“No hablemos de Soda Stereo”: si hay consejo desinteresado –si existen los consejos desinteresados– que cualquiera alrededor de Cerati repite como plegaria que valdría la pena ser atendida, es ése. Entonces, lo mejor es atender y mejor “No hablemos de Soda Stereo”, sino de lo que vino después. De la habilidad hasta ahora única con que Gustavo Cerati consiguió perfeccionar y enrarecer hasta el cansancio la eficacia del pop y retirarse intacto después, sin una caída estrepitosa o una muerte épica en el intento. Porque, después de separar a Soda Stereo, Cerati se convirtió en la primera y única estrella de rock argentino retirada. “Si se puede ver a Bowie como una estrella de rock retirada y que hace lo que quiere, el retiro puede ser muy bueno. Pero si el retiro es dejar de hacer, no. Porque desde la despedida de Soda Stereo que no dejo de hacer música. Lo que pasa es que me pareció más saludable buscar situaciones alternativas al sistema. Lo de Soda lo viví como una separación de pareja: si uno cambia de barco inmediatamente, termina no resolviendo nada. Para casi todos, las bandas encarnan un espíritu de “nosotros contra el mundo”, pero ya en los últimos años apenas conseguíamos sostener, con lo mejor de nosotros, lo insostenible”, dice Cerati, en un ejercicio de revisionismo casi terapéutico. Ejercicio que lo lleva –¿a su pesar?– a hablar de Soda Stereo y de sus dos aventuras extramatrimoniales: el coqueteo con Daniel Melero en Colores santos y la infidelidad culposa de Amor amarillo (“Fue como con Canción animal: en casa generé todos los demos y pensé cómo tenían que tocarlo Zeta y Charly, pero decidí que, en vez de llevarlo al grupo, ése quedara así. Podría haber ido a más, con banda y arreglos, pero tampoco tenía mucho sentido hacerlo con otros parecido a Soda Stereo”). Después del divorcio definitivo de la banda, Cerati corrió a los brazos del sonido electrónico: primero con el Plan V chileno y después haciendo Ocio con Flavio Etcheto. Ahora, con Bocanada, el disco a punto de salir, Cerati parece al fin decidirse a entrar en el peligroso Olimpo de los Solistas Argentinos. “Teniendo en cuenta que era el compositor y la voz cantante de Soda Stereo, era lógico que muchos esperaran otra cosa de mí después de la separación. Pero no tenía ganas. Hice lo que quise. Y no me hago cargo del peso que signifique el parnaso de los solistas argentinos. Yo sé cuál es mi lugar. En este disco, musicalmente me fui al carajo. Y creo que ninguno de los solistas que uno podría considerar papis o hijos de los papis del rock argentino puede hacer lo que yo hago”.
Vaciando los sifones
Cerca del 90, en un gesto más clínico que profético, David Byrne se asomó al cadáver todavía tibio que había alimentado durante más de una década a la cabeza de Talking Heads y diagnosticó que el rock había muerto: “Esa música ya no tiene vida. La actitud, sin embargo, está viva y alimenta otros tipos de música”, dijo. En un gesto igual de clínico y de poco profético, Cerati –acaso la antena del rock argentino más atenta y mejor informada para decodificar y asimilar los sonidos extranjeros– se dedicó durante los 90 a enrarecer la eficaz nitidez con que brillaba en el pop. Casi diez años después, Cerati mira atrás y dice: “Yo no sé si el pop se agotaba. Lo que sé es que, incluso después de Dynamo, nosotros empezamos a quedar como paladines de una causa. La tendencia musical iba para otro lado, y nosotros parecíamos baluartes de eso que puede ser el pop, pero que sobre todo era lo que Soda Stereo significó durante mucho tiempo para esa gente que no podía escuchar la música que pasaban por radio, porque le daba asco. Creo que nos sujetamos a esa idea para hacer Sueño Stereo, un disco que surgió de lo que éramos y de lo que nos decían sobre nosotros. Es bastante común que las bandas, cuando están a punto de terminar, hagan un disco retro e introspectivo. Con ese disco digamos que nos propusimos hacer de Soda Stereo. Ya éramos clásicos, ¿qué esperaban? Y, si seguíamos haciendo discos juntos, iban a ser todos así, por más que la música en el mundo fuera para el otro lado”.
