martes, marzo 27, 2012

"Volodia Teitelboim. La dialéctica del regreso", de Mónica Patricia Blanco





Volodia Teitelboim narra en el libro En el país prohibido (Sin el permiso de Pinochet) su regreso a Chile, después de catorce años, de forma clandestina en las postrimerías del Régimen que la Junta Militar presidida por Augusto Pinochet Ugarte implantara luego de tomar el poder de facto, el 11 de setiembre de 1973, provocando con este hecho la muerte del entonces Presidente constitucional Salvador Allende.

En el exilio fija su residencia en la capital de Rusia desde donde dirige el programa Escucha Chile en Radio Moscú, utilizando esta emisión radiofónica como órgano de difusión de la reorganización del Partido Comunista y, fundamentalmente, para la denuncia de los graves episodios que acaecían en su país contra la ciudadanía toda, siendo los delitos de Lesa Humanidad ejecutados en el desarrollo del plan de Terrorismo de Estado implantado por la dictadura los que actualizaban de manera imperiosa la necesidad de declarar a viva voz las aberraciones a las que estaba sometida la población de entonces.

Ya desde el inicio el autor nos permite asomarnos, como vista desde una ventana que ofrece una mirada privilegiada, al retrato de un dictador que en su decadencia describe la hostilidad que profesa hacia el mismo Teitelboim:

“Era un experto en lavar cerebros a los chilenos ingenuos, exponiendo su ideología demagógica con apariencia de hombre bonachón y afable, que más parecía cura de pueblo que comunista. Este agente soviético disfrazaba con una facilidad impresionante su traición a Chile, y en cada oportunidad que encontraba circunstancias propicias hacía creer a los chilenos las dulzuras del comunismo, al que ensalzaba con su adormecedor ‘canto de sirena’ ”. [1]

En su audaz derrotero, a partir de la toma de decisión de ingresar a su tierra natal arriesgando la vida hasta la llegada en penumbras, evocando su partida sin adioses y su retorno sin bienvenidas –secretamente y a destiempo–, Teitelboim compara en varios pasajes del libro la travesía personal con el mítico viaje de Ulises, Odisea que confiesa llevar a cabo acompañado por el miedo:

“Entonces, señor mío, lo importante es vencer el miedo. He ahí un traidor solapado”. [2]

Lejano a la heroicidad y con mirada introspectiva, en el mar del inconsciente bucea hasta llevar a la luz lo que concientiza al hablarse en términos de dictamen:

“Tú no eres un héroe. Nadie nace héroe. Tampoco trates de serlo”. [3]

Versado en estrategia, vencer la estratagema que ideada como persecución gubernamental planificada hacia los ciudadanos declarados “no deseables” en el país ha sido declarada lo sitúa en la superación de su exilio, en compañero no testigo del insilio de los que permanecieron dentro de las fronteras y posicionarse ante la propia complementariedad entre los que fueron equiparados, desde el interior al exterior, a parias hindúes o pertenecientes a una categoría análoga a los negros del África del Sur: posición ratificada por algunos obispos de la iglesia chilena quienes sostuvieron que estos sujetos [exiliados, insiliados] pertenecían a un “apartheid” cívico. El regreso, en Teitelboim, representa asumir la culpa gravosa, la auto-sentencia, de retornar vivo a un territorio en el que muchos hermanos han perecido condenados a muerte en la inmediatez de su captura o por consecuencia de las secuelas que largas sesiones de tortura han dejado en sus cuerpos. La impronta psicológica, la patología de la cacería, ha inscripto el drama en los cuerpos individuales y desarrollado la tragedia colectiva.

El Régimen denunciado a través de las páginas de este libro extiende su poder de modo tentacular, articulando la metodología de persecución, secuestro, tortura y muerte especialmente a quienes realizaran actividad política, proscripta en aquel momento, paralelamente al quehacer habitual.

Marta Ugarte Román es descripta como una maestra amante de la poesía, a quien

“la vida era una cosa muy respetable y no había que perderla en frivolidad ni en sensualidades. Atribuía al trabajo revolucionario un sentido casi religioso”. [4]

Ugarte Román fue hallada muerta, tendida en la playa, con la espina dorsal quebrada. El autor la recuerda al escuchar la canción “Alfonsina y el mar” en la que repara mediante un símil: una poetisa argentina que se suicida en el mar, una poetisa chilena revolucionaria muerta a orillas del mar, dejando ambas su huella en la arena, una señal para las generaciones futuras.

Planteado en términos de la dicotomía orden/desorden la dictadura de Pinochet establece la delimitación en zonas de pobreza y riqueza desde la capital, Santiago, a la periferia. Esta selección a partir del trazado urbano se enmascara con un impulso renovador, cuya doctrina sustentada en altas esferas alude a la modernización mediante autopistas de circunvalación que son utilizadas como verdaderas zonas de segregación: a un lado la ciudad pujante, con edificios pertenecientes al centro administrativo-financiero, y al otro lado, la ciudad secreta con sus poblaciones marginales.

“El poeta peruano César Vallejo decía que nadie sabe cuán inmensas cantidades de dinero cuesta ser pobre. Si quieren tener una aproximación, asómense a esa parte del Santiago suntuoso y se darán una idea”. [5]

La negación de la participación de la población, cuya plena conciencia sobre el carácter fundador de los pobres que se traduce en actividad creadora a partir de la cultura obrera, siendo ellos quienes refundan la ciudad que otrora, hacia el siglo XVI, fuera tarea de los conquistadores españoles es otro rasgo característico de este período; desconocer su existencia mediante un vacío de visibilidad, la pérdida del reconocimiento de los factores identitarios definido en su presencia perceptible culmina en lo que el autor precisa como desocupación –descontento– represión mediante la irrisión y el desprecio hacia cualquier tentativa de organización popular.

El lenguaje, como vía de expresión de la ideología dominante pone de manifiesto la aparición de nuevos términos, especialmente la utilización de siglas que aluden a la privatización de la gestión de algunos organismos pertenecientes al estado y a la regulación de las funciones de sus agentes. Teitelboim enfatiza en la irrupción de anglicismos, resabios de una intervención en la política del gobierno de países acreedores del mismo. La expresión “neolindeza” es utilizada por el autor para destacar con ironía el impacto que observa en la vida cotidiana de ciertas locuciones enlazadas a la vida y a la muerte cuyo significado opera en la representación del imaginario social, cualidad de visión caleidoscópica de la realidad chilena en la que la existencia dependía del grado de silencio de sus habitantes:

“La gente del pueblo usa diariamente los vocablos: apagón, operativo, barricadas, repre y depre, gurkas, mitin relámpago, panfleto, volanteo, fierros, seguimiento, ratoneras, relegación, referentes, cúpulas, coyuntura, recursos de amparo, querellas, huelgas de hambre, ayuno, enfrentamiento”. [6]

A partir de la filosofía de dirección del Estado de raíz castrense con su correspondiente proceso de militarización infiltrado en las capas civiles, la implementación del programa ultraconservador se fundará sobre la base de que la soberanía no reside en el pueblo sino en las Fuerzas Armadas. Tampoco se consultará la voluntad de los uniformados, la desconfianza del Comandante en Jefe se hará extensiva a sus propios cuadros: los servicios de Inteligencia no respetarán jerarquías, los dossiers del generalato hacia sus subordinados así lo confirman, adjudicando a la “seguridad nacional” el papel de eje rector protegiendo a la nación de las “debilidades civiles y de quienes vistiendo el honroso uniforme pasen a las filas del enemigo”, por lo que se propicia la tendencia a estabilizar un discurso en el que todo Estado moderno que aspire al mayor grado de eficiencia debe adjudicar a las Fuerzas Armadas un papel activo al punto tal de institucionalizar su participación en las decisiones políticas sobre la conducción de los destinos del país.

La presión psicológica no era infundada, la plana mayor conocía a la perfección el origen social de la milicia de menor rango, las órdenes de reprimir se cumplirían indefectiblemente sobre la ciudadanía en la que se hallaban los allegados y seres queridos. Un ejercicio de comprobación de lealtad hacia el régimen era la demostración que el propio Jefe de Estado declamaba al confesar públicamente que había ordenado la detención de varios familiares directos, anteponiendo el interés supremo, el bien común, al bienestar particular.

Un importante punto de resistencia se encuentra en las universidades, manifestándose en plena disidencia con la teoría de Pinochet de refundar el Estado, quien como primera medida designó rectores-delegados: “Pinochet quebró el criterio de los autoritarismos marciales e inventó un sistema nuevo. En el hecho se autonombraba superrector de todas las universidades y, a la vez designaba generales, almirantes, hasta coroneles para que cumplieran la tarea de convertirlas en Departamentos de la Seguridad Nacional y de la Guerra Interna”. [7]

Con la intención de recrearlas para que de ellas surja una nueva intelectualidad cuyo sentido vector sería la aplicación del ideario contribuido por noveles graduados, transformándolos en apéndices del sistema, en el caso de la Universidad de Chile durante los tres primeros años fue tutelada por la Fuerza Aérea y en los once años siguientes por el Ejército.

Hacia finales de 1973, y sólo como adelanto de lo que se manifestaría durante los intervalos sucesivos, se había eliminado el 25 % de los docentes, el 15 % de los funcionarios y expulsado a unos 20 mil estudiantes.

Una excepción “civil” la constituyó el nombramiento de José Luis Federici como Rector, quien decretó el allanamiento de varias facultades. La funcionalidad y obediencia al gobierno a partir de una irrestricta adhesión a la administración militar –señala– era la condición sine qua non para el acceso a estos cargos de alta jerarquía académica.

Plantear el tema de la Verdad, en términos de filosofía política invita a adentrarse en el pensamiento de autores contemporáneos y su incidencia teórico-práctica en las dictaduras modernas de Latinoamérica.

Partiendo del análisis que Jacques Derrida efectúa en su libro De l’esprit donde plantea el problema de la relación entre Heidegger y el nazismo, Teitelboim se detiene en la enunciación del vínculo que el filósofo francés advierte entre la ideología nazi y ciertas instituciones:

“El nazismo –sostiene– sólo pudo desarrollarse con la complicidad, diferenciada, pero decisiva, de algunos Estados ‘democráticos’, de determinadas instituciones universitarias y religiosas”. [8]

El componente ideológico que constituye vertebralmente las formas dictatoriales requiere la colaboración de otras ideas afines, las cuales resultarían a la postre, eficaces en tanto refuerzan o justifican las acciones de una corriente política que se define autocrática. A tal efecto, el autor refiere que:

“Heidegger creía que el pensamiento debía conservar toda su pureza especulativa, ser el pensar por el pensar, sin buscar resultados positivos ni aplicaciones pragmáticas. En Chile de este tiempo –aunque se proclame el primado de la praxis- se da vuelta la espalda a la realidad por el irracionalismo de muchas proposiciones políticas formuladas en nombre de cálculos equivocados, como la búsqueda del diálogo con una puerta cerrada, los Acuerdos Nacionales míticos, las negociaciones hijas del ensimismamiento y la caída en el vértigo de las soluciones imposibles”.

“Heidegger no era general. Pero cuando fue nombrado rector de la Universidad de Freiburg puso en práctica la política de reestructuración universitaria. Denunció a los colegas que políticamente no le inspiraban confianza, a los intelectuales liberales demócratas del círculo de Max Weber y a uno que recibió después el Premio Nobel, el químico Staudiger, al cual acusó de pacifista y de opositor al militarismo alemán”. [9]

Así, la descontextualización de las formas de razonamiento y exploración de las diversas causas que se originan a partir del prejuicio acuden como un modo facilitador de condicionantes de la vida ciudadana: desde la conducción de la universidad se plantea el asedio a quienes se opongan a obedecer las directrices sustentadas sobre la base de aproximaciones forzadas, devenidas en correlatos anacrónicos.

El rol de la prensa tributaria a la consolidación del gobierno, fue tutelar desde los medios, en especial el gráfico –cuyos editoriales serían multiplicados en los espacios radiales y televisivos– comparando mediante la utilización de imágenes los últimos meses de la presidencia de Allende presentando una visión apocalíptica que contrastaba con el orden impuesto en el gobierno de Pinochet. Estas representaciones inducían a la opinión pública a generar adhesiones; y en especial a difundir la política de privatización de lo público como medio de progreso. El ascenso social como resultante de la activación de la movilidad de las clases sociales se efectuaría a partir del aumento del empleo en el sector privado; de allí que el modelo de tercerización sería trasplantado a los ámbitos de energía, explotación minera, comunicaciones, transporte, educación y salud. Los titulares del diario de mayor tirada en esta etapa, El Mercurio y su cadena de diarios de provincia, anunciaban con beneplácito la apertura a capitales extranjeros con franquicias sin antecedentes en el país, además la capitalización de los pagarés de la deuda externa que actuaban como un efectivo mecanismo para apoderarse de los activos estatales, contribuyeron a una desnacionalización del patrimonio estatal.

Con vistas a reestructurar la economía distinguiéndose del carácter otorgado en la anterior administración, las medidas anunciadas por estos medios fueron interesadamente alabadas. Las bondades del liberalismo económico, el dominio del mercado “dinámico y fuerte”, y la paradójica concentración del capital son expresadas en El Mercurio:

“La política de privatización es esencial para el desarrollo de una efectiva libertad económica y de una moderna democracia, caracterizada de una dispersión en el poder”. [10]

Sobre este tópico, Teitelboim relata la actuación de la Comisión Trilateral, integrada por intereses políticos y financieros de Estados Unidos, Europa Occidental y Japón. Llamada al cambio estructural más importante del siglo, esta Comisión sugiere que mediante la liquidación de las empresas estatales se facilitaría el ingreso de nuevos capitales transnacionales a favor de una regularización del mercado y las finanzas; de este modo se transformarían las deudas nominales en control real sobre los bienes físicos de la nación. El resultado de esta política llevada a cabo por el gobierno concluyó en la entrega de las empresas estatales y privadas de mayor rentabilidad puestas a disposición de estos países acreedores, ya que de hecho, la deuda externa podría considerarse incobrable.

El ingreso de los llamados capitales extranjeros que darían real impulso a la economía no hizo más que acentuar la brecha en la desigual distribución del ingreso. La aplicación de contratos de trabajo en condiciones desventajosas, la pérdida de los beneficios y del derecho al reclamo, la desocupación y el desempleo sólo contribuyeron a fomentar una economía de subsistencia a la que el ex–obrero se vio obligado a recurrir.

En este sentido, la clase obrera pierde la denominación histórica que se configura en su misma dignidad: desde la legislación laboral como táctica de ataque a las organizaciones sindicales (aquellas que no han sido cooptadas por el gobierno) se ordena suprimir la palabra “obrero” en los contratos y tratados. De este modo, se pretende disolver bajo la forma “nación” no sólo una clase social, sino también el concepto de “lucha de clases”.

Bajo el manto homogeneizador se escurre la distinción. A pesar de lo enunciado el papel de la Prensa de oposición fue obsecuente en muchos casos evitando las denuncias; sin embargo el Colegio de Periodistas desarrolló una lucha sin pausas en la defensa de la libertad de expresión censurada en la Constitución de 1980 en la que se prohibía la edición y circulación de publicaciones sin la venia del régimen, con especial cuidado en temas referentes a los Derechos Humanos y Economía.

En la medida en que desde el Estado se constituye un aparato represor, los delitos cometidos por éste adquieren nuevas configuraciones, inéditas en el Código Civil y en el Código Penal. En la inminencia de su aplicación la sociedad observa sin llegar a asimilar nuevas situaciones que, también reformadoras en su curso, son recibidas sin obtener una denominación precisa para que encuentren espacio dentro de la vida social:

“Esto sucede en una nación atravesada por multitud de situaciones límites, oscuras. ¿Existe el padre, el hijo desaparecido? ¿Esa mujer es casada o viuda? ¿Aquel niño es huérfano o no?”. [11]

Los múltiples atravesamientos que configuran un modo de ser y sentir, la percepción propia y del entorno dentro de la trama en la que se desenvuelve la vida de un sujeto entendido como un núcleo que en su participación histórica incide en la capacidad de respuesta frente a diversos ataques que embisten contra su integridad se vio diseccionada a partir de un modelo innovador de exclusión social. Este sujeto, recortado de su presente sistemática y metodológicamente, reacciona en concordancia al no reconocimiento empático, situación que resignifica al “otro”; tal modificación apareja el enquistamiento de la Otredad, amurallamiento interno que pone énfasis en la Mismidad como recurso de supervivencia, reduciendo la alternancia que revitaliza el vínculo necesario de la relación del “yo” con el “otro”.

