domingo, julio 31, 2011

“El triunfo de la nada”, de Santiago Segurola







Italia ganó en la rueda de penaltis y Cannavaro levantó la Copa del Mundo. Quedará grabado en el historial del torneo. Se celebrará con entusiasmo en las calles de las ciudades italianas. Con toda seguridad se hablará de los héroes de Berlín y los oportunistas se apuntarán al resultado. Pero que nadie hable de fútbol. Italia no existió. Fue un equipo pequeñito, destinado al olvido. Se refugió en las cuerdas durante una hora. Admitió su enorme inferioridad ante la poderosa Francia que emergió en el segundo tiempo, dirigida por el mejor Zidane de los últimos años. Por el gran Zidane, en suma. Pero en su último partido, el astro francés no salió de Berlín como un héroe. Sus incuestionables méritos fueron destruidos por su agresión a Materazzi en los últimos instantes del encuentro. Al futbolista que nunca pierde el control del juego le traicionó su descontrolada reacción, un flagrante cabezazo al pecho del central italiano, lo último que se recordará de Zidane en un campo de juego. Una pena.

Las prioridades de italianos y franceses suelen relacionarse con el cumplimiento de las obligaciones defensivas, con la atención al dibujo, con el aprovechamiento de los detalles, con la presión, con todo lo que remita al esfuerzo. Por razones desconocidas, Francia prefiere privilegiar ese modelo al brillante juego que desplegó en el segundo tiempo y en la prórroga. Italia es más que nada el fútbol de Gattuso, al que no conviene parodiar. Su figura cada vez es más importante. El Mundial ha privilegiado el gatusismo como eje del fútbol. No es culpa de este centrocampista laborioso, inteligente fuera del campo, abnegado y solidario dentro. Gattuso es esencial porque los entrenadores no pueden vivir sin jugadores como él. Mueren por los gatussos. Lo excepcional es el Barça y su escuela. Lo normal es Italia. Lo normal es la Francia del primer tiempo. Lejos de proponer una vía que coloque a Henry o Zidane en las condiciones favorables para aprovechar sus grandes condiciones, se les obliga a la proeza. Es una pena, porque Francia mejora mucho cuando su juego se establece alrededor de Zidane y Henry, cuando el equipo olvida su fatigoso estilo para alcanzar un vuelo que rara vez se permite.

La magnífica Francia del segundo tiempo no tuvo la misma respuesta en Italia. Todo lo contrario. Agradeció el generoso despliegue francés para instalarse en lo más profundo de su cultura defensiva. Italia se siente cómoda en ese papel de resistente que tanto desgasta a sus adversarios. El ataque desordena, y especialmente el ataque frecuente. Italia especula perfectamente con esa vieja ley del fútbol. Es la razón por la que suele vencer en los últimos minutos, cuando al equipo que ataca le invade la fatiga, el desorden y el punto de desesperación que caracteriza a los generosos. Los especuladores no se impacientan jamás. Cuando Francia se salió de sus rígidos márgenes para jugar con clase y velocidad, no hubo color. Sin embargo, siempre planeó la figura del contragolpe ganador. O sea, de la vieja Italia: un partido para aburrir y un minuto para ganar.

El encuentro se escapó a lo previsto por los méritos de Francia. No ocurrió cuando se encontró con su temprano gol. Zidane convirtió el lanzamiento de penalti en una obra maestra, por lo que hizo y a quién se lo hizo. Buffon es un porterazo. Intimida. Pero Zidane lo engañó con elegancia, sangre fría y una dosis de incertidumbre. La pelota golpeó la base del larguero, botó dentro de la portería y regresó al campo. El linier tuvo buen ojo. Era gol. Lo malo de ese gol es que sacó la cautelosa alma de un equipo que puede jugar muy bien. No es una sospecha. En el segundo tiempo arrolló a Italia con un fútbol de altísimo registro. Italia jugó a una cosa muy curiosa: a buscar el córner. Prefería llevar la pelota a una esquina y esperar la acostumbrada torpeza de Abidal. El lateral izquierdo francés ha estado superado por el torneo desde el primer encuentro. Concedió tres saques de esquina que estuvieron a punto de destruir a su equipo. Cada córner fue un drama para los franceses. Materazzi marcó el tanto del empate en un cabezazo. Toni estrelló otro contra el larguero. Los italianos vieron una mina y no se dedicaron a otra cosa. El típico peñazo que sólo justifican los ventajistas lectores de resultados.

Italia comenzó el partido con la habitual producción de Materazzi. Lanzó cuatro pelotazos desde su campo en los diez primeros minutos. Todos sin destino. Pero el pelotazo es todo lo contrario de la elaboración. No desordena. El entramado defensivo sigue en su sitio. Si todos los equipos hicieran lo mismo que Italia, el fútbol sería un pésimo partido de tenis entre dos materazzis. El hombre abandonó la catapulta porque Italia perdía y necesitaba algo más que pelotazos groseros. Encontró la solución en Abidal y su absurdo interés en conceder saques de esquina. Empató Materazzi, que para cabecear es alguien, y el partido derivó a una rutina donde Zidane sufría y Henry tenía que obrar un prodigio en cada incursión. Enfrente, Cannavaro volvió a confirmarse como el mejor defensa del Mundial junto a Thuram. Zambrotta tampoco ha estado lejos de la perfección. Y Buffon no cometió un fallo. En eso, Italia también fue muy italiana. El resto quedó reservado para un estupendo Gattuso. Pero un estupendo Gattuso significa lo que significa.

Resultó emocionante la majestuosa actuación de Zidane. Resultó detestable su vergonzosa agresión a Materazzi en los últimos instantes del partido. El viejo maestro fue víctima de los descontrolados accesos de ira que han caracterizado su carrera. La admiración que ha producido como jugador se ha visto manchada demasiadas veces por sus reacciones intempestivas. Hasta su infame cabezazo al central italiano, Zidane había sido el héroe del encuentro. Parecía en la cima de su carrera, y no en la noche de su despedida. Comenzó a tirar pases aquí y allá, todos los que su equipo necesitaba. Unos de descarga, otros de medio rango, algunos profundos, todos inteligentes. Un reloj con botas. Por delante, Henry amenazó en varias acciones al insuperable Cannavaro, que necesitó de todos sus recursos para sostener a la defensa italiana. Del ataque no hubo noticias. Ni de sus centrocampistas. Ni tan siquiera brilló Gattuso. Cuando Zidane decidió ser Zidane, Gattusso desapareció del mapa. A Italia, que estuvo varias veces al borde del gol de la derrota -Buffon hizo un milagro para desviar un cabezazo de Zidane, Ribéry no logró colocar la pelota en el rincón en un mano a mano con el portero-, sólo le sirvió la versión defensiva. Toda esa historia de los delanteros que entran para ganar el partido es un cuento. Entró toda la caballería de los Del Piero, Iaquinta y compañía pero no sirvió de nada. Italia no vio la pelota ni en el segundo tiempo, ni en la prórroga. Fue un gran monólogo de Francia.




en El País, España, 9 de julio de 2006














sábado, julio 30, 2011

"Llegada", de Aristóteles España

5 de octubre, 1955 - 28 de julio, 2011




Bajamos de la barcaza con las manos en alto
a una playa triste y desconocida.
La primavera cerraba sus puertas,
el viento nocturno sacudió de pronto
                mi cabeza rapada
                       el silencio,
esa larga fila de Confinados
que subía a los camiones de la Armada Nacional
                   marchando
cerca de las doce de la noche del once de septiembre
de mil novecientos setenta y tres en Isla Dawson.
                                Viajamos
por un camino pantanoso que me pareció
una larga carretera con destino a la muerte.
Un camino con piedras y soldados.
El ruido del motor es una carcajada,
mi abrigo café tiene barro y bencina:
                nos rodean
                bajamos del camión
uno                dos            tres            kilómetros
                cerca
                del
                mar
                y
                de
                la
                nada;
¿Qué será de Chile a esta hora?
¿Veremos el sol mañana?
Se escuchan voces de mando y entramos a un callejón
esquizofrénico que nos lleva al Campo de
            Concentración,
se encienden focos amarillos a nuestro paso,
las ventanas de la vida se abren y se cierran.












