Gente en el puente
Extraño
este planeta y extraña en él la gente.
Acatan
el tiempo, pero no lo reconocen.
Tienen
maneras de expresar su desacuerdo.
Producen,
por ejemplo, escenas como ésta:
Nada
especial en un primer momento.
Se
ve agua.
Se
ve una orilla del agua.
Se
ve contra corriente avanzar una barca.
Se
ve un puente sobre el agua y se ve en él a la gente.
Se
ve muy bien cómo la gente apura el paso,
pues,
en ese instante, desde una nube negra
comienza
a azotar la lluvia.
La
cosa es que después no pasa nada.
La
nube no cambia ni de color ni de forma.
La
lluvia ni es más intensa ni cede.
La
barca navega sin moverse.
La
gente en el puente corre
exactamente
ahí donde corría.
Difícil
no hacer un comentario:
Esta
no es para nada una imagen inocente.
Aquí
fue detenido el tiempo.
Dejaron
de considerarse sus leyes.
Se
le privó de influencia en la evolución de los hechos.
Fui
desdeñado y ofendido.
Por
culpa de un rebelde,
un
tal Hiroshige Utagawa
(ser
que, por lo demás,
hace
mucho y como corresponde ha transcurrido),
el
tiempo tropezó y cayó de bruces.
Tal
vez se trate de una broma sin mayor significado,
una
travesura a escala de apenas un par de galaxias,
por
si acaso, sin embargo,
agreguemos
lo que sigue:
Es
aquí de buen tono
apreciar
mucho esta escena,
maravillarse
con ella y conmoverse por generaciones
Hay
algunos a quienes ni siquiera esto les basta.
Oyen
incluso el rumor de la lluvia,
sienten
el frío de las gotas en la nuca y en la espalda,
miran
el puente y a la gente
como
si se vieran a sí mismos
en
esa misma carrera interminable,
en
ese camino sin fin por recorrer eternamente,
y
creen, en su osadía,
que
así es en realidad.
Número equivocado
Sonaba
el teléfono en la galería de pintura,
sonaba
en la sala vacía a media noche;
si
alguien durmiera aquí, sin duda se despertaría,
pero
aquí hay sólo profetas insomnes,
sólo
algunos reyes palidecen por la luna
y,
conteniendo el aliento, miran todo con indiferencia.
Y
la esposa del usurero en aparente movimiento
precisamente
hacia ese sonoro objeto en la chimenea,
pero,
no deja su abanico,
como
los demás se aferra a su inactividad.
Altivamente
ausentes, con mantos o desnudos,
desechan
inadvertidamente la alarma nocturna,
en
la que hay más sentido del humor, lo juro,
que
si del marco saltara el mismísimo mariscal de la corte
(al
que, por otra parte, sólo el silencio le suena en los oídos).
¿Y
eso de que alguien allá en la ciudad desde hace un rato
tenga
ingenuamente el auricular puesto en la sien
después
de haber marcado el número incorrecto?
Vive, luego se equivoca.
Vive, luego se equivoca.
Las tres palabras más extrañas
Cuando
pronuncio la palabra Futuro,
la
primera sílaba pertenece ya al pasado.
Cuando
pronuncio la palabra Silencio,
lo
destruyo.
Cuando
pronuncio la palabra Nada,
creo
algo que no cabe en ninguna no-existencia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario