Y así van las cosas en Haddam, donde por todas partes, y a pesar de nuestra inercial estival, hay una nueva sensación de que existe un mundo salvaje justo en los límites de nuestro territorio, una aprensión entre nuestros residentes a la que creo que nunca se llegarán a acostumbrar y con la que morirán.
Un hecho triste, claro, de la vida de los adultos es que uno ve cosas a las que nunca se adaptará que le apuntan desde el horizonte. Uno las ve como los problemas que son, uno se preocupa tremendamente por ellas, hace previsiones, toma precauciones, realiza ajustes; se dice a sí mismo que cambiará el modo en que hace las cosas. Pero no lo hace. No puede. En cierto modo, ya es demasiado tarde. A lo mejor incluso es peor: a lo mejor lo que se ve acercarse desde lejos no es lo auténtico, lo que asusta, sino sus repercusiones. Y lo que uno teme que ocurra ya ha ocurrido. Es algo parecido a darse cuenta de que todos los grandes avances recientes de las ciencias médicas no nos serán de ninguna utilidad, aunque nos alegremos de ellos, esperemos que tengan a punto una vacuna a tiempo y pensemos que las cosas todavía podrían mejorar. Pero también es demasiado tarde. Y así se desarrolla nuestra vida antes de que nos demos cuenta de ello.
Y se nos escapa. Ya lo dijo el poeta: «El modo como se nos escapan nuestras vidas es la vida».
1996 (en inglés, 1995)
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