en Dawson, 1985











viernes, julio 29, 2011

“Estrellas muertas”, de Álvaro Bisama

Fragmento






El lunes ni el Donoso ni la Javiera llegaron a clases. No los vimos en una semana. El rumor era que la Javiera había besado a ese tipo en la pista de baile. El rumor era que se habían ido al baño de hombres. El rumor dice que el Donoso los siguió. El rumor dice que la Javiera y el Donoso habían peleado esa tarde. El rumor dice que habían terminado. El rumor dice que ella y el tipo estaban fumando marihuana. El rumor dice que no era marihuana sino cocaína. El rumor dice que no sólo se estaban besando, sino que estaban metidos en la caseta, tirando de pie. El rumor dice que sólo estaban hablando. El rumor dice que el Donoso entró al baño borracho y tomó al tipo de las solapas de la chaqueta y lo reventó contra el espejo. El rumor dice que le reventó la cara contra el lavatorio. El rumor dice que no le dijo nada, que la Javiera no atinó a detenerlo. Que esa violencia era silenciosa y tenía que ver con el pisco puro. El trago lo pone mal a uno, decían Los Electrodomésticos. Eso escuchamos el lunes, pero puede que todo fuese mentira, versiones contadas de oídas, interpretaciones fracturadas de hechos que bien pudieron no haber ocurrido, dijo ella.




en Estrellas muertas, 2010














jueves, julio 28, 2011

"Fedra", de Jean Racine

Escena última



TESEO.- ¡Y bien! Vos triunfáis, mi hijo ya no existe. ¡Ah, cuánto debo temer! ¡Y qué cruel sospecha, absolviéndolo en mi corazón, con justicia me alarma! Pero, señora, ha muerto, recibid vuestra víctima: gozad con su pérdida, legítima o injusta. Acepto que mis ojos se hayan engañado siempre. Lo creo criminal, puesto que sois vos quien lo acusa. Su muerte ofrece motivo suficiente para mi llanto, sin que vaya a buscar revelaciones odiosas, que no pudiendo devolverlo a mi justificado dolor, quizá no harían más que acrecentar mi desdicha. Dejadme, lejos de vos y lejos de estas riberas, escapar de la ensangrentada visión de mi hijo destrozado. Confuso, perseguido por un remordimiento mortal, querría desterrarme del universo. Todo parece levantarse contra mi injusticia. Hasta la gloria de mi nombre acrece mi suplicio. Me ocultaría mejor y si fuese menos conocido de los hombres. Odio hasta los privilegios con que me honran los Dioses, y me retiraré a llorar sus mortíferos favores, sin cansarlos más con inútiles plegarias. Cualquier cosa que por mí hicieran, toda su funesta bondad no podría pagarme lo que me han quitado.
FEDRA.- No, Teseo, hay que romper un injusto silencio: hay que devolver la inocencia a vuestro hijo. El no era culpable.
TESEO.- ¡Ah! ¡Padre infortunado! ¡Y lo condené fiando en vos! Cruel, pensáis que eso basta a perdonaros ...
FEDRA.- Los momentos me son preciosos; escuchadme, Teseo. Fui yo quien sobre ese hijo, casto y respetuoso, me atreví arrojar incestuosas e impías miradas. El cielo puso en mi corazón una pasión funesta, y la destable Enona hizo lo demás. Temió ella que Hipólito, conociendo mis furores, descubriera un fuego que lo horrorizaba, y abusando de mi debilidad extrema, se apresuró la pérfida a acusarlo a él mismo ante vos. Ya ha encontrado su propio castigo, y huyendo de mi enojo, ha buscado en las olas un suplicio demasiado suave. El hierro hubiera cortado ya mi suerte, pero yo dejaba gemir a la sospechada virtud, y he querido, exponiendo ante vos mis remordimientos, descender a la muerte por más largo camino. He tomado y he hecho correr en mis ardientes venas un veneno que Medea trajo de Atenas. Llegando ya a mi corazón, en mi corazón moribundo pone ese veneno un frío desconocido; ya sólo a través de una nube veo el cielo y el esposo a quien mi presencia ultraja; y la muerte, que despoja de claridad a mis ojos, restituye su pureza a la luz del día que manchaban.
PANOPE.- ¡Se muere, señor!
TESEO.- ¡Así pudiera morir con ella el recuerdo de acción tan infame! Demasiado convencido ¡ay! de mi error, vamos a mezclar nuestras lágrimas con la sangre de mi desventurado hijo. Vamos a abrazar lo que queda de ese hijo amado, a expiar la furia de un voto que detesto. Rindámosle aquí los honores que tanto mereció; y, para sosegar mejor sus irritados manes, que su amante, a pesar de las tramas de una familia injusta, ocupe desde hoy junto
a mí lugar de hija.











1677










miércoles, julio 27, 2011

“Contabilidad”, de Marin Sorescu






Llega un momento
En que debemos trazar bajo nosotros
Una raya negra
Y sacar cuentas.

Algunos momentos en que pudimos ser felices,
Algunos momentos en que pudimos ser hermosos,
Algunos momentos en que pudimos ser geniales.
Nos encontramos unas cuantas veces
Con algunos montes, con algunos árboles, con algunas aguas
(¿Dónde estarán? ¿Aún viven?)
Todo esto hace un futuro luminoso
ya vivido.

Una mujer que amamos
Más la misma mujer que no nos amó
Suman cero.
Un cuarto de año de estudios
Equivale a varios miles de millones de palabras forrajeras,
Cuya sabiduría hemos eliminado poco a poco.

Y, en fin, una suerte
Más otra suerte (¿de dónde habrá salido?)
Suman dos (Apuntamos una y conservamos la otra,
A lo mejor, quién sabe, habrá también una vida más allá).




Traducción: Omar Lara

en Seis poetas rumanos contemporáneos, 1993














martes, julio 26, 2011

"Nacimiento", de Georg Trakl

Traducción de Juan Carlos Villavicencio

 

Montañas: negrura, silencio y nieve.
Rojos descienden del bosque los cazadores;
oh, las musgosas miradas del venado.

Silencio de la madre; bajo negros abetos
se abren las adormecidas manos,
cuando derruida aparece la fría luna.

Oh, el nacimiento del hombre. Nocturna murmura
azul el agua en el fondo del acantilado;
suspirando descubre su imagen el ángel caído,

alguien pálido despierta en una sofocante habitación.
Como dos lunas
refulgen los ojos de la pétrea anciana.

Ay, el grito de la parturienta. Con el ala negra
roza la noche la sien del niño,
nieve, que leve cae desde una nube púrpura.







1913


Geburt

Gebirge: Schwärze, Schweigen und Schnee./ Rot vom Wald niedersteigt die Jagd;/ O, die moosigen Blicke des Wilds.// Stille der Mutter; unter schwarzen Tannen/ Öffnen sich die schlafenden Hände,/ Wenn verfallen der kalte Mond erscheint.// O, die Geburt des Menschen. Nächtlich rauscht/ Blaues Wasser im Felsengrund;/ Seufzend erblickt sein Bild der gefallene Engel,// Erwacht ein Bleiches in dumpfer Stube./ Zwei Monde/ Erglänzen die Augen der steinernen Greisin.// Weh, der Gebärenden Schrei. Mit schwarzem Flügel/ Rührt die Knabenschläfe die Nacht,/ Schnee, der leise aus purpurner Wolke sinkt.//


lunes, julio 25, 2011

“Wilmar Everton Cardaña, número 5 de Peñarol”, de Roberto Fontanarrosa







Porque yo lo conocí a Cardaña. Y porque lo conocí a Cardaña puedo afirmar que mucho se equivocan aquellos que juzgaron o juzgan al áspero centrehalf peñarolense a través de la imagen recogida en los campos de juego.

Yo sé que es difícil imaginar, suponer, adivinar, una personalidad tierna y sensible, escondida tras la carnadura hosca y prepotente del capitán de los aurinegros. Yo entiendo que no es sencillo intuir el gesto amable o la frase cordial en un hombre que hizo del encontronazo cruel, la pierna arriba o el gesto acerbo, una marca personal e indeleble a lo largo de su prolongada campaña. A lo sumo, admito, era factible entrever en él la grandeza, el coraje y una hombría de bien reconocida incluso por aquellos que fueron sus víctimas, encarnizados rivales o detractores.

Pero yo lo conocí a Cardaña y creo que fui uno de los pocos privilegiados que pudo compartir su círculo áulico, cimentado en el respeto mutuo y los afectos sobreentendidos. Y fue ese respeto, ese sobreentendido, el que me permitió ser testigo de un hecho, de una anécdota, que echa por tierra el equivocado concepto de considerar a Wilmar Everton Cardaña como un mero cacique huraño, un ríspido patrón de la media cancha, temido y evitado por los rivales. ¡Cuántas veces el insulto hiriente, el epíteto injusto, el cántico soez, cayó desde la gradería rival sobre la humanidad generosa de mi amigo! Sin duda alguna, muchos de aquellos que ayer desgranaron los más pesados e injuriosos improperios contra Wilmar Everton Cardaña se sentirán incómodos o arrepentidos al finalizar de leer esta nota que revela la otra cara del ídolo deportivo. ¡Cuánta nobleza habitaba el pecho inconmensurable de Wilmar! ¡Cuánto valor cívico podía esconderse bajo el glorioso número cinco prendido a la mirasol peñarolense, ya fuera sobre el césped del Estadio Centenario, en cualquier campo de la vecina Buenos Aires, o en la grama misma de tantos y tantos estadios brasileños donde los frágiles y siempre pusilánimes morenos le temían como a una figura mitológica!

No por nada, mi amigo y colega Pablo Aladino Puseya, inolvidable periodista, desaparecido ya, que supo firmar sus columnas en "El Tero Alerta" de Rocha con el ingenioso seudónimo de "Banderín de córner", bautizó a Cardaña como "El Hombre". Así, a secas, con mayúsculas, porque supo advertir en Cardaña al luchador indoblegable, al deportista cabal de vergüenza invicta, más allá de la circunstancial controversia sobre un puntapié a destiempo o una fractura expuesta. Tiempo después, algún pícaro modificó el apelativo para extenderlo a "El Hombre de Roble", lo que, en sí, parecía configurar un elogio a la increíble solidez de sus piernas ligeramente chuecas, pero que en verdad escamoteaba la verdadera intención del apodo, que aproximaba a Cardaña a la infame condición de "tronco". Lo avieso de la maniobra lo certifica el hecho de que esta deformación de su apodo fue adaptada velozmente por los seguidores de Nacional. Y no quedó allí la cosa, porque después de aquel desgraciado incidente con Fanego (el veloz punterito de Huracán Buceo que se destrozara una clavícula contra el alambrado olímpico en un cruce fortuito con Cardaña) parte de un periodismo no propiamente imparcial, pasó a llamarlo "El Hombre de Neanderthal". Quisiera que esta anécdota, que puedo contar dado el particular contacto que tuve con el caudillo indiscutible de Peñarol, eche algo de luz sobre la "leyenda negra" que sobre él se derramara desaprensivamente. A mucho tiempo de los hechos, pienso que el mismo Cardaña, refugiado hoy en la paz y el reposo de su hogar en Treinta y Tres, me perdonará que refiera lo ocurrido en circunstancias de aquella histórica final del 54, tema que él, por pudor y humildad, jamás quiso develar. Puede que el relato aporte también nuevas referencias a los amigos tangueros, ya que lo sucedido en torno a esa final inolvidable fue inmortalizado en un tango que, precisamente, lleva por nombre "La número cinco". La anécdota revelará que el título de la pieza se refiere a la casquivana pelota de fútbol, y no al número que lucía la camiseta de Wilmar Everton Cardaña sobre sus dorsales, ni al que identificaba (este fue un rumor poco serio y malintencionado) a una damisela aspirante al trono de "Miss Paysandú" y por quien, dicen, suspiraba el inspirado compositor de tangos.

Aquella mañana del 3 de noviembre de 1954 llegué al hotel Olinto Gallo, donde se alojaba habitualmente el plantel de Peñarol, palpitando encontrarme con un clima de nervios y tensión, acorde con la magnitud del gran encontronazo final con el clásico enemigo de todos los tiempos: Nacional. Había una efervescencia formidable en Montevideo y los tamborines de la murga "Los que pelan la chaucha" no habían dejado de atronar el barrio de La Tumba en toda la noche. Sin embargo, me hallé con un grupo de muchachos --jugadores, técnicos y dirigentes-- departiendo mansamente luego del desayuno, al parecer olvidados de la proximidad de la justa. Pero esa primera impresión fue efímera. Algún gesto falso, ciertas torpezas en los movimientos, un par de respuestas destempladas o el rechinar penetrante de algunas dentaduras, denotaban el crispamiento interior, el desgarro insoportable de la espera.

Pregunté por Cardaña y me contestaron que el recio capitán se había retirado a su habitación luego de merendar. Subí a su pieza, con la familiaridad que me confería su actitud amistosa hacia mí, y me invitó a pasar con un gruñido. Wilmar Everton Cardaña era hombre de pocas palabras, muy pocas, como todo hombre criado en el campo, entre vacas y animales poco propensos al diálogo. Creo que hasta ese día --y ya llevábamos mas de dos años de amistad--, sólo le había contabilizado nueve palabras, monosilábicas en su mayoría. Y vale la pena consignar que más de la mitad de ellas las había gastado en una sola frase, previa a otro partido importante, cuando levantándose imprevistamente de una tertulia, anunció: "Permiso, voy a ir al baño".

Era así, directo, franco, hombre de llamar al pan, pan, y al vino, vino, y no podían esperarse de él frases grandilocuentes o inflamados discursos. De más está decir que era la tortura de los periodistas radiales quienes, más de una vez, debieron quitarle los auriculares sin haber obtenido de él ni un dato, ni un nombre, ni una fecha. Encontré a un Cardaña taciturno y cariacontecido, cosa que atribuí a la responsabilidad del partido de la tarde. En aquella época no habían proliferado las líneas de ropa deportivas; por lo tanto, en las concentraciones, los players usaban sus propios atuendos a veces de gustos caprichosos o discutibles. Cardaña llevaba puesto un saco marrón, colocado al revés, o sea, con la pechera sobre la espalda, lo que lo hacia parecer sujeto por un chaleco de fuerza.

--Es por el pecho-- me dijo, señalándose el cuello. Yo sabía que sufría de severas anginas de pecho. El cigarrillo --aquellos cigarritos negros "Barbudas", de la época, que solía lucir detrás de la oreja durante los partidos-- le había instalado una tos seca en el pulmón derecho y una tos convulsa en el izquierdo. Parecía mentira que un hombre que fumaba como él, casi siete etiquetas por día, pudiese tener ese despliegue incesante y depredador en el campo de juego. Cuántos jugadores de hoy en día, con los tan mentados y publicitados sistemas de entrenamiento, dietas especiales y cuidados dignos de una odalisca quisieran poseer aquella inagotable capacidad física que acreditaba Cardaña, ¡aun considerando sus excesos y descuidos! ¡Cuántos de los señoritos de hoy en día, atentos siempre a sus peinados y manicuras, se hubieran atrevido a mostrarse a la prensa en saco de calle vuelto del revés, camiseta musculosa debajo y pantalón pijama, sin temor a ser el hazmerreír o al escarnio!

En la misma habitación de Cardaña estaba Nelson Amadeus Farragudo, aquel implacable marcador de punta, el del gol agónico al Wanderers en el 49, de sombrero de fieltro sobre los ojos, tomando mate. Le decían "El Buitre" Farragudo, no sólo por la nauseabunda peladura de su cuello, sino porque, cual la conocida ave carroñera, era quien caía sobre los restos de las víctimas de Cardaña, cuando este recibía a los delanteros rivales por el medio de la cancha. Por la mustia actitud de Farragudo --mitigaba el sonido del mate cubriéndose la cabeza con una toalla-- comprendí que algo no andaba bien en mi amigo, su compañero de pieza, el legendario centrehalf peñarolense.

Por si no lo he dicho, Wilson Everton Cardaña tenía una cara de rasgos grandes, muy marcados. Las cejas, negras y pobladas, se juntaban sobre el puente de la nariz. Los ojos, sin ser bellos, eran saltones y parecían querer fugarse por debajo de unos párpados gruesos, de piel porosa como la de los citrus. La nariz era prominente, larga, carnosa, de aletas amplias. La boca se abultaba bajo el bigote generoso y se alargaba hacia los costados, pareciendo que las comisuras profundas podían alcanzar los peludos lóbulos de las orejas, también enormes. Entre estos lóbulos y la boca, sin embargo, se interponían dos hondonadas como tajos, arrancando desde los pómulos protuberantes para bajar y delimitar con claridad el mentón avanzado y desafiante. Daba la impresión de que uno podía tomar esa porción inferior de la cara, por aquellos surcos que partían de las mejillas, y quitarla de allí, como si fuese un aditamento plástico removible. Había en ese rostro algo perturbador y obsceno pero, al mismo tiempo, sobrecogedor. Era como contemplar un fiordo inmemorial, un precipicio de roca desnuda, el magma primigenio. Era asomarse al inicio de la naturaleza. Y ese rostro, aquel día, estaba transfigurado.

Consciente Cardaña de que yo había percibido ese clima extraño y dislocado, fue hasta una cómoda y sacó algo de uno de los cajones. Pronto se me acercó con la facilidad que le daba nuestra confianza mutua, y me extendió una hoja de papel azul.

--Es una carta-- me aclaró.

Leí la carta y, en ella, con una letra despareja, salpicada de errores ortográficos, decía: "Soy casi un niño y, desde hace mucho tiempo, me hallo encerrado en una oscura sala del Hospital Muñoz. Padezco de un mal reversible y, por eso mismo, no estaré el domingo en el estadio para alentar al glorioso Peñarol. Si no es mucho pedir, me haría muy feliz tener en mis manos la pelota con que se juegue el encuentro, firmada por todo el plantel mirasol. Si es necesario pagar, adjúnteme la factura, que abonaré gustoso con dinero que he ahorrado privándome de la medicación. Suyo, José Petunio Invenianto, cama 747".

Confieso que terminé de leer aquella carta con los ojos nublados por el llanto. ¿Cuántos purretes de hoy en día, deslumbrados por el artificio de la tecnología y la banalidad de la computación, serían capaces de solicitar a su ídolo deportivo el humilde y significativo obsequio de una pelota? ¿Cuántos niños de la actualidad, engañados por la urgencia de una sociedad que no sabe de la pausa para la charla amable o la reflexión, tendrían la delicada paciencia de solicitar la pelota para "después" del partido y no para "antes" del mismo, con todos los inconvenientes que esa voracidad podría provocar en la popular justa? Pero mi sorpresa fue inmensa y total cuando alcé los ojos. Allí, delante mío, Wilson Everton Cardaña, "El Hombre", "El Capitán Invicto", "El Hacha" Cardaña estaba llorando. Aquel que hiciera callar de un solo chistido a 150.000 brasileños aterrados en el estadio Pacaembu, cuando la final de la Copa Roca… Aquel que se bajó los pantaloncitos y el calzoncillo punzo para mostrar sus testículos velludos, uruguayos y celestes a la Reina Isabel en el mismísimo estadio de Wembley. Aquel que ya a los ocho años quebrara en tres partes el tabique nasal a su profesora de música en la escuelita sanducense... ¡estaba llorando! Esta cartita escrita sobre el burdo papel azul por aquel botija preso en la fría sala del Hospital Muñoz había hecho el milagro de ablandar el corazón, en apariencia fiero, del granítico centrehalf de Peñarol y la selección uruguaya.

No abundaré en detalles ni cederé a la tentación periodística de recordar los avatares de aquel partido memorable que terminó con el resultado por todos conocido. Callé la historia por mí presenciada en la habitación de Cardaña, por pudor y por prudencia, consciente de que no saldría de mis labios ese relato, como así tampoco de los del "Buitre" Farragudo, austero en su vocabulario como en su manejo del balón.

El lunes, al día siguiente del encuentro, acudí al Hospital Marcelo Muñoz, a ser testigo del final de la historia. Esperaba hallar allí tan sólo a Cardaña pero cuán grande sería mi sorpresa al ver a las puertas del nosocomio el plantel integro de Peñarol, algunos aun con la camiseta puesta bajo el saco, deseosos de cumplir con el pedido postal. Y lo increíble, lo conmovedor, es que no se habían reunido allí por un acuerdo previo o concertado. Uno a uno, por su propia cuenta, con la misma coordinación que ponían en el campo de juego para implementar la ley del off-side o presionar a un juez de línea, habían llegado hasta el Muñoz para acompañar al capitán en la entrega del preciado regalo. ¿Cuántos planteles de la actualidad, ahítos de dinero y fama fácil, serían capaces de repetir aquella escena, aquella convocatoria, llevada a cabo por hombres simples y cabales, deportistas que no conocían los devaneos en torno a contratos fabulosos ni los desplantes exigentes por unas cuantas monedas de oro, antes de comenzar algún encuentro?

Y entonces fue el sinceramiento. Ante esa presencia masiva y espontánea, frente a tanta humanidad enternecida, Wilson Everton Cardaña no aguantó más y lloró como una criatura. Lo seguí yo y luego el plantel. Lloramos abrazados sin avergonzarnos de los facultativos que nos miraban con cierta curiosidad o de los transeúntes que acertaban a pasar por el lugar. Algún periodista, mal periodista, arriesgó luego la mezquina versión que el plantel de Peñarol lloraba aun el lunes la ignominia de la abultada derrota, soslayando el hecho irrefutable de que se trataba tan solo de un acto de amor y desprendimiento. Cuántos periodistas de hoy en día, mercenarios que ponen su pluma al servicio de quien más paga, habrían hecho exactamente lo mismo que aquel sicario de la prensa amarilla.

Desahogados en parte, pero aun trémulos por lo tocante de la escena, pudimos seguir rumbo a la sala 2, media hora más tarde. Adelante, Cardaña, con la número cinco entre sus manos enormes. Atrás, yo y el plantel, encolumnados en un remedo de la tantas veces repetida entrada a la cancha.

Y quiero ser cauteloso al narrar lo que sucedió después, ya que tuvo ciertos rasgos sorpresivos e inesperados. Como así también advertir al lector que mi fidelidad al relato me obliga al uso de palabras que no son de mi predilección, a pesar de ser moneda corriente en la vía pública. Fue casi simultáneo entrar en la sala 2 e individualizar al pequeño que había solicitado el obsequio. Tendría doce, trece años y, cubierto por un camisón blanco de tela basta, se hallaba de pie sobre su cama, expectante, mirando hacia la puerta como si nos hubiese adivinado. Tal vez el revuelo de enfermeras y doctores lo alertó, quizás la intuición infantil, o tal vez el hecho de que, nosotros, nos acercábamos cruzando los largos y umbrosos pasillos cantando la Marcha del Deporte. Pareció no dar crédito a lo que veían sus ojos, las pupilas se le empañaron y comenzó a temblar como atacado por la fiebre. Impresionado, Cardaña se acercó a él y le entregó la pelota firmada por todos. El pibe la miró, nos miró a nosotros, volvió a mirar la pelota, nos volvió a mirar a nosotros y finalmente gritó:

--¡Hijos de puta! ¿Cómo pueden perder con esos chotos de Nacional?

Confieso que nos quedamos estupefactos, helados por lo sorpresivo de la agresión.

--¿Cómo carajo puede ser que esos putos nos hagan cuatro goles?-- siguió gritando el imberbe, ya absolutamente desaforado, roja la cara, las venas del cuello tensas, como a punto de estallar--. ¡Hijos de mil putas! ¡Troncos de mierda! ¡Métanse la pelota en el culo! Y, acto seguido, arrojó el balón al rostro de Cardaña, estrellándolo contra su nariz. Vi palidecer al capitán y temí lo peor.
--¡Vendidos!-- seguía, para colmo, el botija-- ¡Se vendieron como unos miserables! ¿Cuánta guita les pusieron para ir para atrás, guachos de mierda?

Vi a Cardaña dar un paso hacia el muchacho y supe que no podría contenerlo.

--¡Cagones!--vociferó el chico, empinándose hasta caer, casi, de la cama--. ¡Maricones! ¡Vayan a trabajar, ladrones!

Advertí, en el último instante, el brillo asesino de tigre en los ojos de Cardaña, el mismo que había apreciado tantas veces en las inmediaciones del área, y supe que atacaba. Se lanzó con los dos pies hacia adelante en la temida "patada voladora" y alcanzó al muchacho en pleno tórax, de la misma forma que puso fin a la carrera de Alberto Ignacio Murinigo, el prometedor número nueve del River Plate. Cayeron los dos del otro lado de la cama y, sobre ellos, se abalanzó una docena de enfermeros que se habían acercado atraídos por los gritos del botija.

Salimos destrozados del Muñoz. Los muchachos de Peñarol, heridos hasta lo más recóndito por la injusticia de los agravios recibidos. Yo, por lo estremecedor de la escena presenciada.

Al día siguiente, un médico de guardia me informó que el chico tenía cuatro costillas fisuradas, lo que obligaría a prolongar su interacción seis meses más. También me dijo que el botija padecía de una calvicie irreversible, y que había solicitado permanecer internado a los efectos de no concurrir a una escuela técnica que detestaba. Que era un buen chico, en verdad muy hincha de Peñarol y que, meses atrás, se había hecho regalar un planeador firmado por un diestro del volovelismo que había batido un record sudamericano.

Muy pocos conocen esta anécdota, ya que una conjura de silencio se cernió en torno a ella. Yo me abrigué en el secreto profesional para no revelarla. El plantel de Peñarol calló el suceso por un natural prurito del deportista derrotado y en cuanto al agresivo muchacho, tengo información de que aun sigue en el mismo hospital, aunque ahora con el cargo de "Jefe de enfermeras". Wilmar Everton Cardaña siguió jugando, desparramando coraje y sangre charrúa en cuanto campo de juego le tocó en suerte asolar. Siguió acrecentando su fama de guapeza y virilidad sin límites. Siguió mostrando, en suma, una sola de sus dos caras o facetas: la del enérgico, potreó y filoso centrehalf de los de aquellos tiempos.

Apenas un puñado de sus más íntimos guarda, como un tesoro, el secreto de aquellas lágrimas que supo derramar ante el conmovedor y sencillo pedido de un niño.





en El mayor de mis defectos y otros cuentos, 1990














domingo, julio 24, 2011

«Canción de amor de la joven loca», de Sylvia Plath

Traducción de Juan Carlos Villavicencio


Ted Hughes & Sylvia Plath


Cierro mis ojos y el mundo cae muerto;
Levanto mis párpados y todo nace otra vez.
(Pienso que en mi cabeza te inventé).

Las estrellas salen tranquilas en azul y rojo,
Y arbitrarias galopan en la oscuridad:
Cierro mis ojos y el mundo cae muerto.

Soñé que me embrujaste en la cama
Y lunático me cantaste, me besabas con locura.
(Pienso que en mi cabeza te inventé).

Dios cae del cielo, los fuegos del infierno se desvanecen:
Se retiran los serafines y los soldados de Satán:
Cierro mis ojos y el mundo cae muerto.

Imaginé que volverías como dijiste:
Pero envejezco y me olvido de tu nombre.
(Pienso que en mi cabeza te inventé).

Debería haber amado a un pájaro de trueno en tu lugar;
Al menos cuando llega la primavera ellos rugen otra vez.
Cierro mis ojos y el mundo cae muerto.
(Pienso que en mi cabeza te inventé).




1951









Mad Girl's Love Song

I shut my eyes and all the world drops dead; / I lift my lids and all is born again. / (I think I made you up inside my head.) // The stars go waltzing out in blue and red, / And arbitrary blackness gallops in: / I shut my eyes and all the world drops dead. // I dreamed that you bewitched me into bed / And sung me moon-struck, kissed me quite insane. / (I think I made you up inside my head.) // God topples from the sky, hell's fires fade: / Exit seraphim and Satan's men: / I shut my eyes and all the world drops dead. // I fancied you'd return the way you said, / But I grow old and I forget your name. / (I think I made you up inside my head.) // I should have loved a thunderbird instead; / At least when spring comes they roar back again. / I shut my eyes and all the world drops dead. / (I think I made you up inside my head.)








sábado, julio 23, 2011

“La tripa como pelota”, Anónimo







Chiyou tenía cuerpo de bestia, cabeza de bronce, coronilla de hierro y comía mineral de hierro y otras piedras. Nadie antes que él había fabricado estacas, alabardas, lanzas y ballestas de asalto para la guerra. Podía andar por los aires, cruzar pasos peligrosos y provocar grandes nieblas. El vello de sus ovejas era como espadas y alabardas, y del cráneo le nacían cuernos y arcos. Descendía del Emperador del Fuego; era buen luchador y proclive a la rebelión.

En cierta ocasión, quiso ser emperador y arrebatar el trono al Emperador Amarillo, y se lanzó con sus huestes –también con cabezas de cobre y coronillas de hierro, comedoras de minerales y de arenas- a la batalla.

Cuando estaban en plena guerra en la llanura de Zhuolu, Chiyou hizo que cayera una espesa niebla que desorientó a los soldados enemigos. Pero el Emperador Amarillo ordenó a Fengshou que fabricase una brújula según la Osa Mayor, y así pudo orientarse. Dio nueve redobles en un tambor que había hecho con la piel de un Kui –animal con cuerpo de buey sin cuernos, color grisáceo y una sola pata que refulge como el sol y la luna juntos cada vez que entra y sale de alguna charca para bañarse-. y así expandió aquel sonido que atemorizaba a todo el universo, con el que paralizó de terror a Chiyou.

Emperador Amarillo venció a su rival y se apoderó de él. Lo desolló, y con la piel y los huesos hizo estacas y dianas, pidiendo a continuación a sus hombres que dispararan sus arcos, y premiaba a aquellos que acertaban mucho. Le cortó la cabellera y la dejó fija en el cielo, y llamó a aquello “el penacho de Chiyou”. Y le sacó la tripa, la rellenó y fabricó así una pelota, pidiendo a continuación a sus hombres que le dieran patadas, y premiaba a aquellos que le daban muchas.





Fragmentos de anónimos mitológicos chinos, siglos II a. C. – III d. C.

Versión de Gabriel García Noblejas, 2004














viernes, julio 22, 2011

«Ars poetique», de Rodrigo Lira






para la galería imaginaria


Que el verso sea como una ganzúa
Para entrar a robar de noche
Al diccionario       a la luz
De una linterna
                             sorda como
Tapia
          Muro de los Lamentos
Lamidos
          Paredes de Oído
          cae un Rocket
          pasa un Mirage
          los ventanales quedaron temblando
Estamos en el siglo de las neuras y las siglas
                                                             y las siglas
son los nervios, son los nervios
El vigor verdadero reside en el bolsillo
                                               es la chequera
El músculo se vende en paquetes por Correos
la ambición
                      no descansa la poesía
                                                  está c
                                                            ol
                                                               g
                                                                 an
                                                                    do
en la dirección de Bibliotecas Archivos y Museos en Artí
culos de lujo, de primera necesidad,
           oh, poetas! No cantéis
a las rosas, oh, dejadlas madurar y hacedlas
mermelada de mosqueta en el poema









El Autor pide al lector diScurpas por la molestia (Su Propinaes Misuerdo)













en Proyecto de obras completas, 1984









jueves, julio 21, 2011

“Los Chacarilla Boys, o de la amnesia chilena”, de José Bengoa






No hay peor enfermedad social que la falta de memoria histórica. Chile la sufre de modo agudo. El 9 de Julio de 1977 un grupo de 77 jóvenes nacionalistas de extrema derecha subió al cerro Chacarillas, al lado del San Cristóbal; en el acto más fascista de todos los tiempos de la historia de este país. Emulaban a los 77 soldados de La Concepción en la Guerra con el Perú.

Bosques de banderas y antorchas al más puro estilo del nazismo hitleriano iluminaban la noche de invierno. Pinochet en un momento de inspiración arrebatadora leyó su famoso discurso. “Mi corazón de viejo soldado, decía, revive con profunda emoción el coraje insuperable de Luis Cruz Martínez…que en plena soledad de la sierra peruana, supieron demostrar con la entrega de sus vidas, que nuestra Patria y los valores permanentes del espíritu están por encima de cualquier sacrificio personal que su defensa pueda demandar”.

En esos mismos días eran torturados en el “Palacio de la Risa”, así llamada la Villa Grimaldi, miles de chilenas y chilenos. Se las violaba, aterrorizaba, y luego se las iba a tirar al mar, como a Marta Ugarte una de las primeras que en esos mismos días apareció flotando en las playas de Longotoma. Mientras los jóvenes subían en medio de antorchas, los gritos de horror se escuchaban en los subterráneos del poder entusiasmado.

“Las limitaciones excepcionales que transitoriamente hemos debido imponer a ciertos derechos, han contado con el respaldo del pueblo y de la juventud de la Patria, que han visto en ella el complemento duro pero necesario para asegurar nuestra Liberación Nacional”, dijo el General en medio de los aplausos de los jóvenes patriotas en la noche de Chacarillas. “El complemento duro pero necesario”… Da escalofríos y ganas de vomitar. Todos y todas quienes allí estaban sabían muy bien a qué se refería el General. Era explícito.

¿Quiénes subieron a Chacarillas? El lunes fue el cambio de Gabinete. El listado del Mercurio señala el número 15: Andrés Chadwick, hoy Ministro Vocero de Gobierno; número 38, Cristián Larroulet, Ministro del triunvirato de La Moneda, y 39, Joaquín Lavín, defenestrado Ministro de Educación y resucitado Ministro de Planificación Nacional. La lista es larga y sería un ejercicio de “buena memoria” publicarla con letras de molde. El número 47 es el actual Presidente de la Cámara de Diputados, y el número 20 es el dueño de la Universidad San Sebastián, emblemático modelo de lo que debe ser la educación universitaria “con fines de lucro”. El número 17 se reía el lunes a mandíbula batiente en La Moneda, al ver cómo sus “Chacarillas Boys” se tomaban finalmente La Moneda, en el asalto al Poder, que esa noche lluviosa del invierno del 77, los 77 cabalísticamente (como es propio de los fascismos corrientes) habían prometido solemnemente; Juan Antonio Coloma, se llama.

Ninguno de estos “Chacarilla Boys” ha hecho autocrítica alguna, pedido perdón, han pasado “colados” en medio de las tormentas. “No sabían” es lo que más mentirosamente han tratado de balbucear. ¿Qué no sabían? Todos los que vivíamos en Chile lo sabíamos detalladamente. ¿Ud. Presidente no sabía y no sabe a quienes está metiendo en La Moneda? ¿Nadie se acuerda cómo sacaban a miles de personas en las madrugadas de ese año 77 a una cancha de fútbol a las seis de la mañana, congelada, y les pegaban, los fichaban, los denigraban y dejaban como estropajos? ¿Nadie se da cuenta de que aplastaron un siglo de luchas obreras con el terror? ¿Nadie se acuerda que el próximo Ministro del Bienestar Social escribió el panfleto más deleznable de nuestra historia literaria: “La Revolución Silenciosa”? ¿Por qué no lo vuelven a publicar?

Pero lo peor es la confusión ideológica del momento. Y de los que alguna vez estuvieron en el lado de los perdedores. Hay quienes han dicho y siguen diciendo que ya la derecha no es la misma. Que Piñera es una nueva derecha. Se les fundió la memoria. Hay otros, de la otra banda, que acaban de decir que en Chile hay “dos derechas”. Con respeto personal, pero andan más perdidos que el teniente Bello. Muy triste. Es una campaña la de los antiguos perseguidos de confundirlo todo. Los errores, desvaríos, silencios, de un Ricardo Lagos o una Michelle Bachelet, no tienen ni un punto de comparación con lo que se vivió en esos días y que fue aplaudido por las actuales autoridades del país.

Escucho desde mi mente deprimida los aplausos en Punta Peuco. En Bucalemu un difunto se da vueltas de alegría en su tumba. Los fantasmas están presentes, más que nunca. Gozan de buena salud. Se ríen con su sonrisa regordeta y a todo color digital, de la historia de nuestro país. Y no me critiquen a los cabros que agarran piedras y destrozan el “mobiliario urbano” del Alcalde de Santiago. Cuando no hay espacio para la memoria y las razones, sólo hay piedras.

Vergüenza me da. Vergüenza me da de ser chileno.





en Cooperativa Blogs, julio 2011




Nota Descontexto:

El listado de Los Elegidos

Entidad convocante: Frente Juvenil por la Unidad Nacional. Esta es la lista de los y las jóvenes que harían la “representación simbólica de la juventud chilena en su compromiso permanente con la tradición y los valores fundamentales del país”. (El Mercurio, 9 de julio de 1977).

1. Jaime Alcalde / 2. Gustavo Alcalde / 3. Francisca Aldunate / 4. Carlos Alegría / 5. Gustavo Alessandri / 6. Michelle Astaburuaga / 7. Ignacio Astete / 8. Flor Ayala / 9. Herminio Barra / 10. Fernando Barros / 11. Francisco Bartolucci / 12. Carlos Bombal 13. Jaime Bretti / 14. Mario Cerda / 15. Andrés Chadwick / 16. Jorge Claude / 17. Juan Antonio Coloma / 18. David Contreras / 19. Patricio Cordero / 20. Luis Cordero / 21. Mario Dalbosco / 22. María de Luigi / 23. Jaime Del Valle / 24. Luis Alberto Echeñique / 25. Jorge Escárate / 26. Patricia Espejo / 27. Roberto Espinoza / 28. María Olga Fernández / 29. José Alfredo Fuentes / 30. Leonardo García / 31. Hans Gildemeister / 32. María Graciela Gómez / 33. Ricardo Herrera / 34. Manuel Félix Herrera / 35. Ignacio Irarrázabal / 36. Milenko Ivankivic / 37. Cristián Jara / 38. Cristián Larroulet / 39. Joaquín Lavín / 40. Coco Legrand / 41. Enrique López / 42. Luis López / 43. Julio López Blanco / 44. Rodrigo Martino / 45. Manfredo Mayo / 46. Oscar Medina / 47. Patricio Melero / 48. Roberto Meza / 49. Jorge Mitaraki / 50. Fernando Molina / 51. Juan Carlos Montenegro / 52. Juan Esteban Montero / 53. Sergio Montes / 54. Patricio Muñoz / 55. Hernán Olguín / 56. Fernando Pau / 57. Gonzalo Pérez / 58. Sebastián Pérez / 59. Nelson Pizarro / 60. Claudio Sánchez / 61. Jaime Sánchez / 62. Nelson Sanhueza / 63. Andrés Santa Cruz / 64. Max Santelices / 65. Peter Schuller / 66. Marieta Sepúlveda / 67. Cristóbal Silva / 68. Fernando Embcke / 69. Jorge Socías / 70. Verónica Sommers / 71. Francisca Soto / 72. Roberto Viking Valdés / 73. Cristián Varela / 74. Aníbal Vial / 75. Antonio Vodanovic / 76. Juan Carlos Yakcic / 77. Martín Zamora













miércoles, julio 20, 2011

Entrevista a Jim Morrison, de Jerry Hopkins

Fragmentos




Pocos músicos han despertado tanta controversia como James Douglas Morrison, vocalista y compositor de los Doors. Durante la semana que lo entreviste, en 1969, los Doors habían sido prohibidos en St. Louis y en Honolulu por cargos de exhibicionismo y ebriedad levantados contra Morrison después de un recital en Miami. Nuestro primer encuentro fue en las oficinas de los Doors (ubicados convenientemente tan cerca del sello discográfico Elektra como de varios cabarets de topless) y fuimos a conversar a un bar de las inmediaciones, llamado el día, así que fue sólo cerveza. Nos sentamos en una mesa mientras un pequeño grupo de habituales, desparramados a lo largo de la barra, se invitaban a vueltas y más vueltas y contaban historias en voz muy alta. Cuando Morrison entró, nadie pareció prestarle especial atención y no era que no lo hubieran conocido debido a la flamante barba que se había dejado crecer desde su visita a Miami, sino que allí era un parroquiano más. Cuando el grabador empezó a diferenciar la voz de Morrison de las otras voces del bar, estábamos hablando de música, de los temas «viejos pero buenos» y de como todo el mundo (los Beatles, por ejemplo) parecía estar gritando que lo que había que hacer era volver («Get back»). … 

JH: Mailer incluso saco una novela, un capítulo por mes, con fecha de cierre y todo Esquire... Y es brillante. El sueño americano. Probablemente una de las mejores novelas de la última década. Es interesante... mucho buen material es concebido específicamente para diarios y revistas, así como mucha música buena es concebida para un disco: todos son cosas descartables, cosas a disposición prácticamente de cualquiera, por poco dinero y que después se tiran o se cambian, o uno se deshace de ellas bastante rápido. Eso hace que muchas formas de arte sean muy transitorias... 
JM: Sí, me encanta eso. ¿A ti no? Eso es lo que amo de las películas: son tan perecederas.... Una sola gran explosión atómica y todo el celuloide se derretiría. No habría películas. Hay una escena estupenda en un libro llamado Only Lovers Alive (Sólo los amantes vivos). ¿Lo leíste? 

Sí. ¿No se supone que los Stones lo iban a llevar al cine? 
Sí, hace mucho tiempo. Si se hubieran juntado, hubieran hecho algo realmente bueno. De cualquier modo, en esa escena, un tipo está en territorio enemigo -los chicos han heredado la tierra; todos los adultos se han suicidado- y por la noche entra a tropezones en un edificio abandonado y oye un ruido extraño. Resulta que es una pandilla de chiquillos de entre 6 y 12 años, reunidos alrededor de un televisor que no funciona, y uno de ellos está imitando los viejos programas de televisión. Creo que eso es hermoso. Y es por eso que me gusta tanto la poesía: porque es tan eterna. Mientras haya gente, se podrán recordar palabras y combinaciones de palabras. Nada puede sobrevivir a un holocausto salvo la poesía y las canciones. Nadie puede recordar una novela completa. Nadie puede describir un filme, una escultura, una pintura. Pero en tanto y en cuanto haya seres humanos, las canciones y la poesía pueden continuar. 
... 
Cuando estás escribiendo, ¿diferencias conscientemente entre un poema, que es algo para imprimir, y la letra de una canción, algo para ser cantado? 
A mí las canciones me vienen con la música. Un sonido o un ritmo, primero; después le pongo palabras lo más rápido que puedo para mantener la sensación inicial, hasta que la música y la letra vienen casi simultáneamente. Con un poema no hay necesariamente música. 

