sábado, noviembre 24, 2012

“Tiempo muerto”, de Mario Spachiaro







Los soles pueden ponerse y volver a salir: 
nosotros, una vez que la breve luz se apague, 
hemos de dormir una sola noche eterna.
                                                                                                              Catulo




Cada día muere en la montaña,
y, sin embargo, me asegura cuatro versos lentos
bajo el aire que respira;

me rebela un gran secreto en el oído,
cuando el trueno se hace luz
y nos separa en inútiles fragmentos.

Ella quiere ver,
observar el claro azul del bosque
y levitar entre las sombras que la acechan.

Un pequeño beso, una caricia y su cuerpo frágil y convulso que responde en la caída. Yo la quiero antes de que muera, le repito musitando un misterioso código que recuerdo cada fin de año. Pero el canto seco de su piel me rechaza, una vez más, y aún el grito recompensa mis esfuerzos.

Caigo junto a ella,
junto a su silencio indiferente.
Caigo frente al mar,
de rodillas, junto a cruces sin ficción.
Caigo, solo caigo, sin llegar a detenerme.

Ahora, reubicado en el pasado, me consuela su recuerdo, en la cima y sobre el aire. Su cansada letra surca y graba en el espacio blanco y frío de la nieve. Ni siquiera ha despedido, hablado o resurgido. El silencio frena su primer intento, tal como la sangre que registra el horizonte.

Así es ella.
Así somos nosotros.
Así es el vacío que nos separa y nos reúne, día a día.





  
en Plegarias del olvido, 1956














No hay comentarios.: