Los poetas mueren porque la luz dorada no asoma siempre.
Los poetas comienzan a morir mucho antes de morir. Salen a buscar los cantos de los zorzales y los zorzales han desaparecido buscando a los poetas. Entonces echan a caminar con las manos en la memoria y siempre brota la geografía de un mundo infeliz.
Los poetas mueren porque nadie quiso oír sus lamentos.
Los poetas mueren porque llevan en las pupilas a un niño que se resiste a dejar la infancia. Mientras los hombres crecen, los poetas permanecen vigilantes de bosques inocentes, donde se recrean con las aves y levantan del piso retratos de hojas parlanchinas.
Los poetas mueren porque el aire apretó sus palabras.
Los poetas comienzan a morir al sentir las pisadas humanas flotando en el vientre materno. Afloran con marcas en la piel, con el otoño hundido en la mirada y la sangre escurriendo por riberas de ríos imaginarios.
Sólo los pájaros saben por qué mueren los poetas.
Los pájaros dicen que los poetas nunca mueren. Que, a la manera de una flor, de la brizna, de un rocío, parten a divertirse en las galaxias colmadas de murmullos líricos: van al encuentro de los versos que en la tierra cruzaron ausentes por los rostros de los sabios .
Día 8 de junio del 2011, exactamente a las 12, 30, en su natal Osorno, ubicado en las ramas de un álamo, un zorzal soltó el plácido canto de sus cuerdas musicales: Mauricio Barrientos Ortega, el poeta niño, el poeta que vivió como quiso morir, fue juntando sus ojos por un instante. Dicen que el poeta murió.
Ahora nadie encenderá la luz de los astros.
Las cigarras se lastimarán la boca en los árboles caídos.
Los poetas no mueren. Parten. Entran definitivamente a la vida.
Los poetas no mueren, porque no saben morir. Las plantaciones de olvido del universo no han podido marchitar la glorificación de versos: nunca renace más la vida que cuando un poeta se distancia con sus juegos a otra latitud.
Hay un solo problema.
Los poetas cuando mueren dejan huérfanos a otros niños que se alimentan de nostalgias y sueños. De lo demás, el mundo no tiene nada que decir. No se ocupará jamás. Por eso los poetas parten. No es el fin. Viajan a platicar con riachuelos azules.
Los poetas no abrochan en la tierra. Esperan en la estrellas, impregnados de jolgorio y perpetuidad! Están donde se agita el agua, donde se abre una rosa, cuando asoma la luna o despierta la aurora. Te miran mientras piensas en él.
Dicen que el poeta murió.
Resulta que ha viajado hasta acá. A juntar frases. A sonreír. Pinta las murallas con paisajes de luz dorada, esas que le negaron, y que mientras vuela a través del cosmos, ella y él, tú y él, aseguran que los poetas no saben morir.
Los poetas son pan vivo!
La palabra, que es un poeta con manos de gorrión, no conocen el olvido.
Díganle a los niños que sólo duerme serenamente junto al lecho de sus poemas!
En memoria de mi amigo poeta Mauricio Barrientos
(1960-2011),
fallecido el 8 de junio del 2011
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