Sin embargo, suele existir un sentido del ritmo. 
Correcto. Correcto. Un sentido del ritmo y una cierta música. Pero una canción es más primitiva. Por lo general tiene una rima y una métrica básicas, mientras que un poema puede ir a cualquier lado. 

Bien, ¿quién aporta la música que oyes cuando estás escribiendo? ¿La banda? ¿O es algo dentro de tu cabeza? 
Bueno, la mayoría de los temas que escribí me vinieron así. No soy un compositor muy prolífico. La mayoría de las canciones que hice las escribí bien al principio, hará unos tres años. 
… 
¿Hay algún artista en particular, de las primeras épocas, que te guste realmente? 
Es algo parecido a lo que siento respecto de los escritores. Hay tantos que no podría elegir uno. Demasiados como para mencionarlos. En serio. Creo que somos un país increíblemente dotado para la música popular, increíblemente rico. Pensé en la gente que surgió en los Estados Unidos en los últimos diez o veinte años. Realmente va a ser interesante hacer una retrospectiva del blues y del rock. Sucedió tan rápido. Desde un punto de vista histórico, probablemente se vaya a parecer al período de los trovadores en Francia. Estoy seguro de que se verá increíblemente romántico. Míranos a nosotros. Somos increíbles. Supongo que me refiero a gente que anda en moto y que tiene autos veloces y ropa interesante, que dice cosas, que se expresa con honestidad. Gente joven. Sí, me parece romántico. Me alegro de estar vivo en esta época. Es increíble. Creo que la gente del futuro nos va a mirar con muy buenos ojos, porque se están dando muchos cambios y los estamos manejando con talento. 

No sé sí sacar el tema, porque se han dicho demasiadas cosas, y supongo que quiero ver tu reacción tanto como quiero saber la verdad. La cosa edípica de «The End». ¿Qué significa esa canción para ti? 
Veamos. Edipo es un mito griego. Sófocles escribió sobre eso. Antes que él, no sé quién. Trata de un hombre que, sin saberlo, mata a su padre y se casa con su madre. Sí, diría que hay algo parecido, definitivamente. Pero, para ser sincero, cada vez que escucho esa canción significa una cosa diferente para mí. Realmente, no sé qué intentaba decir. Empezó simplemente como una canción de despedida. 

¿Despedida de quién, o de qué? 
Probablemente de una chica, pero podría verla como la despedida de algún tipo de infancia. Realmente, no sé. Pienso que es suficientemente compleja y universal en su imaginería como para que sea casi cualquier cosa que quieras. No me importa lo que los críticos escriban, ni nada de eso… (…) podía significar muchas cosas, como un laberinto o un rompecabezas para pensar; cada uno podría relacionarlo con sus propias vivencias. Yo no era consciente de que la gente se tomaba las canciones tan en serio y me hizo cuestionarme si no debería considerar las consecuencias. 

¿Esta letra se relaciona de algún modo con tu familia? 
No quiero hablar de eso. No quiero involucrar a nadie a menos que ellos lo deseen. 
… 
¿Qué hiciste para probar los límites? 
Empujé la situación hasta donde daba. 

¿Y sin embargo las cosas nunca se fueron de control? 
Nunca. 

¿Y, en tu película, cuando se muestra a la policía sacando a los chicos del escenario no bien se suben? ¿Eso no representa una pérdida del control? 
Tienes que mirarlo en su lógica. Si no hubiera polis ahí ¿alguien intentaría subir al escenario? Porque ¿qué van a hacer una vez que subieron? Una vez que están en el escenario, se quedan muy tranquilos, pacíficos. El único motivo para treparse al escenario es que hay una barrera. Sí no hubiera barrera, no habría incentivo. Esa es toda la historia. Creo firmemente que es así: no hay incentivo, no hay ataque. Acción-reacción. Piensa en los recitales gratuitos que se dan en los parques: sin acción no hay reacción, si no hay estímulo, no hay respuesta. Es interesante, sin embargo, porque los chicos ponen a prueba a la policía. Uno siempre los ve caminando con sus armas y sus uniformes, parándose como los más recios de la cuadra, y todo el mundo se pregunta qué pasaría exactamente sí uno los provocara. ¿Qué van a hacer? Creo que es algo bueno, porque les da a los chicos la oportunidad de poner a prueba a la autoridad. 

Hay una serie de ciudades donde, bueno, te arrestaron por obscenidad en New Haven. ¿En Phoenix fue distinto? 
En la mayoría de los casos uno se mete en problemas únicamente cuando, digamos que alguien va caminando por una calle transitada y sin ningún motivo se saca toda la ropa y sigue andando. Se pueden hacer cosas, siempre y cuando estén en sintonía con el universo, con la naturaleza, con la sociedad, lo que sea. Si está en sintonía, sí funciona, se puede hacer cualquier cosa. Sí por alguna razón estás en una onda distinta de la que tienen los que están a tu alrededor, vas a joder la sensibilidad de todo el mundo. Y, entonces, o se van a alejar o te van a encerrar por eso. Así que todo es cuestión, para ellos, de ir demasiado lejos, o que todo el mundo esté en un viaje distinto esa noche, y entonces nada cuaja. Sí las cosas conectan y encajan, hasta se puede zafar de un asesinato. Mira la guerra. Mírala del siguiente modo: supón que hay un comando de muchachos, guerrillas, los tipos a los que mandan detrás de las líneas en Vietnam ¿sí? Son asesinos entrenados. Su función es matar. Bueno, ¿qué pasa sí una noche a un tipo del grupo le encanta matar? Le gusta tanto que ni los demás pueden controlarlo. Simplemente, al tipo le gusta matar con tanta fruición que los demás dirán: ¡Hey, a todos nos gusta matar, pero esto está llegando demasiado lejos! Creo que ese tipo de personaje ha sido examinado varias veces en libros y películas. Hay algunos tipos que son muy buenos asesinando, pero terminan en la corte marcial porque van más allá de lo que sus compañeros asesinos pueden tolerar. De todos modos, eso es una metáfora de lo que estaba tratando de decir: es sólo una cuestión de sincronía. 

¿Cómo se relacionan los Boinas Verdes de Vietnam con los Doors dando un recital? 
Si le das a la gente lo que quiere, o lo que cree que quiere, te van a dejar hacer lo que se te ocurra. Pero si vas demasiado rápido para ellos y haces una jugada inesperada, los confundes. Cuando van a un encuentro musical, un concierto, una obra de teatro, lo que sea, quieren ser excitados, sentir que han tenido un viaje, algo fuera de lo común. Pero en lugar de hacerlos sentir como sí estuvieran de viaje, como si estuvieran todos juntos, si en lugar de eso muestras un espejo y les muestras cómo son en realidad, lo que realmente quieren, y les muestras que están solos y no todos juntos, les repugna y se confunden. Y van a actuar de ese modo. La única razón por la que en una ciudad hay policía, autoridades, es para mantener el orden, para mantener el statu quo: es decir, asegurar su posición de poder, dejando que la gente haga lo que quiera, siempre y cuando no genere caos. Estoy seguro de que a las autoridades no les importaría qué pasa acá o allá si la gente misma no empezara a confundirse. Diría que en esos casos lo que sucede es sólo que las autoridades perciben que se ha producido una ruptura del orden existente. 
… 
Hay algunas palabras que son recurrentes en tu diálogo. Una es «ritual». ¿Qué significa para ti? 
Es como la escultura humana. En algún sentido es como el arte, porque le da forma a la energía, y de algún modo es una costumbre o una repetición, un espectáculo histórico o un plan periódicamente recurrente, que tiene un significado. Lo abarca todo. Es como un juego. 
… 
Me muero por tu definición de moralidad. 
Mejor te doy mi definición de política, que en realidad no la pensé bien, pero es hasta donde he llegado hasta ahora. Para mí, la política no es más que la búsqueda del poder privado por parte de determinados individuos. Pueden disfrazarlo con cualquier ideología, ponerlo en los términos de las boludeces románticas o filosóficas que quieran, pero en esencia es una búsqueda privada del poder. Creo que tu religión, tu política, tu filosofía, no son tanto lo que fumas, tomas, usas. Ni tu pelo, tu cara, o lo que has hecho. Tu religión o tu política es aquello a lo que le dedicas más tiempo. Nada más, nada menos. Es una explosión de logros. No creo que importe si eres comunista, anarquista, capitalista. Eso no importa. 

