Balbuceamos
como bobos
y
en seguida callamos,
la
boca del uno
en
la oreja del otro, gracias
a
este interpuesto aparato.
Tanto
que decirnos
y
no saber cómo. Llamamos
a
través de los océanos
como
anónimos perversos
sólo
para oírnos acezar
y
escucharnos los alientos.
Después
tu voz repitiendo,
tengo
que colgar,
tengo
que colgar y el ojo
vacío
de una aguja inmensa
enhebrando
el hilo telefónico
para
coserme los oídos
con
tu silencio.
en Vida, 1984
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