Al caer la tarde, una multitud de muertos
vuelven a sus casas,
buscan sus tierras y sus hogares
que la memoria les recuerda.
Vuelven, y a cada paso queda
un espacio íntimo vacío
que llenan las estrellas
con brillantes luciérnagas rojo-violetas.
Multitudes de sombras andan
en la noche por los campos
y su paso hace andar los molinos a agua
y quejarse los árboles, como agonizantes
abandonados en hondonadas remotas.
Llegan al umbral de sus casas
y ven la humilde cocina iluminada
por dos toscos chonchones de grasa de lobo marino.
Sus casas están cerradas, como durmiendo,
y alzan la mano para llamar a la puerta.
Al llamado, sale un niño a abrir;
mas, aunque mira atentamente,
no ve a nadie: sólo distingue vagamente
un paisaje solitario donde apenas
se escucha el lejano canto de las aves nocturnas.
en Noche de agua, 1986
Arte: Juan Carlos Villavicencio
Arte: Juan Carlos Villavicencio
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