sábado, junio 15, 2013

"Wilt no se aclara", de Tom Sharpe

Fragmento

30 de marzo, 1928 - 6 de junio, 2013


Eva no lo estaba pasando muy bien. De hecho estaba tan preocupada que no podía pegar ojo. Tras los efusivos saludos en el aeropuerto por parte del tío Wally y la tía Joan y sus muestras de alegría por volver a ver a las cuatrillizas, las habían llevado al avión privado con el logotipo de Empresas Immelmann y habían embarcado. El avión había recibido autorización para despegar, y ahora volaban hacia el oeste, hacia Wilma. Debajo tenían un paisaje salpicado de lagos y ríos, y al cabo de un rato empezaron a sobrevolar bosques y montañas, y las señales de población cada vez eran más escasas. Las cuatrillizas miraban por las ventanillas y para satisfacer su curiosidad el tío Wally hizo un descenso en picado y enderezó el avión bastante más abajo para que pudieran contemplar mejor el paisaje. Eva, que no estaba acostumbrada a volar y que nunca había viajado en un avión pequeño, estaba mareada y asustada. Pero al menos las niñas disfrutaban con el vuelo y el tío Wally estaba encantado de poder hacer alarde de su habilidad como piloto ante ellas.

–Este avión no es tan rápido como los que pilotaba en Lakenheath, Inglaterra, cuando estaba en las Fuerzas Aéreas –explicó–. Pero es bueno y maniobrable, y va lo bastante rápido para un viejo como yo.
–No digas eso, cariño, tú no eres viejo –intervino la tía Joan–. No me gusta que utilices esa palabra. Uno no es viejo si no se siente viejo, Wally, y a mí me parece que tú te sientes muy joven. ¿Cómo le va a Henri, Eva?
–Muy bien –contestó Eva.
–Henry es un tipo estupendo –opinó Wally–. Es un hombre con un gran potencial, ¿lo sabías, Evie? Seguro que ustedes, niñas, están muy orgullosas de su padre, ¿verdad? No todo el mundo tiene un padre que es profesor universitario.

Penélope inició el proceso de desilusión.

–Papá no tiene ambición –dijo–. Y bebe demasiado. Wally no dijo nada, pero el avión descendió ligeramente.
–Un hombre tiene derecho a tomarse una copita tras una dura jornada de trabajo –dijo entonces–. Yo siempre lo he dicho, ¿verdad, Joanie, cariño?

La sonrisa de la tía Joan sugería que eso era exactamente, en efecto, lo que siempre había dicho el tío Wally. También sugería su desaprobación.

–Pero yo dejé de fumar –continuó Wally–. Vaya, eso sí que te mata. Desde que lo dejé me encuentro muchísimo mejor.
–Papá ha vuelto a fumar –aportó Samantha–. Ahora fuma en pipa porque dice que todo el mundo está contra el tabaco y que a él nadie va a decirle lo que tiene que hacer y lo que no.

El avión volvió a descender.

–¿Eso dice su padre? ¿De verdad? ¿Que nadie le va a decir lo que no tiene que hacer? –dijo Wally, y miró por encima del hombro, nervioso, a las dos mujeres–. ¿Lo pueden creer? Eso no denota una gran virilidad.
–¡Wally! –dijo la tía Joanie con vehemencia.
–Y tú para de hablar así de tu padre –dijo Eva a Samantha con la misma firmeza.
–Caray, no me malinterpreten –dijo Wally–. «Virilidad» sólo es una expresión.
–Sí, y la tuya tampoco es nada del otro mundo –dijo la tía Joanie–. Estos comentarios socarrones están fuera de lugar.

El tío Wally no dijo nada. Siguieron volando y finalmente Josephine dijo:
–Los chicos no son los únicos que tienen virilidad. Yo también tengo una especie de virilidad. Aunque no es muy grande. Se llama...
–¡Cállate! –le gritó Eva–. Ni una palabra más. ¿Me has oído, Josephine? A nadie le interesa.
–Pues la señorita Sprockett dijo que es muy normal y que hay mujeres que prefieren...

Un rápido coscorrón de Eva puso fin a aquella exposición de la opinión de la señorita Sprockett sobre la función del clítoris en encuentros mano a mano entre mujeres. Aun así, era evidente que el tío Wally seguía interesado.

–¡Caray! ¿Señorita Sprockett? Qué nombre tan curioso.
–Es nuestra profesora de biología, y no es como la mayoría de las mujeres –dijo Samantha–. Es partidaria de la masturbación. Dice que es más seguro que tener relaciones sexuales con hombres.

Esta vez no hubo ninguna duda del asombro de Wally ni del efecto aerodinámico del repentino intento de Eva de alcanzar a Samantha y hacerla callar. El avión dio una sacudida y Wally intentó recuperar el control, pero no lo ayudó mucho el golpe que recibió en la sien, que iba dirigido a Samantha, quien lo había visto venir y se había agachado.

–Mierda –exclamó Wally–. Por el amor de Dios, quédense quietas. ¿Quieren que nos estrellemos?

Hasta la tía Joanie estaba alarmada.
–Siéntate, Eva–gritó.

Eva se sentó con expresión adusta. Todo lo que ella había confiado poder impedir estaba empezando a pasar.









Wilt in Nowhere, 2004










Traducción de Gemma Rovira


















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