Cubierto
por un jersey cerrado, en pie ante mí mientras él me obliga a permanecer
sentado en esta única silla de espectador excepcional, concentrado sobre la
imagen de mi rostro que observa al suyo, el hombre secreto de los cabellos
blancos parece haber elegido -¿por azar?- esta minúscula sala de soledad,
despojada de todo ruido, para entregarme a las afueras de París parte de sus
silencios.
Sesenta
y dos años de Robert Bresson, y trozos que se han ido desprendiendo de él mismo
para pasar a la gran historia del cine bajo los nombres de Los ángeles del
pecado, Las damas del
bosque de Bolonia, El
diario de un cura rural, Un
condenado a muerte se ha escapado, Pickpocket,
El proceso de Juana de Arco, Au
hassard Balthazar, y Mouchette.
El último Bresson -Una mujer dulce,
que nace de un relato de Dostoiewski- ha terminado de rodarse estos días. Tras
él un realizador cuya existencia es vida oculta para el público, tan sólo
adivinada a través del fruto de una creación, contemplando la huella esencial
que deja en la pantalla el cuentagotas minucioso y metódico de su rigor
estético.
Huye
de mí la sombra de Bresson. En estos estudios cinematográficos de Boulogne-Billancourt,
al otro lado del cristal de la vida de un bar que ahoga todas las voces y
destaca únicamente los gestos, la suavidad de movimientos de actores,
decoradores y mecánicos presta un aire de acuario al agua de este escenario sin
sonidos. En medio está Bresson: el pez de su mano blanca toma un vaso y se lo
lleva al pez de los labios; en silencio, los dos peces de sus zapatos giran y avanzan,
abandonando el bar y deslizándose hasta esta sala solitaria en donde yo le
interrogo y él me mira, él me contesta y yo le observo.
-El
tema de Una mujer dulce no es más que un pretexto -dice Robert
Bresson-. Yo intento poner en cada película lo más posible de mí mismo y esta
es la relación que existe entre un filme y otro. Sólo hay una relación importante:
por encima de los hechos hay una vida más profunda y, sobre todo, hay una
presencia que si usted quiere, es la presencia de Dios. Estas son las cosas que
me interesan a mí personalmente: esa presencia constante de algo más que la
presencia de las gentes actuando y hablando, algo más profundo y que va más
lejos.
Bresson,
que una vez más ha querido servirse de dos desconocidos para llevar a cabo Una muje dulce -Dominique Sanda, una
"cover-girl" de diecisiete años, y Guy Franjin, un joven pintor-;
Bresson, que un día expresó lo que él busca en un filme con las siguientes
palabras: "una marcha hacia lo desconocido", entra por los pasillos
de su misterio:
-Lo
desconocido es siempre lo que me sucede mientras "ruedo". Cada vez
voy más en busca de lo desconocido en el sentido de que escojo muy poco a
quienes van a encarnar los personajes. Porque justamente yo me modelo en ellos
y a la vez ellos se modelan en mí, es decir, que allí se encuentra un sitio
para lo desconocido, puesto que yo no conozco a esas gentes, les hablo apenas y
sé bien poco de ellos; yo me encuentro entonces delante de lo desconocido. Y
quiero incluso darme otras sorpresas con los lugares donde "ruedo";
no quiero verlos por anticipado; los hago escoger y me sorprendo ante eso desconocido,
es decir, que yo estoy constantemente en estado de alerta ante todo lo que
sucede cuando "ruedo", quiero que todo sea absolutamente espontáneo y
nuevo, es decir, desconocido no sólo en los personajes, sino también en los
lugares de rodaje.
-¿Qué
es para usted el color? -le pregunto.
-El
color es una cosa nueva para mí puesto que este es mi primer filme en color. He
tenido muchas dificultades al principio, porque en el fondo el color en el cine
no está aun dominado; pero al fin de una quincena de días he llegado a
comprender que hacia falta trabajar con alguna cosa hacia lo desconocido, algo
que escapa por momentos, que es un poco el azar, pero hacía falta tener
conciencia de ese azar. Quiero decir, no sus efectos por alguna cosa que se
escapa, sino al contrario, comprender lo que es esa cosa que se escapa, saberlo
de antemano y trabajar con ello.
Bresson
me indica las diferencias que encuentra entre el blanco y negro y el color en
el cine:
-El
blanco y negro permite una abstracción muy grande, y da también unidad al
filme. Es precisamente esa sola cuestión de la unidad por la que yo he estado
muy inquieto y con la que he tenido dificultades para comprender cómo se podría
conseguir esa unidad con el color. La unidad es la primera cosa a considerar
cuando se hace un filme -insiste Robert Bresson-; la gran dificultad es
conseguir que la obra hecha sea "una".
Hay
un silencio total en la sala desnuda del estudio de Boulogne-Billancourt. El
hombre de los cabellos blancos a quien el color le parece peligroso porque
considera que crea un falso realismo, el hombre voluntariamente incomunicado
con el público ligero, el hombre tantos años amante de lo auténtico, me habla
del señorío y de la servidumbre rendida a un genial ruso:
-Yo
he tomado la idea de Dostoiewski para esta película última; me sirvo de
Dostoiewski al mismo tiempo que procuro servirle a él, pero mi película no es
el mismo relato que él escribió. En Dostoiewski, un hombre de edad mediana
reflexiona ante el cuerpo de su mujer que acaba de suicidarse, y se dice -es la
cosa más importante para él-: ¿es que yo soy culpable de esa muerte? En mi
caso, no es eso: yo he abandonado esa idea de culpabilidad. Para mí, el fondo
de la historia es: "¿qué es lo que ha pasado? ¿Por qué ha sucedido?".
Él se hace esas preguntas ante el cuerpo de esa joven mujer muerta y le plantea
a ella esas cuestiones; ella está muerta y jamás le podrá responder. Ese es el nudo
de la historia: no saber absolutamente nada de lo que ella pensaba; si ella lo
amaba o si no lo amaba; no lo sabrá jamás.
Robert
Bresson me evoca sus cercanías al mundo de Bernanos y al de Dostoiewski a lo
largo de su obra:
-La
primera película que yo he hecho basada en una nove1a de Bernanos, Journal d'un curé de campagne fue un encargo que yo rechacé, y lo
sentí, porque aquella era una novela que me gustaba, pero lo rechacé porque no
lo podía hacer; y más tarde, un mes después, la releí y hube de aceptarla
diciéndome que podía yo pasar ese libro a través mío, extrayendo alguna cosa,
ya que reconozco que en Bernanos hay relámpagos extraordinarios, aunque yo no
diría "genio". En cambio Dostoiewski para mí es el grande entre los
grandes; en él nada se escapa, al contrario. Aun cuando yo no pueda hacer nada
sin poseer algo de mí mismo, hay cosas de Dostoiewski que yo aparto y que dejo
a un lado, para fijarme, sobre todo, en aquello que es verdaderamente sentido
por mí.
Habla
Bresson con una voz lenta y muy suave, sus movimientos son breves y calmos, y
el jersey que le envuelve asciende casi hasta el primer plano de su rostro y
sus ojos.
-¿El
riesgo que corren mis películas? -me dice repitiendo mi pregunta no sin un tono
de sorpresa-. Estoy absolutamente persuadido de que mis filmes están hechos
para el gran público; pero yo no soy quien impide que lleguen a ese gran
público: son los que programan, y los que dicen: "esa película irá ahí y
no irá en cambio a otro sitio": entonces es cuando el filme está perdido.
Si un filme no sólo no tiene "vedettes", sino que tampoco tiene
"actores", entonces se dice que esa película no puede ir al gran
público. Ahora al menos se comienzan a admitir películas sin
"actores" ni "vedettes"; es un error tremendo querer basar
todo el cine sobre la "vedette". Al público empieza a disgustarle ese
cine hecho según esas fórmulas, y terminará por disgustarse completamente;
habrá de llegar entonces a una situación difícil y aleatoria, puesto que incluso
hay "azar" en el comercio. Es decir, cada vez más el interés del
filme residirá en el "autor" y no en los "actores". Ahora
yo estoy seguro de que se harán cada vez más unas películas que no tengan esa
"corteza" comercial. Se dice de mí algo absurdo: se dice, "los
filmes de Robert Bresson no son comerciales"; sin embargo aportan dinero
igualmente. Es algo sin sentido, ¿no es cierto?
Concentrado
y como absorto en sí mismo, Bresson aguarda aún unos instantes. Luego le veo avanzar
por esta pequeña habitación y "ruedo" los gestos y los pasos que
cumple, y sus miradas. Después, el pez de su mano blanca estrecha mi mano y sus
labios me despiden. Bresson entra en sus aguas. Y yo salgo sin que se me oiga
romper el mágico silencio de este acuario.
Entrevista
realizada en los estudios cinematográficos
de
Boulogne-Billancourt de París, en junio de 1969.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario