Amanecí
seco y lo helechos habían muerto,
las
plantas estaban amarillas como el maíz.
Mi
mujer me había abandonado y las
botellas
vacías, como cuerpos desangrados,
me
rodeaban con su inutilidad;
el
sol aún servía, sin embargo,
y
la carta de la propietaria, agrietada
con
su tinte amarillento fino y nada exigente;
ahora,
que venga un buen cómico a la antigua,
un
bufón, con chistes sobre el absurdo del dolor:
el
dolor es absurdo porque existe, nada más;
con
cuidado afeité, usando mi vieja navaja,
al
hombre que había sido joven y,
según
decían, genial; pero,
he
aquí la tragedia de las hojas,
de
los helecho muertos, de las plantas muertas;
entonces
salí al pasillo, oscuro,
donde
esperaba la propietaria
execradora
y final,
mandándome
al diablo,
agitando
sus brazos gordos y sudorosos
y
gritando,
gritando
por el arriendo
porque
el mundo nos había defraudado a los dos.
en 19 poetas de hoy en los Estados Unidos,
1966
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