Con la música a otra parte (1)
Con Dynamo y Sueño Stereo pareció asomar en los seguidores de la banda el pavor cada vez más evidente de que Soda abandonaba la fórmula del éxito sobre la que se apoyaba una maquinaria de convocatoria hasta entonces tan aceitada como inaudita en cualquier país al sur del río Bravo. Para Cerati, asomó más bien la certeza de que el suicidio grupal y la inmolación del pop a manos de la electrónica tenía como propósito su resurrección sonora: “El secreto del éxito, por ponerlo de algún modo, siempre fue hacer lo que queríamos. Nunca nos pudieron meter a alguien que nos dijera qué hacer en nuestros discos. Se encontraron con un fenómeno exitoso que no entendían cómo ocurría y que además ofrecía canciones tocadas con un nivel de sofisticación altísimo, al lado de la chatura que podía tener, no sé, Televisa en México. Imaginate, Soda Stereo era un ovni. Y se nos había ocurrido a nosotros, así que nosotros sabíamos por dónde ir. Por eso ahora no me preocupa si el disco nuevo junta 200 mil personas o no. Prefiero pensar que uno podría juntarlas y que no lo hace porque, digamos, es más saludable”, dice Cerati. Y pasa a hablar del saludable riesgo electrónico al que se vino exponiendo todos estos años: “Para cierta gente, las raves reemplazaron a los recitales, lo que no significa que el futuro sea la electrónica. En su nombre hubo cosas espantosas, sobre todo el dance. A mí, la verdad, no me interesa la cultura rave-mochilera-neohippie que va alrededor del mundo. Pero la música electrónica cumple una muy buena función: se pueden escuchar discos sin que nadie cante y sin que sean discos de Soft Machine con temas de 50 mil minutos. Después de asimilar eso, creo que lo que está apareciendo ahora es más interesante todavía: tomar la ideología del rock pero con otra música. Tomar El lado oscuro de la luna de Pink Floyd, por ejemplo, el disco más vendido de la Tierra, pero no las canciones sino los pasajes electrónicos. La información está ahí. Hasta U2, la vanguardia de la masividad, tuvo que replantearse sus discos y sus shows: ni ellos se bancaban seguir con la misma verga y el sombrero de cowboy. Tampoco me parece que la tecnología sea un salto cualitativo grande. En algún momento agarrás la guitarrita. Sólo que, hoy, las posibilidades y expectativas de un disco son mucho más amplias”.
Con la música a otra parte (2)
Si antes Cerati se ocupaba y preocupaba por separar las aguas y marcar las posibilidades y expectativas de los discos, tanto en Soda Stereo como en sus infidelidades solistas, ahora ha salido del laboratorio sin la obligación de ser él quien le pegue la etiqueta al disco. Bocanada son quince canciones en las que, sin anclar en la potencia, Cerati logra hacer comulgar su repertorio de credos con una sensatez notable: melodías pegadizas y bailables de pura cepa Cerati, recostadas en el confort frío y anatómico del colchón electrónico. La voz nítida y modulada sobre un tempo preciso y digital. La convivencia ecualizada de la acústica y la máquina de ritmo. Y una orquesta de 48 cuerdas al lado de cinco minutos electrónicos engendrados en el disco duro de una Macintosh. “No estaba interesado en hacer un disco de rock: ésa fue la premisa. ¿Por qué tenía que hacerlo? Yo vengo del rock... soy rock. Pero me parece que el rock, y la actitud del rock, pasan por otro lado hoy. Ya no por la cuadratura o la actitud chabón. Salvo que te escudes en el espíritu estón. Muchos grupos bautizados barriales o chabón, como Los Caballeros de la Quema, están haciendo pop. Por eso este disco me muestra sin las estructuras anteriores: no pensé que el bajo tenía que ser el de Zeta y la batería la de Charly. Digamos que Bocanada explica la separación de Soda; y creo que le va a interesar a la gente que está un poco harta de lo que ocurre alrededor. Puse mucha música en este disco, aunque no es una honestidad brutal ni nada de eso. Tenía muchos más temas, pero había cosas que ya las había dicho antes y tampoco era necesario ese derroche de energía. Lo compuse, lo grabé y lo produje en cuatro meses. No me gustan los discos que se extienden mucho, porque se vuelven demasiado pajeros. Lo que me gustaría, en cambio, es tocarlo en lugares donde nunca toqué. Un poco por Europa. Grabar en Londres ya me sirvió como test. Hubo gente que me dijo que un disco como éste es dificilísimo de encontrar incluso allá, en ambientes que yo siempre admiré por considerar sumamente creativos. Está bien, los ingleses no pasan por su mejor momento y trascienden más por las Spice Girls que por otros músicos. Pero precisamente porque en el panorama mundial hay un cansancio tremendo, los mejores discos están viniendo de Alemania, de Islandia, de Japón. Y por ahí pueden venir de Argentina. Esa es la apuesta de este disco. Es muy de ahora. Es un disco argentino que, sin inferioridad de condiciones, puede salir a pelearla en el mundo. Creo que les va a interesar hasta a los enemigos”.
El mundo no es redondo
Cerati habla el miércoles posterior al fin de semana en que la furia redonda y ricotera arrasó con Mar del Plata. Otro consejo: “No hablemos de los Redondos”. Pero Cerati empieza a hablar de música electrónica y, casi media hora después, termina hablando de la incursión electrónica en el último disco de Los Redonditos de Ricota. “Para muchos la electrónica funciona como tabú, cuando en realidad ha hecho desarrollar el rock y el pop. El hip hop nace porque existe el sampler. Soda Stereo siempre fue electrónico. Y Mercedes Sosa también. Aunque sea para producir un sikus. Los Redondos manejan otra idea de los conciertos. Hablan de misas quizá para reforzar la mística, pero el Indio tiene una consola que debe ser igual a la mía. No sé, Soda versus Redondos o versus Sumo son el tipo de dicotomías que el argentino necesita para echarse a andar. Con Sumo todavía, porque salimos del mismo lugar: nosotros en busca de la canción perfecta y ellos en busca de la canción más imperfecta posible. Pero con los Redondos, no la entiendo. Nunca entendí que, mientras yo tocaba en vivo, algunos cantaran contra el Indio. Es cierto que en una canción de los Redondos el Indio habla de nosotros trepando antenas. A lo mejor le jodió que cantáramos La Cúpula, pero yo siempre fui un tipo muy esdrújulo y también es cierto que nosotros estábamos ahí arriba. Podíamos hablar de lo que se veía. Eso nunca fue grave. El problema fue que se volvió político. Algunos absurdos hasta leían una rivalidad entre dos Argentinas. Yo no me lo tomé muy a pecho hasta que me di cuenta que estaban pidiendo por mi muerte. ¿Por qué? ¿Porque se murió Luca y yo no? Como decía Luca: Fuck off. Si uno vende esa cantidad de discos, los que los compran no pueden ser todos chetos o extranjerizantes”. El tema es si entre los compradores potenciales no se esconde un potencial Mark David Chapman, y el tema vuelve a Mar del Plata: “Tuve varias experiencias desagradables a raíz de la fama, pero una vez me quisieron matar. En Mar del Plata. Un tipo que me apuntó con el auto y me lo tiró encima. Me salvé porque derrapó. Fue a fines de los ochenta, una época en la que había mucho psicópata. La cocaína había causado demasiados estragos. Ahí entendí que el mundo no sólo estaba lleno de locos peligrosos sino que algunos podían tener mis discos”. Hablando de discos nuevos que tiene y que otros también tienen, Cerati dice: “Están los Babasónicos con un gran disco. También Francisco Bochatón y Leo García. Ahí hay otro mundo que no está tan en boga pero por el que yo apuesto. Esos son los tipos que me hacen competir. Creativamente, jamás competí con los Redondos. Son la vereda de enfrente. No hay nada en ellos que me pueda resultar interesante. Nunca me sirvieron como referente para hacer mejor música”.
La canción perfecta
Si existe una pesadilla –en el mejor de los casos jibarizada hasta el tamaño más maleable de la obsesión– en la camaleónica carrera compositiva de Cerati es la canción perfecta. Su aventura electrónica desde principios de los 90 vendría a ser apenas un cambio de coordenadas en un mapa donde “el panorama de canciones estaba un poco agotado”. Cerati muestra discos y señala con el dedo el punto exacto donde otros estuvieron: “Jealous Guy” de Lennon, “Space Oddisey” de Bowie, “Sympathy for the Devil” de los Stones, “Pasajera en trance” de García, “Cantata de puentes amarillos” de Spinetta, “La forma del deseo” de Melero. Y, después de eso, señala hasta donde se acercó él: “Cuando terminé ‘Corazón delator’ o ‘El temblor’, sí, sentí que había dado con algo que creía que nunca iba a poder mejorar. Era lo máximo dentro de lo que yo podía hacer, considerando que el principal sentido de todo lo que escribo y compongo aspira a producir un disparo de imaginación. Me gusta la canción perfecta no porque sea técnicamente perfecta, sino porque inaugura algo o fue a fondo. ‘Yesterday’ puede ser una canción perfecta desde el punto de vista masivo, pero no inaugura nada. Yo pienso en discos: Doble vida podría grabarlo de nuevo y Canción animal cierra así como está. Nunca fui muy prolífico y recién con Canción animal me empezaron a salir canciones con menos trabas. Antes me costaba mucho considerarme un compositor. Lo hice porque no había alrededor nadie que lo hiciera. Yo había compuesto canciones para las chicas que me dejaban, y de repente me encontré con que tenía que componer todo un disco. De a poco fui entendiendo lo que era componer y lo que era SADAIC [Sociedad Argentina de Autores y Compositores], porque la mayoría de los grupos se separan por SADAIC: alguien tiene que componer, y eso es un trabajo que insume muchas horas y es difícil que otro lo reconozca en la medida en que uno quiere. Y si tuve que componer canciones porque nadie lo hacía, imaginate escribir. Spinetta fue un tipo al que yo consideraba notable, aun cuando no entendía un carajo: cuando él repitió el alba cuarenta veces en un disco yo me di cuenta de lo importante que era la sonoridad de las palabras. Uno podía apropiarse de ciertas palabras y conformar un universo pequeño. Y lo conseguí”.