El modelo de Estado disciplinante despliega una serie de mecanismos que ejercen el control o regulación de la propia actividad, la de los sujetos subordinados y el colectivo. Desde esta perspectiva el discurso que se desenvuelve para su sustento, se basa en la fijación de signos, símbolos y representaciones que apelan a situaciones traumáticas alojadas en la memoria del conjunto que explican el trasvase a los diferentes planos sociales.

Términos como: rebeldía, desobediencia, castigo; enemigo interno, quebrantamiento de la paz social, necesidad de protección; generan una reelaboración en la que se intensifica la aceptación de situaciones inadmisibles en otros contextos, por ejemplo la utilización de léxico bélico para describir la toma del poder por asalto como resultante de una “guerra”:

“Sacando a colación palabras de opositores, Pinochet declaró a la Prensa: ‘Yo vengo diciendo desde hace mucho rato que estamos en una guerra. Eso no lo capta la gente. La gente vive en otro mundo. Estamos en una guerra entre los demócratas y los comunistas totalitarios. Es una guerra a muerte’ ”. [12]

Esta forma de suplantación del lenguaje marcial al civil, implica la conformidad, o por lo menos, la admisión de la pena de muerte como solución a un determinado estado de cosas. Entonces, ¿quién es el enemigo?, ¿qué grado de responsabilidad en acciones dudosas tiene este “otro”, que ni siquiera existe un nombre para su delito?

En lo substancial se consolida un modo de reclusión interna que se justifica en tanto que es deseable que tal sacrificio culmine con la “eliminación” de aquellos que han llevado a la nación a esta situación. La realidad ya no es fruto de la experiencia.

Volodia Teitelboim supera la contradicción entre el tránsito histórico de su pueblo y el propio tránsito del devenir de su exilio. Y es que en él, retorno significa cruce desde la escritura, conciliadora interpelación: una forma de restituir lo que en su partida llevó consigo.

No se trata de contrastar la simplicidad de las imágenes últimas al panorama del reencuentro, actualidad comprometida desde el afuera, sino de explicar el cambio mediante el mantenimiento de la identidad aunque el conjunto haya cambiado. En su esfuerzo por comprender la coexistencia de los contrarios el exilio político es exilio espiritual; y dada la naturaleza de las causas de la proscripción metódicamente, entonces, trasciende las barreras espacio/tiempo y se sitúa partícipe de un proceso que llega a su fin.

Cual Ulises rechazó el fruto ofrecido por los Lotófagos, Chile –su Ítaca– no pertenece al reino de la desmemoria: en él Zeus se repliega en sus palabras, se desdice y rectifica:

“No olvides la matanza de los hijos y de los hermanos, ámense los unos a los otros como anteriormente y haya paz y riqueza en gran abundancia”.[13]





Julio, 2011






NOTAS

[1] Pinochet U., Augusto. [1980]. El día decisivo. Santiago, Chile: Editorial Andrés Bello, segunda edición. 49-51.
[2] Teitelboim, Volodia. [1988]. En el país prohibido (Sin el permiso de Pinochet). Barcelona, España: Plaza y Janés Editores S.A., primera edición. 22.
[3] Ibidem ant; 39.
[4] Ibidem ant; 41.
[5] Ibidem ant; 48.
[6] Ibidem ant; 66.
[7] Ibidem ant; 80.
[8] Ibidem ant; 89.
[9] Ibidem ant; 93.
[10]Ibidem ant; 123.
[11]Ibidem ant; 189.
[12]Ibidem ant; 235.
[13] Homero. [2005]. La Odisea. Madrid, España: Alianza Editorial. 316.






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