el mismo hermano que cuando tenía dos o tres años se revolcó de alegría y felicidad en el jardín de la casa al verlo regresar después de su primer semestre en el internado. El mirlo, de esta forma, pasa de ser un prodigio de la naturaleza a ser un recuerdo atesorado en el corazón, un recuerdo que vive y vuela y canta. El hablante mismo vuela, y se mira a sí mismo desde las alturas “frente a mi casa de la vida”

Los versos que el poeta tradujo y cita en su poema pertenecen a la versión que Heaney hizo del Filoctetes de Sófocles (publicada en 1990 con el título The Cure at Troy), traducción que ha sido leída en Irlanda y en otro países de habla inglesa como una reflexión histórica relacionada a la lucha sectaria entre los bandos protestantes y católicos en Irlanda del Norte y en la República de Irlanda. La “casa de la muerte” que aparece ahí pertenece a las palabras que Filoctetes le dice al coro (hablo de la traducción de Heaney) después de pedirle un cuchillo o un hacha para desmembrarse a sí mismo, porque prefiere la muerte antes que el sufrimiento (Filoctetes, mordido por una serpiente, no pudo ir a la guerra de Troya). Terribles palabras de aquel que está herido y vive solitario en una isla, abandonado del mundo. Luego de eso, el coro reflexiona: “Los seres humanos sufren. / Se torturan los unos a los otros. / Se hieren y se maltratan. / No hay poema, obra ni canción / Que pueda rectificar el daño / Que una vez infligido permanece”. Puede ser, pensamos, sobre todo si echamos una mirada, aunque sea rápida, a la historia del siglo XX y a la que va del siglo XXI, de la que Irlanda es un terrible capítulo. Pero después de leer “El mirlo de Glanmore” nos damos cuenta de que hay una esperanza posible, al menos para la poesía de Heaney: el amor vuelve transformado en espíritu y en manifestación de la naturaleza. Muerte y vida son, entonces, equivalentes; el poema comienza cuando hay una ausencia, y lo que es el absoluto silencio se vuelve lenguaje. El poema no rectificará al mundo ni lo cambiará, pero lo volverá un poco más amable. Sólo un poeta de la sabiduría de Seamus Heaney puede decirnos una clara verdad con palabras igualmente claras.









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