Tres es multitud
Como ejercicio último e involuntario después de casi veinte años, y a punto de “sentir que estoy dando de nuevo un primer paso por primera vez desde que empecé”, Cerati habla del rock argentino. Más que hablar, en realidad: lo recorre con ojo clínico y como la radiografía de un cuerpo al que pertenece. Dice, por ejemplo: “Una de las cosas que más me molestaban de los discos de rock argentino eran los cantantes. Era un problema poner Crucis o Vox Dei. El sonido, vaya y pase, porque había buenos músicos. Pero no podía creer que un tipo como Porchetto se considerara cantante. Yo canté en iglesias, en fiestas judías, en colegios, en barrios, y canté folklore, que es excelente para aprender a cantar encima de la guitarra. Y siempre quise, como Federico Moura, que se notara que podía cantar, que podía pronunciar bien en castellano y no ese balbuceo para que sonara lo más yanqui posible. Después está el tema de los afanos. Con Soda Stereo le afanamos descaradamente la base a un tema de los Lords of the New Church para ‘El Cuerpo del Delito’. Así como uno escucha los riffs de Spinetta en Pescado Rabioso y se notan sus afanos, pero el tipo se las ingenia para crear una obra diferente y no rendir pleitesía. Porque ése es uno de los problemas del rock argentino: la pleitesía. El espíritu estón, por ejemplo. A mí me gustaban los Rolling, pero el argentino es tan exagerado que ahora miro a Mick Jagger y pienso ¿para cuándo el disco de Jagger con Soledad? Prince es otro. Un dominador absoluto durante años. Más de uno te decía: Si hablás mal de Prince, te rompo la cara. Ahora ya ni es Prince. Hace un tiempo lo escuché a Fito y el otro día lo escuché a Andrés Calamaro decir que está difícil, que ya no se puede hacer nada nuevo en el rock. Si pensás así, cagaste. Es como no poder pedirle nada nuevo a la humanidad. Si considerás a la humanidad acabada, andá al fondo. Sé negro. Sé dark. Sé Ian Curtis. Pero que no me vendan ese abandono frente a la música, eso de usar sólo grabaciones analógicas porque la mejor música se hizo así. Mi generación vivió los 70 como una década de mierda y ahora resulta que hay que idolatrar una cuestión sonora vacía, un easy listening que han chupado de ahí. Si eso es lo que dan, prefiero comprar discos de los 70 directamente. Uno puede discutir si Yes era pretencioso y absurdo con un cantante que movía la pandereta, pero hacían discos para que la música fuera mejor, no para hacer buenos singles. Por eso, si alguien dice que ya no se puede hacer nada en el rock, yo no le compro más discos”.
Volver
Cerati se va. Pero, antes de terminar de irse, vuelve y dice: “Sabés, lo que pasa es que no me gustan los tipos a los que les compro un disco y les compré toda la discografía. Me pasa también con los Greatest Hits de B.B. King o Bob Marley o los Stones. Me gustaría que con mis discos no pasara eso. Nada personal”, dice. Y se va. O se vuelve adonde iba.
