Y
no será ésta nunca la ocasión
para
exponer mis subjetividades
como
esclavas traídas de las Indias;
mejor
callar si abundan los pretextos
y
lo que impera es un feroz bostezo
como
el foso en que acaba la resaca.
Tranquilo,
corazón, no te impacientes,
toda
tu angustia es sin razón ni causa:
a
cada cual se le ha asignado un tiempo,
y
en esto no pretendas ver un mérito
sino
la más trivial fatalidad.
Guardaré
mi silencio para ti;
para
el resto me sumaré al bullicio.
Carente
de la mínima cadencia
recitaré
una pila de lamentos
y
harán como que oyen mis sermones
encendidos
en falso misticismo.
He
consultado los antiguos índices:
listas
de rimas, guías de gramática;
nada
ha sobrevivido a la dicción
traposa
de la década novísima.
Tampoco
aportó el censo de los jefes:
voces
solas, maestros sin escuela,
agotaron
en sí sus manifiestos.
Se
hacen recomendables otros métodos
para
pintar el gesto contrahecho
que
demanda la urgencia de estos días.
La
lluvia se ha filtrado por las grietas
y,
en medio del derroche de los años,
socavó
incluso el genio inagotable.
Mi
musa tiene prisa de enseñarme
alguna
nueva táctica de guerra
con
qué purificar el aire infesto.
Bendita
sea aquella que ha exhibido
sus
secretos, no al sabio sino a un triste
postergado
del mundo de las letras.
Y
si he vuelto a invocar su protección
de
la que prometí tenerme a raya
es
porque un coro agudo de capones
me
ha despertado nuevamente el hambre.
Hoy
mismo bajo el signo de Mercurio,
patrón
de los ladrones, la Academia
rescata
del anonimato a quien
le
importa qué escritor venido a menos
mientras
la prensa asiente consumida
por
la explosión de su vulgar retórica.
Un
célebre cultor del verso libre
abusa
del hipnótico gerundio
como
si se tratara de un acierto,
aquel
otro prescinde de las comas
sin
haber comprendido bien sus reglas.
Cada
cual trenza un lirio en su corona
y
dan voces de mutua admiración.
Cuánto
sufrí por adquirir el frío
virtuosismo
a la hora de rogar
la
caridad del público ilustrado.
Por
lo mismo, cumplido mi propósito,
cómo
no despreciar a esa caterva
que
abulta sin esfuerzo sus hallazgos.
Acá
un novato funde sobre un diario
tenedores
y restos de botellas
a
la manera de las porquerías
que
recogen los niños en la arena;
aquel
otro, acodado en un balcón
grita
semidesnudo a contraviento
un
mantra repetido hasta la arcada.
Imperdonable
sed de novedad,
como
si esto de ser contemporáneo
fuera
un acto complejo y voluntario
y
no una distinción inevitable.
Diez
años me tomó ponerme al día
luego
de más de veinte de retraso
y
no encontré a la audiencia preparada
para
tasar un verso por su técnica.
Lo
mismo vale un hacha que un cincel.
El
náufrago, la víctima, el hambriento
se
afanan en su agobio por un orden
nada
más lejos de la candorosa
veneración
que aspira a nuestro siglo
al
azar, lo primario y la anarquía.
Los
verbos son lanzados como piedras
que
arrojan los parientes sobre el muerto
sin
que ninguna ocupe su lugar
ni
sostengan el peso de las otras
ni
doten al conjunto de equilibrio.
El
estro se ha escurrido entre las ramas
de
un manzano sin hojas; las agita
como
el flojo cordaje de una lira
tañida
por las uñas de una monja.
Y
no será ésta nunca la ocasión
para
que el viento corra las cortinas
y
revele el hedor de mi pobreza
donde
el éter y el polvo son lo mismo.
He
perdido la fe en la inspiración.
No
tengo brazos para abrir el arco
y
alcanzar a mi presa con potencia.
En
aquellos asuntos decorosos
-de
los que no se tiene qué decir
o
no se está dispuesto a meditar
pues
ya se ha especulado en abundancia-
la
impostación se vuelve indispensable.
No
pretendo infundir piedad en nadie.
Más
que la pena en sí formularé
un
placer muy cercano a la tristeza:
una
madre que invita a levantarnos
y
a olvidar, bajo el sol, esas terribles
visiones
de una noche que ha pasado.
en OC, 2012
No hay comentarios.:
Publicar un comentario