En el año 1992, junto a Andrés Claro y Pato Fernández, decidimos pedirle a Juan Luis Martínez una colaboración para una revista que realizábamos y que finalmente salió bajo el nombre de “Lo”. Curiosamente Martínez –al que no le gustaban las entrevistas– aceptó la propuesta con su inolvidable generosidad que prodigaba hacia los amigos jóvenes que peregrinaban a Viña a conocerlo y disfrutar de su conversación. Dijo que le interesaba el proyecto porque lo estimulaban los participantes: Carlos Altamirano sería el diseñador, había una intervención visual de Arturo Duclos, se publicaría el adelanto de Los Sea Harrier de Diego Maquieira que aún no salía como libro completo, y se sumaba a esto un texto del filósofo alemán Tugendhat y una conversación sobre el tema de la universidad entre Adriana Valdés y Pablo Oyarzún.
Un día acordado fuimos a la casa de Juan Luis, y nos sugirió un método: primero hablaríamos de todo lo que se nos venía a la cabeza, y luego le mandaríamos un cuestionario que él contestaría. Así lo hicimos.
Pasó el tiempo y no llegaban las respuestas. Un poco nerviosos, lo llamamos por teléfono, hasta que finalmente dejamos el asunto para el segundo número, el que nunca existió como es de rigor en las revistas culturales sin compromisos.
Sorpresivamente años después, Eliana Rodríguez, la viuda del poeta, me llamó por teléfono para contarme que había encontrado unas notas que Martínez les había dictado a sus hijas, las que tenían como destino responder el largo cuestionario que le habíamos mandado. Nos juntamos en el departamento de su hija en Santiago y me entregó este texto. Las preguntas se habían extraviado.
En él responde, fundamentalmente, a interrogantes vinculadas al concepto de autor. Sus palabras, elocuentes y enigmáticas a la vez, son una muestra más de la inteligencia de un escritor que fue también el mejor crítico de su obra.
M. R.
Respuestas sin preguntas
a) No todos los libros están en el espacio de la literatura; hay muchísima gente que tiene relación con los libros sin tener que ver con la literatura. Por mi parte, me he pasado la vida buscando y tratando de ordenar algunos libros en un solo libro. Ahora no podría pensarme a mí mismo y pensar mi vida sin la presencia de los libros. Creo que los libros son fragmentos de un solo libro. El mexicano Fuentes sostiene que el universo de lo no escrito será siempre más vasto que el universo de lo ya escrito, esto supone que la literatura no se agotaría jamás. Yo sostengo que la desintegración de las formas no es inagotable. Cada poeta aspira a ser el último poeta, es decir, arrastra a la literatura hacia la muerte de ésta. Pero la literatura se resiste como el mar de Valéry que está siempre recomenzando, por eso la literatura y el tema sobre la muerte de ésta es infinito e inagotable.
b) Hay lectores inocentes que toman un libro y lo leen sin fijarse ni recordar el nombre de su autor, aunque con el tiempo recuerden perfecta y minuciosamente hasta los más mínimos detalles de su lectura. Otros lectores, o mejor dicho el otro lector, considera la unidad esencial del autor y su obra; así leemos lo kafkiano en Kafka, lo borgiano en Borges, y así se busca y establece una fatal identidad entre la obra y el autor. Esto kafkiano o borgiano fatalmente tiene algo que ver con la vida, y al final los autores descubren que más que parecerse a sus obras, son la obra misma. Pero ningún libro, aunque se pretenda, está solo en este mundo, y la lectura de cualquier libro lleva a la búsqueda de su autor y a la memoria que éste arrastra de otros libros y de otros autores. La literatura es un gran espejismo donde los muchos autores y los muchos libros terminan por ser un solo texto sin autor. En esta instancia de escritura anónima y plural el lector sería el verdadero y único autor.
c) Después de Las flores del mal ningún poeta moderno pretende hacer poesía de su experiencia personal. El poeta se vuelve un instrumento para que el lenguaje hable o se escriba. La afirmación analógica del lenguaje con el poeta hecha por Rimbaud de ese “Yo es un otro”, “si el cobre se despierta convertido en clarín, no es por su culpa”, “si la madera es convertida en violín, no es por su culpa”. Así el joven de cualquier parte un día se despierta convertido en un servidor ferviente de signos que no conoce ni domina, sumido en los dominios de un destino personal y colectivo, este sujeto se anula a sí mismo y sabe de alguna manera que si no llega a ser nadie, su vida habrá sido un vano transcurrir. Los poetas han tenido siempre clara conciencia de ser escritos por el lenguaje, y una sensación de que la gratuidad de este don será pagada a un precio muy alto.
d) La separación de la poesía como un género aparte de las demás supuestas formas de la literatura, parece arbitraria. Cierto crítico de renombre en Chile me dijo alguna vez que si los géneros literarios existían, se debe a que ellos son las cristalizaciones más puras del espíritu. Esta ideología de la literatura hace juzgar o excluir una buena parte de la producción literaria; de hecho hay grandes textos y poemas cuyos autores no conocemos, textos anónimos. La perversión reside en pretender que en algún ámbito de la realidad le haya sucedido a alguien y que esta experiencia quede clasificada y definida, encerrada y clausurada dentro de un molde específico, y que esa experiencia esté avalada por un nombre. La noción de autor no es una noción perenne, su crisis es cada día más manifiesta. Obras como la de Samuel Beckett, aunque sepamos a quien pertenecen, son obras casi anónimas. Su anonimia y su grandeza reside en su pluralidad y en su neutralidad vecinal con la muerte del hombre y de la literatura. De ese centro sin centro es de donde parece emerger todo lenguaje.
e) Desde cierto momento de crisis que es difícil de situar con exactitud, el autor no goza ya de crédito frente al lector. No sabe de su texto más de lo que puede saber el lector. La autoría se degrada, se vuelve mucho más impersonal y ambigua; esta muerte del autor no atañe sólo a la poesía, sino a la literatura y al arte en general.
f) Toda obra literaria de algún valor es un conjunto de textos extraídos de otros textos o de otras obras que la tradición ha prestigiado de algún modo. Es imposible la lectura de un texto que no esté vinculado, encadenado, a formas y modalidades ya establecidas de lectura. El autor es una suerte de Penélope que teje el mismo texto con la misma lana. Se puede aspirar a la autoría de un libro anónimo en que el autor-lector trabaje sólo con fragmentos tomados de otras obras. La propiedad del sentido de este nuevo texto no es ya la propiedad de un sujeto, sino de la tradición del lenguaje.
g) Si se concibe la poesía como la suma de todos los poemas en un solo y gran poema que recorre nuestra historia del lenguaje, al margen de su intensidad o temperatura, un poema sería sólo una parte de ese poema nunca terminado, abierto manifiestamente, que constituye la poesía.
h) A cierta altura de la vida, se tiene la sensación de haber vivido varias vidas distintas; se recuerdan distintas personas y distintos grupos de personas en épocas distintas; la memoria se ve como un gran conjunto de capas geológicas, y allí los recuerdos no aparecen en el orden de su verdadera sucesión. Es posible que involuntariamente y con gran intensidad aparezcan recuerdos que no recordábamos. El pasado aparece así con un carácter fantasmal y fragmentario algunas veces, y otras con la plenitud luminosa de un éxtasis anhelado que tampoco se cumple. No hay buenos ni malos recuerdos, sólo hay una memoria discontinua que parece soñarse a sí misma.
en El Mercurio, 22 de julio, 2001
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