Quince bocanadas
Tabú: “Siempre supe que esta canción iba a abrir el disco. Es muy difícil de agarrar estilísticamente. Un grupo de música latina desaforado con un country heroico. Con una de las guitarras más despojadas que grabé. Se separó Soda Stereo, ¿no? Este tema descoloca con respecto a todo lo que venía haciendo. Se puede esperar cualquier cosa”. Engaña: “Habla sobre la paranoia que surge después de una relación fallida. Eso de pensar que la persona no era, cuando en realidad uno tampoco lo era. Tenue y tranquila pero interrumpida por un sonido algo perverso. Me hace acordar a ‘Hoy Ya No Soy Yo’. La distorsión que parece electrónica es mi voz cantando por los micrófonos de la guitarra. Hablando estupideces, como si fuera Portishead”. Bocanada: “Es el foco puesto en el humo entre dos personas que no tienen nada para decirse. Una still-picture. Y está armado sobre un sample del grupo Focus del 72. Uno de mis temas más extraños: tiene una actitud crooner tipo Scott Walker. No sé si es el disco en el que mejor canté, pero sí en donde más interpreté. Y sobre el final hay una idea Carmen Miranda. Termina con frutas. Los tres primeros temas forman un disco dentro del disco”. Puente: “La canción pop: un poquito grandiosa, muy comprimida y en el fondo armada sobre una guitarra criolla. También es la experiencia británica. Un concepto de sonido que me gusta mucho. Cuando escuché Massive Attack quise ir a buscar ese bajo. Pero las influencias son muchas: un disco que se llama Las alturas de Machu Pichu, más DJ Shadow, más Beach Boys, más Wunder, un alemán instrumental con una dulzura que hacía mucho tiempo que no escuchaba. La recuperación de la dulzura, frente a lo que escucho. Creo que ése es mi lugar”. Río Babel: “Ritmo de funk. Con Soda Stereo, más allá de los demos y de mis instrucciones, no habíamos podido desarrollar lo rítmico. Un tema con base hip hop que se mueve. Y con algunas frases que me gustan mucho: Uno toma otro barco aunque no quiera, por ejemplo. Es eso: buscar algo y encontrar otra cosa”. Beautiful: “Una de las músicas más antiguas del disco. Mucho soul y Marvin Gayne. Me parece que, sobre todo últimamente, la idea de componer está muy asociada al sufrimiento. Esta es una canción sobre lo feliz que se puede ser durante el proceso de composición. Decir I am beautiful puede sonar medio engreído, pero yo me siento así haciendo música”. Perdonar es divino: “Probablemente la que más me guste. Algo de Signos. Hay ritmo groove, programaciones, baterías y una capa medio melancólica que se recuesta sobre un ritmo hip hop. A mí me es fácil olvidar es una frase terrible para poner en un disco argentino, en un país donde los problemas surgen porque nos es fácil olvidar. Pero es la verdad. La falta de comunicación siempre fue una constante en lo que escribo. Acá, en vez de televisores, hay contestadores automáticos”. Verbo Carne: “Un día fui a una iglesia y me acordé lo del verbo hecho carne y desde el primer acorde fue religiosa. En ‘Ahora Es Nunca’, de Amor Amarillo había hecho un par de amagues para orquestar a lo grande y arrugué. Acá hay 48 músicos tocando. Y después de grabar esto en Londres, quiero hacer un disco entero así”. Raíz: “Me dicen que se parece a ‘El Temblor’. Incluso llegué a llamarlo ‘El Temblor 2’. Hay algo. Comparten el bombo, que no lo inventé yo. Pero ‘El Temblor’ está más cerca del reggae. Esta, si me descuido, tiene algo de lambada. Y mi fascinación por la música del altiplano. Me parece música de outsiders, de un imperio mucho más poderoso, como el de los incas. Una canción heroica”. Y si el humo está en foco: “El tema electrónico del disco, con estructura de canción. Está hecho casi íntegramente con una computadora”. Paseo inmoral: “El rock donde me despaché con guitarras a lo loco. La había intentado hacer con Soda Stereo y no funcionaba. Lo abandonamos. Ahora le encontré la vuelta con algo glam, tecno y rock”. Aquí y ahora (parte 1 y parte 2): “Es el tema más peculiar del disco. Lo dividí en dos partes pero en realidad es uno. La primera parte dura tres minutos, porque me quedó la idea cuando un científico dijo que el universo se creó en tres minutos. Después vino el desarrollo poscreación, o poscanción, que sería la parte dos, la electrónica. Armónicamente, son la misma canción. Tiene mucha cita a Borges en la letra, así como ‘Tabú’ tiene mucho de Quiroga”. Alma: “Canción beata y del espacio. Huele a jardín pero no está hecha con elementos orgánicos”. Balsa: “Es la primera canción desde ‘La Balsa’ que se llama ‘Balsa’. Un homenaje al rock nacional, ¿no? Me hace acordar a Génesis. Un instrumental para cerrar. No tiene ritmo. Nadie canta. Es para apagar la luz y cerrar los ojos. Después de este disco, se puede esperar cualquier cosa”.
en Página 12, 27 de junio 1999
Fotografía de Javier Godoy
1 comentario:
Excelente!. Un compendio de lo que fue Bocanada!.
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