Mencionaste la religión al pasar, y veo que muchas veces usas una cruz. ¿Eres católico? 
La relación es como la filosofía, es a lo que le dedicas la mayor parte de tu tiempo. Podría ser una mujer. Podría ser una droga. Podría ser el alcohol. Podría ser el dinero o la literatura. Creo que la religión es en lo que piensas y para lo que te esfuerzas más. Yo estoy medio atrapado en el juego del arte y la literatura. Como te dije, mis héroes son artistas y escritores. 

¿Y la cruz que usabas era…? 
Casi un accidente. Fui criado en una cultura cristiana y la cruz es uno de sus símbolos, eso es todo. 
… 
¿Qué opinas de los periodistas? 
Yo podría ser un periodista. Creo que las entrevistas son la nueva forma del arte. Creo que la autoentrevista es la esencia de la creatividad. Hacerte preguntas a ti mismo y tratar de encontrar respuestas. Lo que hace un escritor es contestar una serie de preguntas que no han sido pronunciadas. 
… 
¿Hay algún otro tema del que quisieras hablar? 
¿Qué tal? ¿Te gustaría hablar del alcohol? Sólo un diálogo breve. No una larga crítica. ¿Del alcohol como opuesto a las drogas? 

OK. Parte de la mitología te considera un gran bebedor. 
En un plano muy básico. Me encanta beber. Pero no puedo soportar tomar sólo leche o agua o Coca-Cola. Lo arruina, para mí. Tienes que tomar vino o cerveza para completar una comida. ( Larga pausa). 

¿Eso es todo lo que quieres decir? 
(Risas) ¿Emborracharse? Tienes el control hasta un punto. Es tu elección, cada vez que tomas un sorbito. Tienes un montón de pequeñas elecciones. Es como, supongo que es la diferencia entre el suicidio y una capitulación lenta. 

¿Qué significa eso? 
Qué sé yo, hombre. Vayamos acá al lado a tomar algo.



en Rolling Stone, julio de 1969






















martes, julio 19, 2011

“Historia sentimental”, de Nichita Stanescu







Al final nos veíamos cada vez más seguido.
Yo estaba a un lado de la hora
al otro lado estabas tú
como las dos asas de un ánfora.
Sólo las palabras volaban entre nosotros,
adelante y atrás.
Su torbellino podía casi percibirse,
y de pronto,
yo doblaba una pierna,
y el codo lo plantaba en la tierra,
sólo para mirar la hierba inclinada
por la caída de una palabra
como bajo la pata de un león corriendo.
Las palabras giraban, giraban entre nosotros,
adelante y atrás,
y a medida que te amaba más, más
repetía, en un torbellino casi visible
la estructura de la materia, desde el comienzo.





en Seis poetas rumanos contemporáneos, 1993














lunes, julio 18, 2011

«El frío. Un aislamiento», de Thomas Bernhard

Fragmento / Traducción de Miguel Sáenz




Mi sala de doce camas fue mi punto de partida, no podía esperar salir pronto de aquella sala, después de todo, por qué razón. Poco a poco aprendí a conocer los nombres y las particularidades de mis compañeros de enfermedad, si originalmente había sido educado por mi abuelo para ser una persona absolutamente aislada, con todos los medios, con todas las consecuencias de acuerdo con sus posibilidades y las mías, en los últimos años había aprendido a estar con otros, y lo había aprendido mejor y con más insistencia que otros, entretanto estaba acostumbrado a una comunidad bastante grande, el internado me lo había enseñado, los hospitales me habían hecho madurar para ello, eso no me planteaba ya dificultades, estaba ya acostumbrado a estar en medio de muchos, con las mismas posibilidades o imposibilidades, con iguales requisitos, en las mismas condiciones, que no eran fáciles. Por eso tuve pocas dificultades al entrar en Grafenhof, en lo que a la comunidad se refiere, otra vez era una comunidad de sufrimiento. Aquella sala de doce, salvo un doctor en derecho, estaba ocupada por aprendices y trabajadores no cualificados, todos ellos de mi edad, entre los diecisiete y los veintidós. También aquí reinaban todos los inconvenientes imaginables de una comunidad humana cuyos miembros dependían unos de otros, también aquí reinaban el recelo, la envidia, el espíritu de contradicción, pero también la alegría y el humor, aunque éstos muy amortiguados, adaptados al estado de sufrimiento de aquellos jóvenes. Predominaba la impasibilidad, no la indiferencia. No se renunciaba a ninguna de las bromas que son corrientes en esas salas comunes, pero la rudeza y la brutalidad eran sólo la mitad, lo mismo que, lógicamente, la alegría.





1981







Fotografía original de Sepp Dreissinger
















domingo, julio 17, 2011

“Presagio”, de Andrés Morales Milohnić







El hombre que adivina su única condena.
El hombre que marchita su mirada limpia.
El hombre que destroza su fe y su esperanza
es casi como un sol que nunca amaneciera,
es casi como el agua sin ritmo ni alegría.

Piedra sobre piedra. Llanto sobre llanto.





en Demonio de la nada, 2005














sábado, julio 16, 2011

"Infancia", de Andrés Morales Milohnić




Del sabor a tierra y hojas, por la tarde,
del balcón abierto al sol en el verano,
del único paisaje al mar entretejido.


De allí Andrés recuerda los años verdaderos.






(A mi madre)














en Vicio de belleza, 1992











"Epitafio", de Andrés Morales Milohnić





Híbrido, remoto, pendenciero
con aire de silueta que no cabe
en fotografía alguna, ni en retrato
así que me recuerden, no por luz
ni sombra, no por voces;
que sea solo un gesto de silencio,
un leve parpadear, un sueño extraño.











en Romper los ojos, 1995









jueves, julio 14, 2011

“No podrá quedar así todo el silencio”, de Andrés Morales Milohnić







No podrá quedar así todo el silencio
no podrá la arena gruesa de la costa
recorrer toda la tierra y apagarse

Hablo siempre con el sol y no me quema
oigo el pálpito de piedra de la patria

No serán todas las noches como ésta

Tú y yo recorreremos largamente
la sombra de los bosques y el desierto




en Lázaro siempre llora, 1985














miércoles, julio 13, 2011

«Último adiós», de Andrés Morales Milohnić





El hueco de los vientos en las manos,
el humo del volcán por fin abierto;
el cálido naufragio de las voces,
un cielo sin desgracia, arrepentido.

Todo eso no bastara, ni los mares,
ni el sol entre los ojos, ni llorando
como un perro que no ladra por la noche,
como piedra arrebatada por el río.

Nada hasta el final, no quede nada,
nada después de tanto entonces,
luego, quizá, ayer, hoy mismo.

Nada porque nada ha de escucharse,
no rueda ya el susurro en la tibieza.
Nada tras el nunca y el mañana,
nada en el derrumbe de la pena.




en Visión del oráculo, 1993





Fotografía: Višnja Milohnić Roje con su hijo Andrés Morales,
por Bob Borowicz, 1965
















martes, julio 12, 2011

“Relámpagos de Cuba”, de Višnja Milohnić Roje

30 de noviembre, 1932 - 11 de julio, 2011





Para mi hijo Andrés




II

Su mano me mostraba la boca sin dientes,
su cara la simetría de un campo arado,
la ropa, el desorden de los años viejos.

Le entregué el pan con cerdo cubano
y mis ojos lloraron su futuro incierto.




IV

La iglesia más antigua de Cuba
tiene a la Virgen Inmaculada con la nariz rota
y los bancos vacíos.

Abre sus puertas a las ocho,
deja entrar el viento nocturno
y escucha el ritmo de un son cubano.




V

Mis guías sonrientes son Rafael y Justo.
El arcángel vengador y el juez ciego.
Detienen mi mano extendida al niño,
quieren cerrar mis ojos y apagar mi corazón.

No pasarán.

No vencerán.

Permitiré tan solo que bailen
un mambo conmigo.





…al recuerdo de Višnja Milohnić Roje, de su amabilidad, simpatía y alegría.
Hasta siempre, con cariño, respeto y agradecimiento.