sino
su alma heredada, hija del naufragio
de
la mañana y de la noche, enamorada, al unísono
donde
ahora entro rodeado de la respiración
de
lengas y liebres oscuras y palpitantes
rodeado de barbas
de viejo enrareciendo
las
fauces de estas ramas sin quijadas ni bocas
enrareciendo
el aire de este Puerto de piedra
derrumbada,
que de mí
hace
piedra derrumbada.
Viejo
panegírico anclado en la veleta de los
sueños,
morada última del crepúsculo y el
granizo,
entro en ti volcando mi raíz y despojado
de
vestiduras, semilla y polvo, desperdicio de verdad
trueno
de la memoria, hondo suspiro desgarrado
en
el templo de la desgracia.
¿No
fue aquí donde fuimos encomendados
guardad estos reynos contra nuestros
enemigos?
¿No
fue aquí donde halló la miseria lujoso pañuelo
que
calzar en su frente siempre sedienta?
Aquí
encontré un rebaño de huesos balando
culpando
los arcabuces del hambre y de la noche
el
caiquén devorado y la gaviota
el
trueno, herido de muerte, de rayos y de cóndores.
Todos,
todos pasaron por este Puerto
dejando
sílabas graves, el tilde invisible
de
la palabra muerte.
Aquí
los encontré, aquí
toqué
la madera para entrar en su secreto
y
había madera pues aún hería la fría constitución
de
los huesos, aún se lloraba a los pies de lámparas
apagadas,
de yelmos ahuecados, y secos y terrestres
bramidos,
aún hería el pétalo sanguinolento, la rosa
húmeda
que echaba su raíz, su espina a la huesa.
Hay
pedazos de polvo en este Puerto
y
hoy la visión no es sino un día, un naufragio
una
palabra calcinada:
años
de derrumbe con largas túnicas
inclinados,
derramando
su
santo olvido sobre las frentes.
en El cementerio más hermoso de Chile, 2008
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