Algunos
te habrían culpado por arrebatarles
los
versos que podían remontarlos a los días
en
que, los oídos sordos, la visión de sus ojos enceguecida
por
el relámpago, te alejaste de mí, y no pude hallar
nada
para componer una canción salvo reyes,
yelmos
y espadas, y cosas a medias olvidadas
que
semejaban recuerdos de ti; pero ahora
seremos
libres, pues el mundo vive como antes,
y
mientras nos den ataques de risa o de llanto,
yelmos,
coronas y espadas al foso arrojaremos.
Querida,
abrázate a mí, pues desde que te fuiste
vanos
pensamientos hasta los huesos me han helado.
en El yelmo verde y otros poemas, 1910
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