Con Raúl Ruiz nos conocemos desde la Escuela de Teatro y somos de la misma edad, quizás yo un mes mayor. En el ‘73 casi hicimos una película en la yo era coguionista y coproductor. Se filmaron las primeras escenas con el camarógrafo Miller, hoy uno de los detenidos-desparecidos. Irónicamente el primer día de rodaje estaba programado para el 11 de septiembre. Luego nos reencontramos en París y por las noches después de compartir un plato de tallarines con otros exilados, escuchábamos fantásticos relatos que brotaban de su imaginación sin fin. Recuerdo una larga novela oral de una supuesta gira del actor Alejandro Flores por el sur de Chile. Filmamos Diálogos de exilados.
Así nos hemos ido reencontrando a lo largo de este tiempo. Esta última foto del libro y también la última cronológicamente es de fines de enero de 2011. La tomamos en mi pequeño taller de calle Huelén a una cuadra de la casa de sus padres, donde vive cuando pasa por Santiago. Hacía calor esa tarde y pude darme cuenta del esfuerzo que hacía en recorrer ese par de cuadras, luego de sus percances de salud. Lucía con coquetería un hermoso sombrero de panamá que dejé a un lado para la foto. Nuestra conversación transcurrió torrencialmente mientras comparábamos nuestros respectivos achaques, en un diálogo de viejos castigados por el tiempo. Con satisfacción afirmó que me ganaba y me rendí ante una enumeración que aún sospecho fantasiosa.
El retrato es duro y el lo sabía. Mi búsqueda era ese paso del tiempo y la cercanía de la muerte que lo había visitado, como a mí hace diez años. Como en pocas ocasiones he sentido que un retrato es siempre el autorretrato del fotógrafo.
Así nos hemos ido reencontrando a lo largo de este tiempo. Esta última foto del libro y también la última cronológicamente es de fines de enero de 2011. La tomamos en mi pequeño taller de calle Huelén a una cuadra de la casa de sus padres, donde vive cuando pasa por Santiago. Hacía calor esa tarde y pude darme cuenta del esfuerzo que hacía en recorrer ese par de cuadras, luego de sus percances de salud. Lucía con coquetería un hermoso sombrero de panamá que dejé a un lado para la foto. Nuestra conversación transcurrió torrencialmente mientras comparábamos nuestros respectivos achaques, en un diálogo de viejos castigados por el tiempo. Con satisfacción afirmó que me ganaba y me rendí ante una enumeración que aún sospecho fantasiosa.
El retrato es duro y el lo sabía. Mi búsqueda era ese paso del tiempo y la cercanía de la muerte que lo había visitado, como a mí hace diez años. Como en pocas ocasiones he sentido que un retrato es siempre el autorretrato del fotógrafo.
2011
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