domingo, noviembre 18, 2012

“La grotesca ironía de Gaza”, de Robert Fisk







Qué fácil es tapar la historia de los palestinos, borrar la narrativa de su tragedia, evitar una ironía grotesca sobre Gaza que –en cualquier otro conflicto– los periodistas estarían escribiendo en sus primeros informes: que los originales, los legales propietarios de la tierra israelí sobre la que impactan los cohetes Hamas viven en Gaza. Por eso existe Gaza: porque los palestinos que vivían en Ashkelon y los campos de los alrededores –Ashalaan en árabe– fueron desposeídos de sus tierras en 1948, cuando se creó Israel y terminaron en las playas de Gaza.

Ellos –o sus hijos y nietos y bisnietos– están entre el millón y medio de los refugiados palestinos atiborrados en el basurero de Gaza, 80 por ciento de aquellos cuyas familias vivieron una vez en lo que ahora es Israel. Esto, teóricamente, es la verdadera historia; la mayoría de la gente de Gaza no viene de Gaza.

Pero al ver las noticias, uno pensaría que la historia comenzó ayer, que un grupo de lunáticos barbudos islamistas antisemitas surgió de pronto en los barrios bajos de Gaza –una basura de gente destituida sin ningún origen– y comenzaron a lanzar misiles al pacífico, democrático Israel, sólo para encontrarse con la venganza justa de la fuerza aérea israelí. El hecho de que cinco hermanas muertas en un campo en Jabalya tenían abuelos que venían de la misma tierra cuyos más recientes propietarios ahora las bombardean a muerte simplemente no aparece en la historia.

Tanto Yitzhak Rabin como Shimon Peres dijeron allá por la década de 1990 que deseaban que Gaza simplemente desapareciera, cayera al mar, y podemos ver por qué. La existencia de Gaza es un recordatorio permanente de aquellos cientos de miles de palestinos que perdieron sus hogares a manos de Israel, que huyeron o fueron echados por temor o por limpieza étnica israelí hace sesenta años, cuando oleadas de refugiados recalaron en Europa después de la Segunda Guerra Mundial y cuando un puñado de árabes echados a patadas de sus propiedades no le preocupaba al mundo.

Bueno, el mundo debería preocuparse ahora. Atiborrados en los más superpoblados kilómetros cuadrados en el mundo está un pueblo desposeído que ha estado viviendo en la basura y las aguas servidas y, durante los últimos seis meses, con hambre y en la oscuridad, y que han sido sancionados por nosotros, Occidente. Gaza siempre fue un lugar de insurrección. Tomó años para que la sangrienta “pacificación” de Ariel Sharon, que comenzó en 1971, se completara y Gaza no será domada ahora.

La voz más poderosamente política de los palestinos –estoy hablando de Edward Said, no del corrupto Yasser Arafat (y cómo lo deben extrañar ahora los israelíes)– está en silencio y su prédica en gran parte no ha sido explicada por su deplorable y tonto vocero. “Es el lugar más aterrador que he visto”, dijo Said una vez de Gaza. “Es un lugar horriblemente triste a causa de la desesperación y de la miseria en que vive la gente. No estaba preparado para los campos, que son mucho peores que cualquier cosa que vi en Sudáfrica”.

Por supuesto, le tocó a la canciller Tzipi Livni admitir que “a veces también los civiles pagan el precio”, un argumento que no daría, por supuesto, si los estadísticas de las bajas fueran al revés. Por cierto fue instructivo ayer escuchar a un miembro del American Enterprise Institute –repitiendo fielmente los argumentos de Israel– defender el vergonzoso número de muertos palestinos diciendo que “no tenía sentido jugar el juego de los números”. Pero si más de 300 israelíes hubieran muerto –contra dos palestinos muertos– estemos seguros de que el “juego de los números” y la desproporcionada violencia serían muy relevantes.

El simple hecho es que las muertes palestinas importan mucho menos que las muertes israelíes. Es verdad, sabemos que 180 de los muertos eran miembros de Hamas. Pero ¿qué pasa con el resto? Si las cifras conservadoras de la ONU de 57 muertos civiles es correcta, el número de muertos sigue siendo una vergüenza. Descubrir que Estados Unidos y Gran Bretaña no condenan la matanza israelí mientras que culpan a Hamas no es sorprendente. La política de Estados Unidos en Medio Oriente y la política israelí ahora son indistinguibles y Gordon Brown está siguiendo con la misma devoción perruna a la administración Bush que su predecesor.

Como siempre, los sátrapas árabes –pagados y armados en gran parte por Occidente– están en silencio; absurdamente llaman a una cumbre árabe sobre la crisis que (si tiene lugar) nombrará un “comité de acción” para hacer un informe que nunca será escrito. En cuanto a Hamas, por supuesto disfrutarán de la incomodidad de los potentados árabes mientras esperan cínicamente que Israel les hable. Lo que hará. De verdad, dentro de algunos pocos meses, oiremos que Israel y Hamas están teniendo “conversaciones secretas” –como una vez nos pasó con Israel y la aún más corrupta OLP—. Pero para entonces hará mucho que los muertos fueron enterrados y nos estaremos enfrentando a la próxima crisis desde la última crisis.




en Página 12, 7 de enero de 2009













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